sábado, 17 de septiembre de 2011

La gira de Erdogan

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La gira que Erdogan está realizando por los países árabes que se han rebelado contra sus gobiernos dictatoriales es un acto inteligente. Mientras que Cameron y Sarkozy, uno junto al otro, se han presentado para asegurar posiciones en Libia y regenerar sus imágenes internas respectivas, el primer ministro turco persigue y consigue sus propios objetivos. Erdogan sale de unas elecciones en la que se ha reforzado su posición interna; no necesita más fotos que las justas.
Erdogan fue el primero que le dijo a Mubarak que lo estaba haciendo mal. Su postura ha sido firme y Turquía ha jugado un papel esencial en el apoyo humanitario en Libia estableciendo un corredor efectivo de ayuda a Misrata, por ejemplo. Pero es más interesante considerar la visita de Erdogan a los países en proceso de transición desde una perspectiva doble: el enfrentamiento con Israel y la petición de ingreso de Turquía en la Unión Europea.
En mi opinión, los objetivos de Erdogan son los siguientes: 1) mostrar a Turquía como un país musulmán y democrático, modelo para los nuevos regímenes, algo en lo que coinciden todos los analistas; 2) mostrarse ante Europa como la cabeza del mundo musulmán, como el dirigente del país que puede servir de mediador entre Occidente y los gobiernos recién creados, para ello se ha ganado el apoyo popular mediante su última muestra de firmeza con Israel a cuenta de la flotilla humanitaria, asegurando que los navíos militares turcos acompañarán a los barcos hacia Gaza para evitar ataques como los que causaron las muertes de los activistas con ocasión de la anterior flotilla. 3) hacer que Europa se tome en serio el deseo de entrar en la Unión al convertirse en líder de un nuevo movimiento internacional, de una alianza islámica turco-árabe, en la que el modelo turco asegurase la moderación y las buenas relaciones.

Erdogan se dirige a los libios en la nueva Plaza de los Mártires
Las especulaciones sobre la modificación constitucional en Turquía para que Erdogan siguiera gobernando se parecen demasiado a las trampas de Mubarak para seguir, elección tras elección, en el poder. No da la impresión que el primer ministro turco quiera seguir ese camino que sería el inicio de la pérdida de un prestigio bien ganado internacionalmente. Como persona inteligente que es, sus objetivos deben ser otros.
La idea de que Turquía es demasiado poderosa para integrarse en la Unión Europea y podría desestabilizarla o de la cristiandad europea podrían verse modificada por un mayor peso de Turquía en el Medio Oriente y el norte de África mediante políticas coordinadas entre países democráticos. ¿Es posible una “liga” de países democráticos? Sería lo deseable en la medida en que las acciones y las reacciones vendrían de un entorno próximo que serviría de modelo al resto de los países. La democracia no debe ser un objetivo solo de algunos países privilegiados, sino un objetivo común. Nuestra mentalidad competitiva no acaba de entender la solidaridad entre los países que comparten una religión y visión del mundo. Las disputas son más entre gobernantes que entre pueblos. A lo largo de estos meses, Túnez se mostró solidario con Egipto y Egipto posteriormente con Libia y ahora lo acaban de hacer con Siria. Es una cadena de apoyos en los que las banderas se cosen juntas. Nuestra unión europea se ha basado en lo económico y no hacemos más que discutir de números; ellos no. Su unidad no es retórica y los lazos son profundos. No siempre fáciles, pero sí intensos entre los pueblos que viven sus creencias como propias de una hermandad.

Manifestantes recibiendo calurosamente a Erdogan en El Cairo
El enfrentamiento con Israel podría entenderse como un abandono de la política hacia Europa, pero no creo que sea así. Es una muestra de solidaridad con Palestina en la línea de lo que estamos señalando. Se suele decir que las reacciones de los países árabes ante el caso palestino eran mucho ruido y pocas nueces. Eso ha sido mientras había dictaduras. Con regímenes democráticos, me temo que no será así. Y eso lo debe entender Israel. Ante el calentamiento de la zona, el peso de la opinión pública será una presión constante sobre los gobiernos, como lo demuestran los acontecimientos oscuros de la embajada de Israel en El Cairo  hace unos días.
Turquía puede haber dado el salto al panorama internacional para aumentar su peso en unas zonas que se volverán complejas en muy poco tiempo. Los dictadores montaban sus propias estrategias para conseguir mantenerse en el poder. Ahora, con los gobiernos de opinión pública, las estrategias tiene que ser necesariamente otras y los nuevos gobiernos se verán obligados a realizar gestos, acciones y alianzas ante un problema, Palestina, que lleva mucho tiempo enquistado, demasiado. Son demasiadas muertes, demasiado sufrimiento, demasiado tiempo.

