miércoles, 14 de septiembre de 2011

La Ley del Embudo de la Percepción Económica

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La consecuencia que se saca de todo esto que está ocurriendo es que es necesario ir por el mundo de puntillas, sin hacer el más mínimo ruido o gesto para evitar que el castillo de naipes se derrumbe. Ahora mismo, el mundo económico es una herida en carne viva  a la que no se puede ni tan siquiera mirar porque el paciente salta y grita.
Cualquier acontecimiento es interpretado de forma negativa. La dimisión de un alemán, por ejemplo,  en el Banco Central Europeo desencadena otra caída en picado; un catarro de Trichet, unas toses de Bernanke, un falso rumor sobre un banco francés..., pueden causar un desastre. Cualquier cosa que se diga o haga es interpretada de forma exagerada en el mismo sentido negativo. No ocurre lo mismo con los acontecimientos que presuntamente deberían elevar la moral y, con ella, las bolsas. Es la Ley del Embudo de la Percepción Económica (LEPC). Esta Ley (que proponemos que se incorpore a la Teoría principal de cualquier escuela) parte del principio psicológico de que lo malo es inmensamente malo y lo bueno circunstancial, de que lo negativo es lo sustantivo y lo bueno lo adjetivo; de que lo malo es real y lo bueno alucinación.

J.C. Trichet y B. Bernanke
Esta Ley viene a decir que la percepción negativa de las cosas se incrementa realimentándose con su propia negatividad. Como Ley psicológica que es, se puede aplicar en el campo personal (¿se ha dado usted cuenta de lo mal que van las cosas en su matrimonio? Ahora que lo dice...) o en lo social (¿se ha dado usted cuenta de lo mal que está la economía?). 
Será la forma de percibir los problemas la que establezca mis respuestas para intentar solucionarlos. La percepción y valoración es la que abre la gama de soluciones posibles. Por ejemplo: creo sinceramente que España se equivoca cuando trata de concentrar sus problemas en la cuestión constitucional. Ha desplazado el problema a donde no debía. No ha solucionado nada y ha hecho aumentar la desconfianza al reducir el grado de acuerdo social que es lo que realmente se habría visto como un compromiso. Ahora, en vez de un problema, tenemos dos. Y los que están enfadados son de los que salen a la calle.
En estos meses el dedo acusador sobre la crisis ha ido cambiando de sujetos y, lógicamente, de explicaciones. Es cierto que existen problemas reales que, precisamente, por ser reales no pueden ser ignorados. Pero lo que está ocurriendo aquí es que no son solo los problemas sino las reacciones ante ellos lo que preocupa. Por eso se está dando tanta importancia a los “gestos”, a todo aquello que puede convencer a eso que se llama los “inversores”, los “mercados”, etc. 


Para alguno, los problemas están en la realidad, sí, pero una parte muy importante está precisamente en las reacciones de los mercados. La diferencia es relevante y será decisiva para el futuro. Puede que en estos momentos no sea fácil tomar medidas que afecten a los propios mercados, pero será necesario tomarlas para evitar estos movimientos desestabilizadores y destructivos. Y eso pone más nerviosos a los mercados. No es fácil cambiar de conductor con el coche en marcha. Y se está demostrando en manos de quién está realmente la economía.
Hasta el momento se han tomado realmente dos medidas que apuntaban a estas reacciones “psicológicas” del problema y a sus causantes con tratamientos de choque: la prohibición de las ventas en corto (“short selling”) decretada en algunas bolsas europeas, movimiento tendente a evitar las especulaciones sobre la deuda, y la demanda presentada contra los bancos norteamericanos por las estafas fiduciarias en hipotecas, bonos, etc. Estas dos acciones han tenido también, especialmente la segunda, sus reacciones en los inversores: la bajada de los bancos afectados. La cuestión es tan endiabladamente compleja que supone decisiones traumáticas hagas lo que hagas. La consecuencia a medio plazo es la necesaria reforma del sistema financiero que ya todos reclaman porque la evidencia es que, sin una regulación, lleva a la destrucción del propio sistema. El sistema de garantías existente se eliminó y el resultado es este.

Hay dos problemas que se están entrelazando sobre la misma crisis: el financiero internacional, de origen americano, y el de la deuda en la eurozona. Son dos problemas convergentes, como si dos suicidas se tiraran del piso 89 del mismo rascacielos. La cuestión es si van en paralelo o si caerán sobre el mismo coche. Cuando estas dos crisis afectan a un mismo paciente —la economía global—, la cuestión es grave porque lo arrastran hacia el abismo y, una vez abajo, da igual el motivo por el que has saltado.
Si volvemos a la dimensión psicológica, a la Ley del Embudo de la Percepción, sabemos que la cuestión es reducir la desconfianza o, si se prefiere, aumentar la confianza del paciente sobre sus posibilidades de recuperación. Pero ese es el meollo del asunto; es por ahí por donde no mejora, atacado de histeria e hipersensibilidad negativa y la hipocondria.
El problema (o parte de él) es que estamos empezando a sospechar que no tiene solución a corto plazo y que con cada cartucho desperdiciado o ineficaz, la percepción negativa se realimenta y engorda haciendo que las próximas estimaciones sean más negativas si cabe. Si parte de la enfermedad es perceptiva y valorativa, tenemos dos pacientes: la realidad y los que valoran la realidad. Habrá que ver donde se pincha la jeringuilla en cada caso.
La economía mundial, en estos momentos, es flatulenta, histérica y sin reacción positiva ni a los medicamentos ni, lo que es peor, a los placebos.
¿Qué me pasa, doctor? Nada que usted no sepa. ¿Qué...?



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.