domingo, 18 de septiembre de 2011

Un libro: Sobre el periodismo, de Joseph Pulitzer

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Joseph Pulitzer (1847-1911) fue uno de esos inmigrantes que lograron hacer carrera y fortuna en los Estados Unidos. Llegó allí con una profesión que no tenía todavía muy buen nombre, el periodismo, y se convirtió en alguien que logró hacer fortuna y cumplir un sueño: conseguir que el periodismo entrara en la universidad mediante la creación de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. Además de esto, como es más conocido, Pulitzer dejó un legado cultural importante mediante la creación de unos premios que llevan su nombre y dan reconocimiento anual a lo mejor de distintos campos, como de la Literatura, la Historia, el Periodismo o la Música, distribuidos en veintiuna categorías diferentes.
El texto que se publica ahora es un larguísimo artículo, como el propio Pulitzer señala, en el que explica la necesidad, en contra de la opinión generalizada y la tradición de entonces, de que el Periodismo entre a formar parte de los saberes universitarios. En un mundo  profesional que oscilaba entre el innatismo y el meritoriaje, las reflexiones de Pulitzer sobre la formación periodística constituyen hoy, a los cien años de su escritura y publicación, una lectura interesante y edificante sobre un terreno que, hoy como entonces, constituye un campo de debate sobre sus fines. El librito —como artículo es extenso, como libro breve— se acompaña de un segundo artículo sobre el papel de la opinión pública y la prensa como elemento articulador.

La importancia adquirida por los medios de comunicación a lo largo del siglo XX hasta llegar a la actual Sociedad de la Información obligan a los profesionales a la reflexión sobre la función y los efectos de su actividad. El Periodismo tiene la obligación de reflexionar sobre sus metas y métodos para redirigir de forma permanente las tendencias al desvío que, hoy como entonces, lo alejan de su función.
Las críticas vertidas sobre los medios de comunicación en la actualidad —recuerden, por ejemplo, las realizadas por el movimiento del 15-M en España [ver entrada El Gólem informativo]— evidencian la necesidad de repensar la profesión y su orientación desde las necesidades de la sociedad, pues esta profesión tiene un vínculo especial con el mundo que le rodea. El Periodismo no solo se ocupa del mundo, sino que devuelve su visión a ese mismo mundo, como un espejo stendahliano que refleja el barro y el cielo a lo largo del camino cargado sobre los lomos de un asno.
La culminación de una forma cívica de ver el periodismo se produce —quizá no sea una coincidencia— cuando unos periodistas logran cambiar la ruta política de los Estados Unidos al dejar en evidencia a un presidente mentiroso, Richard Nixon, que se vio obligado a dimitir por el escándalo de las escuchas ilegales de Watergate. La prensa, el “cuarto poder”, parecía imparable. La pregunta sobre qué había más allá del poder de la presidencia parecía contestada: el poder de la prensa y la opinión pública, un vínculo aparentemente definitivo y democrático. Sin embargo, pasadas varias décadas el panorama es muy diferente. Una parte muy importante de la opinión pública ha dado la espalda a los medios convencionales y a sus profesionales, que han dejado de merecerles confianza, y se han fabricado sus propios mecanismos de opinión pública (micromedios, redes sociales, etc.). Los dos fenómenos, el desprestigio y el ascenso de las nuevas formas de opinión, parecen a primera vista estar vinculados. El papel que la prensa debía representar a los ojos de Pulitzer ha cambiado, en gran medida, por el papel que los medios y profesionales han jugado y por la forma en que han encarado su propia profesión.


En este contexto crítico, el texto de Joseph Pulitzer sobre la importancia de la formación de los periodistas y la definición de sus fines y condiciones adquiere especial relevancia, ya que el autor deseaba algo más que el reconocimiento universitario profesional. Formar mejores profesionales era el camino para hacer una sociedad mejor:

A lo largo de toda mi planificación, el fin principal que he tenido en mente ha sido el bienestar de la República. El objetivo de la facultad será crear mejores periodistas que, a su vez, creen mejores periódicos que presten un mejor servicio a la sociedad. Impartirá conocimientos, pero no como fines en sí mismos, sino para que sean empleados en el servicio público. Tratará de desarrollar personalidades, pero incluso eso será solo un medio para el fin por excelencia: el bien público. Nos encontramos ante un portento inaudito hasta la fecha: una democracia incontable, mundial, culta y consciente de sí misma. Las pequeñas revoluciones del pasado las llevaron a cabo unos pocos líderes que actuaban sobre una población ignorante, consciente solo de una vaga sensación de insatisfacción. Ahora las masas leen. Saben de qué se quejan y cuál es su poder. Debaten en Nueva York la situación de los trabajadores de Berlín y de Sidney. (107)