Netanyahu ante el Congreso norteamericano
Ya lo hemos manifestado en ocasiones anteriores, en los días posteriores a la caída de Mubarak en febrero: se impone un cambio de papeles.Y se está produciendo. El mayor error de la administración Obama ha sido llevar a Netanyahu al Congreso de los Estados Unidos a que los senadores y congresistas le aplaudieran puestos en pie su declaración sobre las fronteras de 1967. Es la foto que esperaban todos los radicales enemigos de Israel y de USA. Israel es un aliado estadounidense, sí, pero también lo era Mubarak. Y Mubarak cayó.
El hecho de que Turquía, miembro de la OTAN, desde los años 50 (algo que se suele olvida muy a menudo) mantenga un contencioso intenso con Israel en los momentos en que se quiere instalar un sistema antimisiles de OTAN en su territorio que sirva de frente defensivo ante un hipotético ataque iraní es significativo. Turquía no quiere ser cabeza de ratón. Tenemos que empezar a ver los países como lo que son o tendremos problemas interpretativos pronto.
Una comunidad de naciones democráticas en los países árabes es muy importante, aunque Israel se empeñe en considerar que la democracia de la zona es una exclusiva suya y las dictaduras unas franquicias. Cuando los pueblos recuperan su voz, también lo hacen para decidir, y no solo para actuar al dictado. Eso no haría más que elevar a los gobiernos a los más radicales que mostrarían la democracia como una burla prescindible. Y los pueblos quieren decidir, quieren democracia y quieren respeto. Y así debe ser.


Existe una oportunidad única. Los países que llegan a la democracia están deseosos de poder ser recibidos con todos los honores que se merecen en los foros internacionales, como portadores de los deseos de sus pueblos y no como títeres. Israel debe entender que si se rodea de países democráticos, sus condiciones de seguridad mejorarán, pero solo si desea llegar a algún tipo de acuerdo digno de ese nombre. Y tendrá que negociar con ellos, porque cada vez le va a resultar más difícil mantener sus argumentos y negativas. Pronto no serán los Estados Unidos los que presionen a los países árabes para proteger a Israel, sino que ocurrirá lo contrario: serán los países occidentales los que tengan que presionar a Israel para que cambie. Las relaciones con países democráticos de la zona exigen respeto y Estados Unidos y la Unión Europea, con nuevos intereses en la zona, tendrán aceptar el cambio de rumbo.
Es en esa línea en la que deberían trabajar Estados Unidos, la Unión Europea, Turquía, los países democráticos de la zona y el propio Israel si desea realmente poder llegar a vivir en paz algún día. Una gran parte de los problemas se deben a las facciones más intransigentes en cada uno de los países implicados que han considerado como traidores, y han asesinado a los dirigentes que tenían la osadía de avanzar un poco más en el camino de la paz. Pensemos en Sadat en Egipto y en Isaac Rabin en Israel, ambos premiados con el Nobel de la Paz y ambos asesinados por las facciones extremistas en sus propios países. Ahora es posible avanzar un gran tramo en la convivencia si los que juegan sus cartas lo hacen bien. Rabin, que había sido un héroe de guerra, manifestó en el mitin tras el que fue asesinado que deseaba ser un “héroe de paz”.

Trípoli
El primer ministro turco acaba de decir en Trípoli que no se mandan tanques contra el propio pueblo, que los pueblos quieren democracia. Siria es ahora el objetivo y ya son más las capitales desde las que se repetirá este mensaje y las voces que se escucharán en diversos organismos de la zona. Queda menos margen a la crueldad de los dictadores, menos silencios cómplices.
El papel de Erdogan y de una Turquía mediadora puede ser muy importante en el concierto internacional si se convierte en el referente que haga que las transiciones actuales vayan hacia el lugar adecuado, el de la ganancia en libertad y progreso hacia unas metas de convivencia nacional e internacional. Turquía no es un país terminado; todavía tiene que realizar avances en muchos sentidos en beneficio de su propio pueblo que, es evidente, ha optado mayoritariamente por el modelo que su líder nacional le ha propuesto. Si Turquía consigue cumplir sus objetivos, habría convertido en realidad simbólica su situación geográfica, un puente entre dos mundos. Y habría hecho un gran favor a otros pueblos. Puede que esta gira de Erdogan sea de gran eficacia. Su recorrido es el de los pueblos que llegan a la libertad. Les ha dicho que no están solos y que es posible.


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