viernes, 16 de septiembre de 2011

Ética de la escucha

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No hay arma más poderosa que el diálogo. Pero el diálogo es solo un segundo paso; el primero es escuchar. La importancia del diálogo no es que los otros nos escuchen, sino la transformación que produce en nosotros. Poseídos por el demonio de la acción, no somos ya capaces de percibir que la verdadera transformación es la que se produce en nosotros sin apenas percibirlo. El modelo del falso diálogo político —verdadero ejemplo de sordera— se ha ido apoderando de los otros modos de diálogo y la mayoría se han convertido más en escaramuzas dialécticas que en verdaderos diálogos. Los falsos diálogos se convierten en palabras arrojadizas, en trifulcas, o en negociaciones, en las que lo que se busca es sacar el máximo provecho del otro en el encuentro.
Esta misma idea de sacar provecho guía en ocasiones las intervenciones en otros países con efectos muy variados. La imagen de las empresas británicas y francesas haciendo cola en Libia puede ser muy efectiva y necesaria incluso para los libios, pero carece de estética, ya que no le niego las posibilidades de solidaridad. Mantengo el beneficio de la duda y no les atribuyo el puro deseo de hacer negocio.

Sin embargo, creo que es importante que junto a esas colas de empresas que se dedican a la reconstrucción de países y a su desarrollo, se formen otras de personas deseosas de escucharles. Occidente está demasiado pagado de sí mismo como para escuchar. Le parece una pérdida de tiempo, algo innecesario dado el principio irrenunciable de su éxito material. Sin embargo, siendo el desarrollo material importante para pueblos en los que la muerte y el dolor son visitantes fijos, es necesario abrir otras puertas.
No hay que ir a los sitios exclusivamente a cambiarlos. También hay que aprender a escuchar. Tenemos profesionales de la escucha, personas que nos cobran cada día por escucharnos. Hay ventanillas tras las que hay alguien que recibe un sueldo por escucharnos. Hemos burocratizado la escucha, institucionalizado las quejas en un formulario que se nos devuelve sellado para que quede constancia. Pero ninguna de esas personas se transforma. Son receptáculos institucionales de tu queja e indignación.
La escucha es dejarse cambiar, es la esencia del auténtico diálogo. No es negociación; es entrega paulatina, un dejarse transformar para acercarse a la piel del otro, un deseo de adquirir su perspectiva mediante los cambios que vamos experimentando. La escucha es, en última instancia, un viaje que nos aleja de nosotros mismos y nos lleva a un nuevo destino: el otro. Cuando ese diálogo es fructífero y sincero, el otro se ha ido modificando porque también se ha abierto a nosotros. El diálogo profundo se produce cuando cada pregunta es el resultado de la transformación que nos ha causado la escucha. Si el que pregunta nos pregunta lo mismo que si no hubiese escuchado, no ha existido verdadero diálogo. Cuando alguien nos pregunta algo y le decimos «no me has escuchado» es que no ha existido diferencia entre su presencia y su ausencia. Está más preocupado por lo que quiere preguntar que por lo que yo le pueda decir.


Sería deseable que mucha de la gente que va por el mundo con el saludable deseo de transformarlo, también metiera en su maleta el deseo de transformación propia, de regresar transformado, de volver un poco menos el mismo que partió. Lo triste es regresar igual que se partió. Se nos tiene que notar dónde hemos estado.
Me gustaría que al igual que van hombres de negocios, fuesen también los escuchadores naturales: los artistas y poetas, los filósofos…, los que son capaces de distinguir la pobreza material de la riqueza espiritual que muchos de esos lugares atesoran y que solo la conciencia obsesionada por lo material puede ignorar. La conciencia egocéntrica parte de la propia superioridad y dirige con firmeza un mundo al que ve como subordinado. Por eso debemos ser humildes, alejarnos un poco de nuestro ego satisfecho y esclerótico, para poder dejarnos llevar por lo mucho que tienen que ofrecer personas y culturas. No hay verdadero diálogo en el paternalismo.

Escuchar no es algo que uno deba hacer mirando de reojo el reloj. Escuchar es algo que uno debe hacer olvidándose de que existe un reloj en nuestras muñecas. El día en que en vez de visitar a los demás con la calculadora en la mano, lo hagamos con la libreta de notas querrá decir que habremos cambiado nuestra actitud, que además de enseñar estamos dispuestos a aprender.
La ética de la escucha es el reconocimiento del valor del otro, de su capacidad de enseñarnos algo, del valor de su forma de ver el mundo. Escuchar nos ayuda a liberarnos de las trampas inconscientes en las que vivimos. La soberbia y la prepotencia son las peores y más dañinas enfermedades culturales y personales. Si la pobreza económica no mata la riqueza espiritual, la riqueza material, en cambio, puede secar corazones y cerebros, convirtiéndolos en meras máquinas de cálculo.
Tenemos que invertir en escucha; traer a sus artistas, a sus poetas, a sus pensadores a que nos hablen, a que nos muestren, a que nos transformen… Hay que mostrar que, además de tener necesidades, son generosos con lo que tienen.



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