En este revelador párrafo se encuentran condensadas las ideas de Pulitzer, su visión de una opinión pública globalizada por los medios de comunicación en una sociedad democrática. Vincula el autor el fenómeno de la conexión de las conciencias con el de su mejora, pues es heredero de algo que hoy se echa en falta: el compromiso mediático con el progreso social. Bajo la expresión “ahora las masas leen” se encuentra el ideal de siglo y medio de ilustración y deseo de progreso para unas masas a las que se había considerado hasta el momento una mera fuerza de trabajo y por cuya formación no se habían preocupado demasiados. El ideal de mejora social ve en la formación la herramienta para una república en la que las masas no puedan ser ni ignoradas ni engañadas. Y de eso es precisamente de lo que se deben ocupar los medios de comunicación. La educación se ha preocupado de enseñar a leer a las masas, de salir de las enormes bolsas de analfabetismo que caracterizaban el mundo hasta el siglo XIX. Ahora viene, pues, la segunda parte: cuidar de su lectura, hacer que el proceso educativo se ponga en marcha y concluya  en la formación de la opinión pública.

Hoy hemos pervertido muchos procesos al invertir las finalidades. La finalidad de Pulitzer no era vender cualquier cosa (por eso su consideración del comercialismo o de la simple idea de negocio como enemigos del periodismo), sino que la gente acudiera a los medios para verse reflejado en ellos. La prensa era el lugar en el que se materializaban los deseos sociales y se producían los debates. Finalmente, esos debates se trasladarían a los gobernantes a través de los procesos democráticos que acabarían dando forma a las leyes. La opinión se forma en los debates y se convierte en leyes que emanan del pueblo a través de sus representantes. 
Pulitzer tenía muy claro el papel esencial que la prensa jugaba en todo el proceso y los efectos negativos en el caso de que la prensa traicionara su propia función: una opinión pública engañada o envenenada que elegiría tramposos  para los puestos del poder que promulgarían leyes injustas. Sin una opinión pública formada a través de una prensa honesta, el sistema falla. No se puede elegir bien cuando se está mal informado.
Por eso para Joseph Pulitzer es esencial la independencia de la prensa, como es esencial la autonomía de los otros poderes clásicos. Las tentaciones de la connivencia con los otros poderes alejan a la prensa de sus fines. El único compromiso debe ser con el pueblo para la mejora de la República.
Pulitzer rechaza la prensa partidista o la prensa comercial. Ambas incumplen el servicio social que deben guiar sus labores. La prensa partidista trata de configurar interesadamente la opinión, no servirla, y la prensa comercial se desvía también porque, lejos de formar mejores ciudadanos, los embrutece alejándolos de los intereses comunes de la sociedad.
Apunta Pulitzer:

El redactor suele enfrentarse a un dilema evidente: o bien rendirse a una pasión popular que siente como errónea, o bien arriesgarse a las consecuencias de la falta de éxito entre la gente. (53)

Este dilema del periodista nos marca la distancia entre su época y la nuestra. Las justificaciones de la deriva de la información hacia derroteros comerciales, que buscan lo fácil para conseguir mayores audiencias, que corren tras lectores o espectadores para justificar su existencia mediante el beneficio económico, se alejan de la finalidad del auténtico periodismo y, lo que es peor, alejan a la república de su propia mejora. El sistema se hunde en el embrutecimiento. Las masas no progresan aunque lean, porque lo que leen se ha convertido en un alimento malsano. La pérdida del norte, de la mejora social como rumbo, nos lleva a una república peor. En el segundo de los artículos, Pulitzer escribe:

¡No! No hay nada que esté más claro que el hecho de que, a veces uno de los deberes más importantes de la prensa es oponerse a la opinión pública. James Bryce ha dicho con razón que «Las democracias siempre tendrán demagogos preparados para alimentar su vanidad, agitar las pasiones y exagerar el sentir del momento. Lo que se necesita son hombres que naden contra corriente, les hagan ver sus errores y se apresuren a crear argumentos que resulten aún más contundentes a causa de no ser bien recibidos». (132)

Haciendo suyas las palabras de Bryce, jurista e historiador, Pulitzer comprende bien los procesos dinámicos de la formación de la opinión y del papel de la prensa como reintroductora permanente de elementos de crítica no solo respecto al poder, sino a la propia opinión. Por eso la prensa es un lugar esencialmente de debate, un foro que debe acoger voces para evitar que se produzcan las llegadas de esos demagogos de los que advierte Bryce y Pulitzer recoge.
El siglo XX se caracterizó por la llegada de esos demagogos al poder con la aparición de los nuevos medios de comunicación realmente masivos: la radio primero y la televisión después. Con ellos ya no hacía falta que las “masas leyeran”, tan solo que escucharan y vieran amplificados los elementos emocionales en detrimento de los racionales que deben presidir los debates y controversias. Si el siglo XX ahondó en ello, nuestro siglo XXI sigue el mismo camino, profundizando en técnicas de comunicación que permiten un mejor control social apelando a elementos emocionales. La reducción de la racionalidad de los mensajes en beneficio de sus aspectos emocionales, el “regreso de la empatía”, está a la orden del día. En política, es nefasto.
Las palabras con las que Pulitzer concluye su artículo son muy claras y contundentes:

