viernes, 30 de septiembre de 2011

Oportunidades: ¡viva el desastre!

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
«Esto es lo mejor que nos puede pasar, pero que estalle ya.»* Quienes dicen esto son los empresarios de la isla canaria de El Hierro que desean convertir el probable estallido volcánico en un mega espectáculo al que sacar una rentabilidad turística. Ha cundido la teoría de “esto no es una crisis, es una oportunidad”, que es como decir que la caída del Antiguo Régimen fue una oportunidad de vender cuchillas para la guillotina.
Ver los desastres como “oportunidades” es una práctica cada vez más extendida. Recuerdo la venta inmediata de camisetas con la inscripción “Yo sobreviví al terremoto” en un seísmo de 6’9 en 1989 en la ciudad de San Francisco. Murieron cientos de personas. Algunos voluntarios buscaban entre la ruinas con las camisetas con el lema puestas. Todavía hoy existe toda una industria posterior de conmemoraciones del terremoto del 89 en San Francisco y la zona.
Pero la cosa no se queda ahí. Convertir los desastres en oportunidades es lo que llevó a un ciudadano norteamericano, coleccionista de arte vinculado con el automóvil  —artilugio por el que los norteamericanos sienten en general devoción—, a comprar un coche que había sufrido la caída masiva de ladrillos durante el terremoto y cuyas abolladuras debieron parecerle terriblemente sugerentes desde el punto de vista estético. El resultado es “Art car 17:04”,  llamado así por hora del terremoto, una pieza de coleccionista, con la Madre Naturaleza como autora. El coche le salió barato y, en cambio, ahora es poseedor de una pieza única. ¡Oportunidades!

"17:04": el coche y su feliz propietario
No es de extrañar pues que la isla de El Hierro quiera su desastre particular para que los turistas que desean paz y sol sean sustituidos por los amantes de lava, cenizas volcánicas y mucho ruido. ¡Un cambio radical! Ya puestos, yo contrataría a Jean-Michel Jarre para hacer un concierto desde una plataforma flotante frente a la isla, en zona segura, y alquilaría barcos  para poder asistir. Sería como un autocine, un drive in, pero con barcos. ¡Oportunidades!

Si no tiene terremotos cerca, no se preocupe
Sin embargo, los amantes de las catástrofes-oportunidades van mucho más allá. En esta escuela se encuadran, por ejemplo, los que desean que se deje hundir a Grecia considerándolo como una catástrofe natural del mercado. Lo mismo se aplica a bancos, empresas, y a todo bicho viviente porque, por ser bicho, está sujeto a las normas de supervivencia y extinción naturales. Cuantas más catástrofes, más oportunidades, según la regla. La teoría de la oportunidad catastrófica cree que existe la mano invisible y que, además, va dando bofetadas a diestro y siniestro. Nada de palmaditas, bofetadas en forma de todo tipo de desastres. Todo esto debe afrontarse con optimismo, apartando cualquier visión negativa. ¡Oportunidades!

Hay muchos más casos y la teoría está muy extendida, aunque no siempre asuma su denominación de origen. Algunos ven bien que los partidos se hundan tras cierto tiempo en el poder. No me refiero a la oposición, sino a los mismos partidos. Son las catástrofes internas. Los partidos tienen su propia oposición interna que también desea oportunidades catastróficas por más formalitos que los veamos. Así otros tienen la oportunidad de ascender y ocupar los puestos a los que se aferran los que los han llevado al desastre electoral.
La lucha que el candidato Pérez Rubalcaba mantiene con el aparato del partido** para colocar a su gente en las listas frente a los que teóricamente salen es representativa de este proceso. El problema es que pensamos erróneamente que la política es una lucha por el poder. Eso ocurre cuando tienes oportunidad de ganar, pero cuando no las tienes, la política es la lucha por el sueldo de diputado, concejal o lo que sea. Por eso este empeño en colocar cada uno a los suyos en puestos en los que puedan salir elegidos. Al reducirse el número de diputados posibles, aumenta la disputa por los puestos. Pura matemática darwinista. Algunos han elegido por su propia voluntad desaparecer antes de que otros les apliquen la regla de las catástrofes y las oportunidades.


