martes, 20 de septiembre de 2011

El olvido de la palabra

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cuestión es la siguiente: ¿se puede aprender algo que no se entiende? Es lo que nos plantea E. D. Hirsch Jr. desde las páginas de opinión de The New York Times. Hirsch comienza señalando: «The language competence of our high schoolers fell steeply in the 1970s and has never recovered.»* Es la constatación que año tras año se produce al comprobar los resultados de las SAT, las pruebas de admisión para los Colleges. El descenso de la competencia lingüística ha ido disminuyendo desde que se produjo lo que se ha dado en llamar “the Great Verbal Decline” en los 70. Y esto no ha sido privativo de los Estados Unidos. Se ha especulado sobre las causas, pero los hechos son los hechos.
Hirsch Jr. señala respecto a las posibles causas:

The most credible analyses have shown that the chief causes were not demographics or TV watching, but vast curricular changes, especially in the critical early grades. In the decades before the Great Verbal Decline, a content-rich elementary school experience evolved into a content-light, skills-based, test-centered approach.

E.D. Hirsch Jr.
Los efectos no son producidos —nos viene a decir—  por elementos externos al sistema, sino que es el propio sistema el que produce estos desajustes. En resumen: el sistema falla, pero no lo reconoce. Sigue adelante con esos efectos negativos, como la máquina que hace ruido pero corta bien el césped. El ruido es molesto, pero la máquina hace lo suyo. Aquí la máquina hace ruido y, según parece, el corte no es bueno.
Hace unos años, los docentes nos buscábamos perplejos por los pasillos de la Facultad preguntándonos si era una ilusión personal o si se había producido un empeoramiento espectacular en la condiciones de la comprensión de nuestros alumnos. Muchos coincidíamos en la misma observación. Cuando algo así ocurre, cuando la nueva remesa de estudiantes llega y, para bien o para mal, notas un cambio significativo, eso quiere decir que un cambio brusco se ha producido en algún nivel anterior de sistema educativo.
Empeñados en considerar técnicamente los problemas, es cada vez más frecuente que olvidemos su realidad primera. Creo que la enseñanza adolece de este problema: demasiado empeñada en afinar el violín, ha olvidado para qué sirve el instrumento. Hemos convertido el sistema educativo en una especie de preparación moldeadora de las personas para objetivos que no son los de la persona, sino los del sistema. Se intenta, mediante la ingeniería educativa reorientar al ser humano hacia metas productivas, presididas por objetivos de eficacia, rentabilidad, especialización, etc. Algo que nos es ajeno como seres naturales  y cada vez más incómodo como personas.

El gran salto de la educación se produjo cuando se quiso formar ciudadanos. Hoy no tengo demasiado claro lo que queremos formar, pero sí tengo claro que se olvidan demasiado a menudo los objetivos personales de formación. Los individuos están empezando a considerar que la educación es algo que se practica contra ellos, que cercena sus posibilidades de desarrollo en beneficio de modelos e intereses ajenos.
La idea de Hirsch es que la desatención del aprendizaje de la palabra y de la comprensión, sustituida por diversas formas de aprendizaje centradas en otro tipo de “habilidades”, produce un retroceso que no es solo el del lenguaje. Esta merma lingüística repercute en todo el proceso de aprendizaje, ya que el lenguaje es el elemento de mediación de cualquier otro proceso. El olvido de la palabra tiene sus consecuencias.
El lenguaje verbal y su aparataje cerebral es una de las grandes maravillas de la evolución de la vida, su elemento más refinado. Quizá por utilizarlo como una herramienta natural no somos conscientes de lo que supone realmente, su papel doble comunicativo y organizativo del mundo y la experiencia. Empeñados en la adquisición de “destrezas” de otros órdenes, hemos separado algo que está profundamente unido: nuestro procesamiento de la realidad y la comprensión del mundo a través del lenguaje.


No se trata solo de un aspecto cuantitativo de la palabra, la merma del léxico, planteamiento simplista. El problema va más allá, hasta el razonamiento y la comprensión, que tienen en la palabra su asentamiento. No es casual que la filosofía del siglo XX se haya centrado en la palabra, desde la “casa del ser” heideggeriana hasta la abstracción de la Lógica, que es un intento de lograr una lengua carente de ambigüedad y uso preciso. Ya sea indagando en los recovecos etimológicos de su origen, ya sea reduciéndola a la máxima síntesis del proceso desnudo del razonamiento, la Palabra es el centro de nuestra dimensión humana, filosóficamente hablando, pero también desde la perspectiva evolutiva.
Ya sea como comunicación o como comprensión interiorizada de lo exterior e interior a nosotros, la palabra nos es necesaria y la estamos perdiendo entre técnicas y teorías cuyo resultado es empobrecedor, tanto comunicativa como cognitivamente. Preocupados exclusivamente por formar para el sistema productivo, hemos perdido de vista las necesidades personales anulándolas en su raíz.

* E. D. Hirsch Jr.: “How to Stop the Drop in Verbal Scores”, The New York Times 19/09/2011 http://www.nytimes.com/2011/09/19/opinion/how-to-stop-the-drop-in-verbal-scores.html?src=me&ref=general



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