lunes, 19 de septiembre de 2011

La puerta chica

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Economista de prestigio, político bien asentado en el partido, con muy buena aceptación de la opinión pública…, la vida de Dominique Strauss-Kahn era un trabajo bien diseñado, bien estructurado para llevarlo a los Campos Elíseos. Todo estaba preparado para el acto final. Todo menos Dominique.
Cuando comenzó el “caso DSK”, se hicieron insinuaciones sobre la trampa que se había tendido a un candidato al que ya se veía como presidente. Nos pareció disparatado y así se ha visto después confirmado. DSK no necesitaba que nadie le preparara trampas; se las ponía él solo.
Ahora, tras la primera parte de su aventura americana, Dominique Strauss-Kahn ha tenido que pasar por un trámite nada agradable: la entrevista pública en la televisión, con el reconocimiento —ligero— de sus problemas. La confesión pública es algo que los políticos norteamericanos suelen practicar con frecuencia, mas no los europeos. No se ha tratado de una cuestión de vida privada, sino de agresiones sexuales de las que se ha librado legal, pero no moral ni políticamente.
Ha salido de su juicio americano —ahora comienza el francés— por la puerta chica. “DSK” ha perdido lo más importante para él, su imagen pública, pero que al ser la cárcel lo que se estaba jugando, ha sido un mal menor. Para evitar acabar en prisión, se vio obligado a reconocer una relación, pero alegando que fue consentida. La suerte llegó hasta él en forma de una víctima poco creíble. No es que no fuera creíble como “víctima” —las pruebas eran el ADN y las lesiones—, es que en estas cosas los jueces no pierden el tiempo cuando la víctima puede ser cuestionada en cualquier terreno o momento. Y la camarera lo era. El sistema americano es muy celoso del dinero de sus contribuyentes.


El que fue presidente del FMI e hipotético próximo ocupante del Elíseo no sale muy beneficiado de su afición por el sexo ocasional en los hoteles, con violencia por medio. Tampoco está bien atacar (ha reconocido que intentó besar) a la ahijada, con cuya madre también has tenido una relación tormentosa de la que ella salió corriendo asustada por la violencia tras una primera sesión. Los franceses tardaron en darse cuenta muy poco y es lo que han reflejado las encuestas sobre su futuro político. Lo quieren de asesor de alguien, pero no en una foto oficial. Eso es también la puerta chica.
Lo sigo pensando: esa camarera hizo un gran servicio a Francia. Nadie le va conceder la Legión de Honor, pero se la merece. Un candidato con un autocontrol tan débil es un problema para un país. A veces, los caminos que libran a los pueblos de los desastres son insondables.

Al inicio del caso, uno de sus biógrafos comentó que el político francés había sido un marido tranquilo en su primer matrimonio y que su comportamiento había cambiado y se había convertido en un seductor permanente al ver el rendimiento amoroso que le traía el éxito político. Me pareció un detalle interesante que revelaba algo tanto de la política como del político.
Los casos similares que fueron apareciendo posteriormente eran de esperar, si el biógrafo estaba en lo cierto. Y así fue. Las historias de acoso, de las que salió bien librado por la posición o el mirar hacia otro lado de los compañeros de partido, fueron saliendo a la luz. El personaje se iba perfilando.
Alguien en cuya mente el poder se vincula tan fuertemente con el deseo de posesión violenta debe ser observado con cuidado para un puesto político porque en cualquier momento, como ha ocurrido, puede estallar. Hacer hoy un candidato es una gran inversión económica y estratégica. Esfuerzo perdido.
Hemos convertido la política en un lugar extraño. En vez del espacio de servicio a la comunidad, lo hemos convertido en un escenario de representación, un circo mediático en el que los políticos se mueven dentro de los límites prescritos de sus papeles. Al elevarlos al rango de estrellas, aumentamos su narcisismo.
Dominique Strauss-Kahn señala ahora que el encuentro sexual con la camarera fue un “error moral” y no un “acto criminal”. Por los actos criminales se va a la cárcel; por los errores morales se pierden los votos y la capacidad de dirigir un país. También se mancha la política.

Las sutilezas de distinguir el “error moral”, como ha calificado su acto, como algo menos grave que el ataque sexual no son válidas. Señalar como “consentido” un encuentro violento es jugar con algo más que con las palabras. Si fue consentido, se consintió el “encuentro”, y no la violencia con la que se llevó a cabo, que parece ser su especialidad por lo que han señalado también personas más creíbles para el sistema judicial que una inmigrante, camarera de hotel, que mintió para quedarse en Estados Unidos.
Dicho así, suena a jesuítica disculpa, más que a arrepentimiento real. De lo que se arrepiente verdaderamente Dominique Strauss-Kahn es de haber desperdiciado, por sus excesos sexuales y de confianza, la oportunidad que solo se presenta una vez en la vida. “DSK” está condenado, como ya le acaba de ocurrir a las puertas de la televisión gala en donde ha sido entrevistado, a ser recibido por coros de manifestantes que le recordarán lo que los tribunales de Nueva York no consideraron pertinente: que el poder es para otra cosa. Aunque a él las cuestiones morales no le parezcan relevantes en la vida política, en la que dice querer seguir, a los demás sí. La política —no lo ha entendido después de tantos años— es una actividad para la que te eligen; no basta con querer.
Dominique Strauss-Kahn, ahora sin poder, se tendrá que conformar  en el futuro con vicios pequeños, pequeñitos, de los que poder salir indemne con sus propios recursos. Sin poder y sin opciones políticas, puede intentar volver a ser un buen marido
Es lo que les ocurre a los que salen por la puerta chica de la vergüenza.


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