La teoría ha sido expuesta con total descaro —y causando auténtica irritación popular — por un bróker durante una entrevista en la BBC. Sin pudor alguno, se confesó amante de los desastres, de las crisis, porque donde los demás ven desgracias él ve “oportunidades”. Es el triunfo del relativismo, sobre todo, moral. La crisis es su oportunidad de enriquecimiento, algo que no es solo él quien lo piensa, sino que está en la mente de todos los que se están dedicando a la especulación o, simplemente, a los que hacen negocios con las enfermedades, las guerras, etc. La teoría se expuso con tanto descaro que se llegó a pensar que era una maniobra publicitaria, que es la forma de engañarnos cuando lo que escuchamos nos parece excesivamente provocativo. Pero no, los especuladores voraces forman parte de la realidad. Goriot, el personaje de Balzac, ya se había hecho rico especulando con el trigo durante las guerras napoleónicas. Teniendo en cuenta que el valor proviene de la escasez, las oportunidades son siempre a costa de la carencia ajena. La cuestión problemática son los límites y con qué se especula.
La frase “hacer de la necesidad virtud” podría aproximarse a esta teoría cruenta de las catástrofes. Las catástrofes son las que son, pero los oportunistas somos nosotros, que somos capaces de mirar las necesidades como auténticos buitres carroñeros, excediendo en ocasiones los límites del pudor expositivo. Los empresarios de El Hierro, los combatientes políticos, el coleccionista de arte automovilístico, el bróker deslenguado…, todos son ejemplos de que de lo malo siempre se puede sacar algún beneficio. El problema está en cuando eres tú el que lo provoca o lo desea. Esas ya son otras teorías: la del parásito social y el enfermo moral.

* “Los que no temen al volcán”. El País 30/09/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/temen/volcan/elpepisoc/20110930elpepisoc_4/Tes

** "Rubalcaba libra un pulso con el aparato de PSOE para pactar sus listas". El País 30/09/2011 http://politica.elpais.com/politica/2011/09/29/actualidad/1317326382_504932.html

Ciudadanos observando el terremoto e incendio posterior de San Francisco en 1909


jueves, 29 de septiembre de 2011

El peor crimen es el silencio: La muerte de @NenaDLaredo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las muertes terribles de dos periodistas primero, Marcela Yarce  Viveros y Rocío González, y de una tercera hace unos días en México nos traen de nuevo la sangrienta realidad de un país en el que informar es una actividad altamente peligrosa.
@NenaDLaredo era el alias de María Elizabeth Macías Castro, asesinada el 24 de septiembre, redactora jefe del periódico Primera Hora, de Nuevo Laredo, ciudad fronteriza con los Estados Unidos. Macías Castro mantenía los foros abiertos para que los ciudadanos pudieran denunciar las actividades delictivas y sacar a la luz la triste y trágica realidad de un México sometido al terror del crimen organizado. "Seguimos denunciado gracias por sus reportes" fue su último mensaje antes de aparecer muerta, decapitada.
Ser periodista en México no es como serlo en otros sitios, en los que puedes informar cómodamente, tienes libertad para decir lo que piensas y lo más que puedes perder es el favor de algún político molesto. En México, el periodista escucha dentro de sí una voz permanente que le dice que se ocupe de los amores de actores y actrices, de los goles del domingo o de cantar las excelencias gastronómicas, que se ocupe de cualquier cosa menos de lo que tiene delante, de lo que ve y escucha cada día.

La periodista asesinada María Elizabeth Macías Castro
 El "Seguimos denunciado gracias por sus reportes" de María Elizabeth Macías Castro debería inscribirse en placas doradas en todas las Facultades y escuelas de Periodismo del mundo para hacer ver que ser periodista no es un trabajo como otro cualquiera, que exige el desarrollo de una conciencia individual para poder mantener viva la colectiva.

