sábado, 10 de septiembre de 2011

El pueblo que no amaba los tomates

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Debo confesarlo desde el principio y atenerme a las consecuencias: no me gusta que la gente se tire tomates, ni siquiera por una buena causa. De hecho, no me gusta que la gente se tire nada, pero en el caso de la comida me pone nervioso. Soy de una generación a la que se le contaban aquellas cosas tan horribles del hambre y la posguerra a la hora de la comida para que no quedara nada en el plato. ¡Siempre había alguna historia de un pariente desnutrido por los efectos de la guerra, alguien que había comido cascaras de patatas o cualquier otra cosa! ¡Eso si que era reciclar! ¡Cuántos kilos no habré cogido por negarme a que en mi plato, en el de mis amigos o mi familia quedara nada abandonado! En mi cerebro existe una lucecita que se enciende cuando descubre comida abandonada. ¡Es pecado!, nos decían. Y si el pan se te caía, había que darle un beso, lo limpiabas y te lo comías. ¡Qué tiempos, qué historias! ¡Qué cosas para que no quedara nada en la mesa!

Me imagino que, como consecuencia de aquellas obsesiones sobrevenidas, ahora me ponen nervioso estas batallas campales en las que la gente se pelea lanzándose toneladas de tomates y se revuelcan en ellos.  Lo siento, pero me pongo de los nervios y cambio a otro canal en donde me hablen de cosas normales, como terremotos y guerras, caídas de Wall Street y campeonatos de algo.
Lo del lanzamiento de tomates me parece signo de un cambio hacia un modelo que no me acaba de gustar nada: el de país-recreativo. Aquí nos traemos la Warner, el Disneyland, Las Vegas a los Monegros, y las pirámides si hace falta. Acabaremos siendo los billares de Europa.
Para mí los tomates son para hacer ensaladas o cocinar el bacalao o, no sé, un fresco gazpacho veraniego. Me acuerdo de aquello del hambre en el mundo y veo toda esa gente que se lo pasa tan bien así, que me da cargo de conciencia. Y no lo puedo evitar. Sé que han hecho el cálculo y les sale que si se tiran los tomates ganan cinco veces más que si se los comieran, pero no me consuela nada. Tú haces la Semana de la Ensalada en tu pueblo y no va ni el tato; pero haces la “tomatina”, la “patatina” o la “boniatina” y te forras porque se llena de gente que, además de tirarse los tomates, consume lo que le pongan por delante o por detrás.

La "tomatina" de Buñol

Los más listos de cada localidad se ponen a pensar qué se pueden tirar para que el pueblo se ponga a tope de lanzadores eufóricos, que en el fondo lo del tirarse cosas no es más que una excusa para llenar hoteles y pensiones, bares y estómagos. Y como tengas un buen balcón que dé a la plaza, te forras. Luego te cuentan que hace sesenta años dos zagales aburridos se tiraron un tomate a la cabeza por no tirarse una piedra y que se divirtieron tanto que al año siguiente llamaron a sus primos y amigos. Y, nada, ya tienes montada una industria local del sector del ocio y la hostelería. Haces camisetas con “I love Tomate” o lo que toque, lo registras todo en la propiedad intelectual y a trabajarse la imagen de marca, que hay mucha competencia en lo del lanzamiento nacional. Ya se han pasado los tiempos de colgar la alfarería en la entrada del bar. Ahora sin un buen documental y una página web en condiciones no eres nadie en esto del turismo cultural.
Como el modelo tomatero ha cundido, ahora tenemos a media España tirándose cosas. Hay batallas del agua, de la harina, del vino..., de todo aquello que te sobre y no vendas.


Cada uno se lanza lo que sea con tal de reunir a la gente y que hagan unas consumiciones. Es el negocio nacional, sin discusión. Invitamos, con nuestra hospitalidad de siempre, a que vengan turistas de todas las partes del globo a tirarse cosas a la cabeza por toda la geografía. La “ruta del lanzamiento” sustituye a las viejas fiestas patronales, que son desplazadas fuera de la temporada alta por los lugareños más piadosos, no sea que, enfervorizados y confundidos, le lancen también algo a la imagen centenaria que sacan en procesión. A estas patronales solo regresan los hijos del pueblo y se viven en familia, recogidas. Pero las otras, la de tirarse cosas, esas al centro de la temporada alta, con precios por las nubes, que total es una semana y hay que hacer caja para todo el año.

La "batalla del agua" en Vallecas
La "batalla del vino", Haro (Rioja)

Hace veinte años decíamos que ¡cómo íbamos a ser europeos con la cantidad de festivos y puentes, que así no había manera! y que había que modernizar el país para sacarlo del sopor de tanto acueducto laboral y cafetito de media mañana. Pero, mira por dónde, pasados los años vivimos de los festivos, de los moteros, de los peregrinos, de la Expo, Mundiales diversos, Olimpiadas, etc., con las que el destino, las relaciones internacionales y alguna que otra mariscada y tablao ofrecidas a los que deciden las sedes de las cosas nos han agraciado. España debería empezar a llamarse la “Santa Sede”, porque nos apuntamos a un bombardeo organizativo con tal de que se nos junten por aquí unos cuantos miles o decenas o cientos de miles, a ser posible. No sé qué pensará el Vaticano, pero si ellos lo dejan libre, lo reclamamos también. Ya hablamos nosotros con los agnósticos y les mostramos los números para que vean que trae cuenta. Y lo ponemos en la Constitución, si es necesario.
Y así estamos. Todo el día lanzando cosas. Hasta los turistas se lanzan por las ventanas de los hoteles poseídos por no se sabe qué virus arrojadizo. Tomates, agua, harina, vino, turistas..., lo que haga falta con tal de concentrar gente.


Hemos dejado de exigir que los tomates tengan sabor y ya solo pedimos que tenga el tamaño y la consistencia adecuados para un buen lanzamiento. Ya no buscamos tomates sabrosos, sino bien equilibrados. Hemos dejado de amar a los tomates y los hemos convertido en “tomates objeto”. Esto es la "intifada nacional".

La "batalla de harina", el "domingo faraleiro" de Xinzo (Orense)


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