Nuestra república y su prensa triunfarán o caerán juntas. Una prensa capaz, desinteresada y solidaria, intelectualmente entrenada para conocer lo que es correcto y con el valor para perseguirlo, conservará esa virtud pública sin la cual el gobierno popular es una farsa y una burla. Una prensa mercenaria, demagógica y corrupta, con el tiempo producirá un pueblo tan vil como ella. El poder de modelar el futuro de la República estará en manos de los periodistas de las próximas generaciones. (111)



Es a esos jóvenes periodistas, que se formarán entre las paredes de la Universidad de Columbia, a los que Pulitzer se dirige como esperanza de futuro. A ellos les pide lo que cualquier periodista se debe cuidar de mantener: un alto concepto moral al servicio de la sociedad.
Las motivaciones que llevan a nuestros estudiantes hoy a entrar en las facultades de Periodismo y Comunicación deberían estar presididas por ese ideal de servicio, de mejora de la sociedad mediante el compromiso con la información. No siempre es así y la visión cínica y manipuladora de la información ya no se esconde. Simplemente se camufla bajo el pragmatismo del que no se siente responsable más que de su propio beneficio y lo pone al servicio del mejor postor. Como los viejos sofistas, la comunicación aspira a ser una técnica de persuasión con independencia de qué, cómo y a quién se persuada. Convertido en un mero técnico, en un mercenario carente de ideas y valores propios, el informador hace un flaco servicio al bien común, aspecto que se elimina negando la existencia de un “bien común”. Convertida en una jungla de intereses, la sociedad deja de tener finalidades de mejora y progreso y le bastan con los del beneficio.
En este contexto social cínico, que ya ha penetrado las propias instituciones educativas, es necesario recuperar ese espíritu civil que ya está empezando a reclamar una parte de la ciudadanía. No será fácil.
Se plantea Pulitzer:

¿Qué es una facultad de Periodismo? Es una institución para formar a periodistas. ¿Qué es un periodista? No es ni un director de empresa ni un editor; ni siquiera un propietario. Un periodista es un vigía en el barco del Estado. Anota el velero que pasa, los detalles de interés que salpican el horizonte cuando el tiempo es apacible. Informa del naufrago a la deriva que puede ser salvado por el barco. Se esfuerza en ver a través de la niebla y las tormentas, para avisar de los peligros que se avecinan. No se preocupa de su paga ni del beneficio de los propietarios. Está ahí para procurar la seguridad y el bienestar de la gente que confía en él. (54).

Puede que nos parezca ingenuo hoy pensar de esta manera, pero es necesario volver a hacerlo. Hay que recuperar esa ilusión de servicio público que alentó a generaciones de periodistas para poder devolver a la profesión el prestigio que ha ido perdiendo en las últimas décadas precisamente como deterioro de ese contrato de confianza que unía a los profesionales con los receptores de la información. La finalidad de la información no es el consumo de la información —enfoque comercial y mercantilista hoy predominante— sino la transformación de la sociedad mediante una opinión pública, racionalmente dirigida, capaz de decidir sobre lo que desea. La función del periodista, como señaló Pulitzer hace cien años, es la de un vigía en el barco del Estado, alerta siempre para evitar y advertir de los peligros del viaje.
La obra comienza con un debate sobre si es necesaria la formación o, por el contrario, el periodista nace y solo necesita su paso meritorio por  las redacciones. Pulitzer contesta que una misión tan elevada como la del periodista requiere de una formación especializada que va repasando y definiendo en su escrito. El fin de la formación es el mejor servicio a la comunidad, un servicio que acabará siendo reconocido y ganará el respeto debido a estos nuevos profesionales. La capacidad de comunicarse adecuadamente, de tener conocimientos adecuados para comprender la complejidad de la realidad y transmitirla, el sentido de la noticia, etc. Todo eso es importante y todo se puede aprender.

Denme un redactor que esté bien formado, que posea los fundamentos de la precisión, el amor a la verdad y un instinto para el servicio público y no habrá ningún problema a la hora de que reúna las noticias. (106)

La mezcla entre lo que es necesario aprender y la voluntad de servicio es lo que define al periodista y a la prensa como actividad en una sociedad que le necesita para mejorar y cuya mejora es su objetivo. La información no es un fin en sí:

La noticia es importante: es la propia vida de un periódico. Pero, ¿qué es la vida sin moral? ¿Qué es la vida de un país o de un individuo sin honor, sin corazón y sin alma? (80)

La cuestión está en que hay gente a la que esto le importa y otros que, en cambio, ni se lo plantean.


*Joseph Pulitzer (2011): Sobre el periodismo. Prólogo de Irene Lozano. GalloNero Ediciones, Bilbao, 143 pp. ISBN:978-84-937-9328-9.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.