La exposición de los periodistas a los peligros de informar es el riesgo que se asume con esta profesión cuya grandeza está en la defensa de los derechos de los demás. Los miles de integrantes de las redes que la periodista asesinada gestionaba confiaban en ella como profesional y confiaban en ella como voz de sus denuncias. El "seguimos denunciado gracias por sus reportes" nos muestra las dos partes del compromiso periodístico: con su profesión y con sus lectores. Y solo se puede mantener ese doble compromiso como un acto de ciudadanía, como una firme creencia en el valor de la denuncia como conciencia civil.
Con la denuncia se mantiene vivo el espíritu que reconoce la diferencia entre lo que está bien y el mal intolerable. Cuando se renuncia a denunciar se renuncia a toda una larga cadena de sentimientos, valores y derechos. Cuando se deja de denunciar, se renuncia a uno mismo. Por eso la voz de la denuncia que la periodista asumió, es la voz reunificada del sentimiento de no ceder ante una presión infame que no busca solo el terror sino la anulación de las personas consumidas en su miedo. La voz de la denuncia es el resquicio último que le queda al ciudadano ante un estado inoperante y tardío, incapaz de frenar una situación que se ha convertido en parte de la realidad mexicana.


El crimen ha creado su propio México, un anti-México paralelo que se va tragando al México positivo de las gentes de bien. Y se lo traga mordiendo antes con saña en las partes que se le resisten: la prensa, la policía, los jueces, los políticos… que se niegan a entregar su ideak de un México democrático y en paz, de un país de Libertad y de Ley.
Cada día mueren periodistas en muchas partes del mundo. La mayor parte suele ser en situaciones de guerra, en conflictos entre dos bandos, nacionales o internacionales. En México no existe una guerra entre dos bandos; existe un enfrentamiento entre un mundo civilizado, integrado por la idea de derechos humanos, de justicia y libertad, y un mundo que lo niega y cuya finalidad es el triunfo de una sinrazón basada en la fuerza y el terror. En México no hay dos versiones, no es necesaria la equidistancia, no más que la que hay entre la muerte y la vida.
Los periodistas mueren en México porque escuchan y dicen. Escuchan a una ciudadanía que se resiste a la sinrazón, a dejarse secuestrar por el miedo y el mero deseo de sobrevivir, y dicen para hacer ver a los que todavía creen en un México civilizado, que ese mundo es posible y no están solos.
Cuando hablamos de “opinión pública” olvidamos muchas veces que esa fórmula retórica esconde una voluntad conjunta de dotarse de unos valores comunes. La opinión pública es el lugar de encuentro de voluntades y valores, el punto de confluencia en el que lo que deseamos se identifica como propuesta colectiva. Los periodistas contribuyen a su configuración, articulación y mantenimiento. Una sociedad en silencio es una sociedad muerta civilmente.
El último mensaje de María Elizabeth Macías Castro usa el “nosotros” implícito en el  “seguimos” porque era consciente que con esa pluralidad se ofrecía la garantía de la continuidad y la fuerza del conjunto social. El “seguimos” es un compromiso de los profesionales, de la profesión misma, con el ciudadano que denuncia. Sigan denunciando y seguiremos dándoles voz, quiere decirnos su mensaje, para que cada día ese coro que reclama justicia y paz sea más grande y logre silenciar a aquellos que matando al periodista y diseminando cruelmente su cuerpo pretenden que en México exista un gigantesco silencio impune.
El lema “El peor crimen es el silencio” es el que los periodistas mexicanos han elegido para mostrar su determinación de seguir informando. Junto al cadáver decapitado de la periodista Macías Castro apareció un infamante cartel dando cuenta de su “castigo” por hablar y dejar que otros hablaran con sus denuncias en los foros. ¡Ingenuos asesinos que creen que la palabra se corta con la misma eficacia criminal con la que cortan cabezas! Cada vez que reducen el número, aumenta la semilla y se condensa el valor en el resto. Cuando matan a un periodista, quieren acabar con algo más que con la persona. Cuando un periodista muere, todos perdemos una parte de nuestra voz. Afortunadamente son muchas y claras.


El infame mensaje dejado junto al cadáver de la periodista


miércoles, 28 de septiembre de 2011

Claves internas, claves externas: la economía en 3D

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las condiciones que se exigían a los estados para ingresar en la Unión no se han mantenido una vez dentro del club. Las exigencias eran para entrar. Después algunos han puesto los pies encima de la mesa.
La queja con la que Angela Merkel contribuía ayer a la trifulca europea iba en este sentido. La canciller alemana exigía con contundencia herramientas para poder mandar ante los tribunales a los países que aprobaran presupuestos imposibles. Y no creo que esta vez sea algo que haya que entender en clave interna. Lo dice en serio y probablemente tiene toda la razón. La creencia que se está extendiendo por la mayor parte de Europa es que existen los países que trabajan con seriedad y los que viven del trabajo de los demás, los parásitos económicos europeos. No hace falta decir que entre ellos nos incluyen a nosotros, los españoles. No sé si es verdad o mentira, el caso es que es lo que creen. Evidentemente, sí importa si es verdad o no, pero a los efectos de la caída libre de la crisis es más importante ver la velocidad y contundencia con la que se buscan culpables porque son las semillas de los próximos pasos. Aquí se pasa de “salvadores del euro” a “inquisidores generales” en la misma sesión.


Es evidente que los bancos alemanes y franceses que han comprado cantidades de deuda griega y se encuentra ahora expuestos al desastre no buscaban hacer obras de caridad. Todos contaban con que el riesgo era asumible, porque el “peor escenario” no es el que se piensa en la hora de la compra. La idea es apretar las clavijas todo lo posible para aumentar la rentabilidad de la deuda sabiendo que Europa está detrás. Los que piden que se deje caer a Grecia buscan dar una lección al sistema, como cuando dejaron hundirse algunos bancos americanos para que se dejara de contar con la teoría de que no se deja hundirse a nada que tenga cierto tamaño. Lo cierto es que esta teoría se ha visto puesta a prueba con el tamaño creciente de las entidades que se han hundido cuando muchos creían que serían salvadas, precisamente, por su tamaño.
La teoría de que a los grandes no se les deja caer, lleva a perversas consecuencias si los especuladores cuentan con ella. Parte de los extraños movimientos de especulación que estamos viviendo provienen de la aplicación de esta teoría por parte de los que les gusta jugar con fuego. Bancos y países esperan apilados, próximos a las hogueras especulativas, con la inconfesa esperanza de llegar al límite en el que asegurar las máximas ganancias. Así es la inversión especulativa, la del alto, alto riesgo, una ruleta rusa.
Sí tienen, en cambio, interpretación en clave interna las palabras de Obama sobre Europa. El presidente norteamericano ha entrado ya en campaña. Unas veces en autobús y otras a golpe de medio, Obama trata de desviar la atención de la economía norteamericana, patria del desastre y maestra de las malas maneras que —es cierto— hemos copiado con alegría. Barack Obama necesita recuperar algo de la imagen de contundencia que ha perdido por los diferentes y sucesivos pulsos que los conservadores le están lanzando permanentemente. Si le toca arremeter contra Europa y responsabilizarla de la crisis, pues nos toca a nosotros escucharlo. Algunos le han contestado sin demasiadas razones, como nuestra ministra Salgado, porque tampoco hay mucho que decir. Obama, que arremetía contra las agencias de rating por hablar demasiado y perjudicar al país, traslada sus quejas y dedo acusador a los demás, que se han limitado a imitar el modelo al que él no se ha atrevido a poner límite en su casa, que es la de todos a ciertos efectos, tal como le han recriminado sus propios y más fieles seguidores.



Merkel y Obama contemplan una economía bidimiensional, plana, que se recrea artificialmente en una ilusión de realidad, la suya. Centrados en sus economías, les falta la perspectiva que les permita introducir los problemas ajenos. En una economía global, las soluciones tienen que ser globales. Si se contemplan solo algunos aspectos de los problemas, los de los demás, si se ignoran, acaban arrastrándonos, como se demuestra cada día. El 3D verdadero debe ser la suma de los dos colores, azules y rojos, la suma de los problemas internos y externos.
La economía mundial no se arregla con declaraciones, como parecen entender algunos países, sino tomando medidas para evitar errores pasados y todavía presentes. Los recortes y austeridades pueden ser necesarios, pero no van a la raíz del problema especulativo ni del peso excesivo de una economía con demasiada carga financiera y poco productiva. Si el dinero no fluye de la especulación a la producción, difícilmente se reactivarán el empleo y el consumo. Estos son los efectos de haber ido descapitalizando poco a poco a grandes sectores de la población, de ir concentrando la riqueza en los más ricos y olvidarse de que para poder consumir hay que tener algo que gastar, y que para tener algo que gastar hay que tener un empleo, a ser posible estable y suficiente. Por eso la creación de empleo —nuestro fuerte— es prioritaria.


Lo que se aplica a la economía de los países, se debe aplicar a la propia eurozona. Que tengamos una moneda común no significa que tengamos todos lo mismo para gastar. Si se acumulan desequilibrios productivos, como está ocurriendo, es fácil que la tentación de la deuda prenda en unos gobiernos que aceptan lo fácil, endeudarse, pero no son capaces de crear la producción necesaria para devolver lo prestado con sus crecientes intereses, origen del problema actual. El reparto de papeles en Europa ha concentrado las potencias productivas pasados los años y esos desequilibrios deben ser revisados. Mientras no se realice un crecimiento más armonioso que busque un necesario reequilibrio permanente, los problemas de la eurozona reaparecerán cíclicamente.

Una vez más: Europa tiene que sumar a sus ideales de crecimiento, los de reparto de su crecimiento. Parte del problema es la indefinición europea entre los países como unidades productivas independientes y esa “marca Europa” que encubre desigualdades grandes por desatención. Evidentemente ha y que exigir unas responsabilidades a los gobiernos, pero sobre todo la responsabilidad de crecer bien y no solo la de “gastar” bien o moderadamente, como está haciendo aquellos que quieren seguir siendo ellos mismos y que los demás no se les conviertan en lastre. Hay que ir más allá. Pero esto es fácil decirlo nosotros que estamos por debajo. Lo tienen que asumir los que están por encima. Angela Merkel debería ir más allá en sus exigencias de limitar el gasto y pedir crecimiento, pero —ah, amigo—, si crecemos todos, competimos y eso es otra cosa. Es la Europa de la boca chica.
Los que crecen siempre están satisfechos con lo suyo y descontentos con lo de los demás solo si se trata de gastar. Los que nos hemos visto paulatinamente desprovistos de tejido industrial gracias a las deslocalizaciones, desprovistos de la investigación gracias a que son ellos los que lo hacen, nos quedan pocas oportunidades de desarrollo. Entre la potencia investigadora de unos y los bajos precios productivos de otros, nos quedamos en medio. Sin exportar y sin innovar, solo queda servir cafés y rogar para que haga buen tiempo en nuestras playas y revoluciones en los países de la competencia. Te queda el extraño papel de gastar como alemanes y trabajar como chinos. Gasta como rico y trabaja como emergente.
Hemos aceptado demasiado fácilmente un destino que nos condenaba a ser ese país intermedio al que se le pueden vender muchas cosas, las que unos inventan y las que otros producen. Se paga con creces renunciar a tener objetivos presentables, de superación más allá del destino inmobiliario y turístico. Está bien que Ferrán Adrià innove en lo alto de su montaña, pero son los buenos platos de cuchara los que llenan el estómago del resto.



martes, 27 de septiembre de 2011

Lecciones con sangre

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay algo perverso en el fondo de cómo se está llevando todo esto. De golpe, caen las caretas y dejan de existir por innecesarios los políticos, que son los que se están demostrando como el eslabón más débil, como el capitán borrachín de tantas películas clásicas. Desde el momento en el que los mercados pueden dictar las políticas nacionales, los políticos sobran. Hablar de ellos como la representación de la voluntad popular pasa a ser una ironía, una falacia absurda.
Las interacciones entre el mundo y quienes lo gobiernan son transmitidas por agentes oraculares, como David Beers, director de calificaciones de deuda soberana de Standar & Poor’s, una de las agencias de rating. Hay mucho de obscenidad en cómo estas agencias se están manifestando. La altanería de su pragmatismo va creciendo conforme la debilidad de los países se manifiesta. Atrapados por la acumulación de sus propios errores y carencias, los países deben asistir impotentes a estas manifestaciones descarnadas en las que su soberanía se muestra como una ilusión ridícula. Ha señalado el director de calificaciones de S&P:

Las implicaciones de una doble recesión para las calificaciones de los países desarrollados dependerán entonces de cómo los Gobiernos respondan a la crisis de confianza, raíz de la debilidad económica, ha explicado Beers.
Esa respuesta debe ir más allá de la rebaja del déficit y afrontar las preocupaciones de los mercados sobre los posibles hundimientos de bancos y centrarse en los causantes del déficit, principalmente la sanidad y las pensiones públicas.
"Si los Gobiernos no son capaces de centrarse en los impedimentos que a largo plazo obstaculizan el crecimiento, entonces la austeridad por sí sola no va a ser suficiente para generar crecimiento", ha señalado Beers en referencia expresa a Italia.*

La aplicación de una teoría del valor de cambio a países enteros, como objetos de mercadeo, con su cotización bursátil ascendente o descendente, en las que hay que bailar ante un público invisible, pervertido y onanista, que asiste al espectáculo degradante de la exhibición de las miserias nacionales para que le arrojen unas monedas al final del espectáculo, tiene algo de infamia.
El lenguaje descarnado y profesional no oculta nada, es obsceno. Y entre las cosas que muestra, hay esencialmente dos cosas: la inutilidad de la voluntad de los gobiernos, cuyos movimientos por tanteo son dirigidos por subidas y bajadas bursátiles y de calificaciones (“caliente, caliente; frío, frío”) por ese público mirón desde el fondo de la oscura sala; y, en segundo lugar, el abandono de las inversiones sociales, consideradas dinero improductivo.

La primera parte, la evidencia de la inutilidad de los gobiernos, hasta haciendo que los electorados se muevan instintivamente hacia aquellos que considera que le pueden defender de esta pérdida evidente de soberanía. El problema está en que las deudas acumuladas por los países son el resultado de las alternancias de los gobiernos, ya que se han producido en tiempo extenso, implicado a todos los partidos que han pasado por el poder. Nos han entrampado entre todos.
Los agentes del mercado toman las riendas de la economía cuando han visto que las acciones son inútiles y pierden el control de sus inversiones en deuda, que los países pueden incumplir sus compromisos por falta de crecimiento. “La austeridad no basta”, ha señalado Beers. Quieren asegurarse el pago de los intereses.
Y es ahí en donde entra en escena la segunda enseñanza: la consideración como inversiones improductivas de la sanidad y las pensiones públicas. Las palabras de David Beers son, como decíamos, obscenas porque eliminan cualquier eufemismo, cualquier cortesía verbal, para atenuar la rotunda claridad de su teoría y visión del mundo. Sanidad, pensiones, educación —los gastos sociales—son considerados como inversiones improductivas, dinero tirado a las alcantarillas por los estados. Ese dinero se debe destinar a elevar la producción para que generen con qué pagar la deuda y sus intereses. Las agencias son meros verbalizadores de aquellos que quieren la máxima rentabilidad de sus inversiones. Y han invertido en países, en deuda soberana. Son nuestros accionistas, los que nos financian, como en cualquier empresa.


La lección que debemos aprender todos —y que nos entrará con sangre— es que generar deuda es caer en manos de estos prestamistas internacionales anónimos que, tal como ocurre en las novelas decimonónicas, acaban controlando tu vida y la de tus hijos y nietos. En esa lección, y por el mismo descomunal precio, se incluyen los efectos de la demagogia de los políticos que utilizan el dinero de mañana para halagarnos hoy y asegurarse los votos con su populismo fácil. Espero que, desde ahora, comprendamos que los conejos que salen de la chistera y tanto nos divierten siempre hay que comprarlos en algún sitio y a precio de oro temporal y material. Los políticos han aprendido, gracias a nuestra candidez y simpleza interesada, que no preguntamos de dónde sale el dinero, sino que nos limitamos a gastarlo y que les damos las gracias sin saber que ese dinero que hoy agitan ante nuestros codiciosos ojos y perezosas manos sale de nuestros bolsillos de hoy, mañana y pasado mañana.
Si han dicho que no basta con la austeridad, vayámonos preparando. Lecciones, con sangre, te da la vida.

* “S&P alerta de que la austeridad por sí sola no basta para generar crecimiento”. El País 26/09/2011. http://www.elpais.com/articulo/economia/S/26P/alerta/austeridad/sola/basta/generar/crecimiento/elpepueco/20110926elpepueco_2/Tes



lunes, 26 de septiembre de 2011

Europa se demuestra andando

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Escribió David Hume en su Investigación sobre el conocimiento humano:

Los tontos son activos propagando el engaño, mientras que los sabios y cultos se contentan burlándose de su absurdo, sin informarse de los hechos en virtud de los cuales puede refutarse. (145)*

Porqué los tontos son tan activos es uno de los misterios de la Naturaleza. Tenía razón Hume en su observación sobre el comportamiento humano. La actividad de los tontos contrasta, en cambio, con la falta de energía de los sabios y cultos, que deciden invertir sus energías en cosas más productivas que combatir la estupidez. ¡Tremendo error! A diferencia del cultivo de la cultura y la sabiduría, que requieren tiempo y esfuerzo, la estupidez, ligera como el viento, se propaga a gran velocidad introduciéndose y asentándose en los lugares más insospechados. La tontería siempre tiene a su favor el número y la facilidad con la que se ponen de acuerdo. Allí donde las personas inteligentes sospesan meticulosamente sus decisiones y juicios, los que carecen de seso se ponen rápidamente manos a la obra con sus disparates contagiosos.

David Hume
La idea de la descomposición de Europa** es de una solemne estupidez. Y esta es su principal garantía de prosperar. Por esto mismo, las personas capaces de construir argumentos  en contra deberían empezar a reservar un poquito de su tiempo para tener las ideas a mano para el caso de una necesidad mayor.
Estamos demasiado preocupados por el euro y es solo una parte del asunto. Me temo que van a ser necesarias las mejores argumentaciones para contrarrestar los efectos de esta situación crítica, que deja en evidencia nuestro pobre europeísmo. Por esto precisamente, para evitar que se propaguen las tonterías, creo que lo más prudente es insistir en el refuerzo de lo que nos une o al menos de aquello en que habíamos quedado todos que nos unía, ya que en estas cosas el querer también cuenta y crea lazos consistentes. Porque de lo que se trata es de querer y no de otra cosa.
Europa se demuestra andando. La solvencia de Europa es la solvencia de la idea de Europa. Europa no es el pasado: es la voluntad de futuro común.  Las disquisiciones sobre qué es Europa están muy bien, pero no resuelven nada. En estos momentos, la crisis del euro es solo la superficie de otra crisis que no es más que la constatación de los débiles lazos europeos.

La estupidez avanza. Los tópicos como forma de antieuropeísmo (I):  la suma de defectos
Tal como se ha ido desarrollando la historia, la única opción sensata es trabajar en una unión europea más allá del euro, porque si solo es este el motivo de nuestra unión, no merece la pena. Es de una gran ingenuidad pensar que todo pasa por el euro, pero es lo que se ha hecho. Cuando se han vendido las “ventajas” de Europa, se ha supuesto que la unión es cuestión de sopesar ventajas y desventajas, una decisión de cálculo. Eso plantea muy poca fe inicial, ya que se basa en el mero interés. Si me viene bien, adelante; si no, me salgo o te echo. Y así no se debe funcionar.

Europa es un acto de fe. Eso es más consistente que ampararse en mitos fundacionales. Es curiosa la mezcla extrema entre pragmatismo económico y mitología europeísta que nos ha guiado hasta el momento. Por un lazo las “razones” del euro y por otro los “mitos” fundacionales, una inexistente Europa pasada. Quizá tenga que ser así y Europa sea un conglomerado de todo tipo de razones y sinrazones. Quizá todas las sociedades lo sean. Pero es importante que no se cimente nuestra unidad en lo más inestable de todo, como es lo económico, porque entonces duraremos poco. Si Europa acumula desigualdades en algo es en lo económico; por eso es un error construir una Europa económica sin una voluntad equilibradora. Muchas de las medidas que se piden ahora, deberían haberse solicitado hace tiempo para evitar que ocurriera esta divergencia. Los esfuerzos por la convergencia económica se deberían haber mantenido y entre unos y otros —más culpa de los gobiernos nacionales, principales responsables— se han olvidado. Los mayores enemigos de Europa son los interesados en que haya grandes diferencias, que existan europeos de primera, segunda y tercera. Hoy, Europa es, de nuevo, la Europa de las grandes desigualdades económicas.
Si no tenemos la capacidad de sobreponernos a nuestras crisis no será fácil sobrevivir. Por eso es importante que las personas serias —no solo las cultas y sabias, como pedía Hume— se pongan a pensar y repensar, más que en lazos, en compromisos que son los que nos deben guiar al futuro. Europa ha estado fallando porque ha dejado de buscar la comunidad real y se ha contentado con la superficie del intercambio. Eso crea una moral débil. Si además de mirarse las cuentas unos a otros, se hubieran dedicado a buscar un desarrollo más armónico, quizá no tendríamos muchos de los problemas que tenemos ahora mismo. Habríamos tenido un mayor equilibrio, pero no se ha hecho así. La "convergencia" no era la entrada en un club; debía ser la voluntad constante de crecer juntos. Y no ha sido así.

Europa debe seguir y Europa debe cambiar. Debemos aprender que si no seguimos un camino firme, que abarque todos los senderos de la unidad y el compromiso, es fácil que se pierda la idea central, que no es más que la voluntad y la fe en una Europa común, en que cuando se diga “europeos” se refiera a una realidad más uniforme. Los que hacen circular los vientos del nacionalismo, la xenofobia, la intransigencia y la intolerancia siembran esa estupidez que, no por serlo, deja de ser peligrosa, tal como nos advirtió Hume.
Puede que haya que trabajar algo más para lograr una Europa inteligente e inteligible, pero se debe intentar. Es una buena idea, aunque avanza más lenta que la estupidez.

* David Hume (1983 3ª): Investigación sobre el conocimiento humano. Alianza, Madrid.

** "La idea de Europa se está apaganado". El País 25/09/2011 http://www.elpais.com/articulo/internacional/idea/Europa/apagando/elpepiint/20110925elpepiint_1/Tes

La estupidez avanza. Los tópicos como antieuropeísmo (II):  los parásitos somos nosotros

domingo, 25 de septiembre de 2011

Las castas solares

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La proliferación de castas es un fenómeno absolutamente preocupante de la deriva de la política mundial. 
A la perpetuación de los dictadores a través de sus familias, como hemos tenido ocasión de ver con los autócratas árabes que están siendo derrocados antes de prolongarse a través de sus hijos (Libia, Egipto o la ya realizada de Siria), le siguen ahora los países democráticos o aparentemente democráticos que los imitan en forma irracional. Una casta es un sistema cerrado, una forma restrictiva de movimiento en el poder, que queda limitado a un número reducido de miembros. La casta va más allá de las monarquías e imperios, que limitan sus círculos a los de la sangre. A lo que estamos asistiendo en los países democráticos es a la instauración de unas castas familiares, a la fusión de los dos sistemas antidemocráticos en uno solo. Se destruye así el principio básico de la alternancia, que no se refiere solo a los partidos, sino a las personas, a la necesidad de que nadie considere que el poder es patrimonio suyo, sino que sea consciente que está siempre al servicio de los otros. Estos políticos "okupas" asaltan el poder democráticamente, sí, pero no es la democracia la que determina sus movimientos ni su inspiración. Más bien la burlan no respetándola con su apego al poder.


El presidente ruso Medvedev nos sorprendía (es una forma retórica de expresarlo) ayer con la noticia de su beneplácito a la entrada en la carrera electoral para las presidenciales rusas de Vladimir Putin. Putin, ex funcionario de la KGB, llegó a la presidencia rusa y comenzó una labor de depuración de cualquier cosa que pudiera calificarse como oposición y así siguió los dos mandatos que la constitución rusa le permitía. Puso un títere que le nombró como jefe de gobierno, lo que le ha permitido salvar la imposibilidad constitucional de los dos mandatos. Ahora se presenta con el marcador puesto a cero y habiendo aprobado en esta legislatura una modificación constitucional que amplía los mandatos de cuatro a seis años, es decir, Putin podrá perpetuarse en el poder 12 años más. Los zares han regresado.

No es el único caso, ni la única variante. El matrimonio Kirchner, en Argentina, también formó un tándem por relevos. Hay que combatir la soledad del poder en pareja. Para los países, incluso, puede suponer cierto ahorro el que, aunque se cambie de presidente, no haya que cambiar el mobiliario de la residencia presidencial. Néstor ha tenido la falta de cortesía de dejar este mundo y se interrumpirá —salvo nuevas nupcias— esta entrañable y familiar forma de gobierno. ¡Es tan molesto tener que cambiar de casa cuando dejas el trabajo! Un ejemplo de conciliación laboral.
Más tierno ha sido el ejemplo, desbaratado por los insensibles jueces, dado desde Nicaragua. Álvaro Colom y Sandra Torres decidieron además de fundar una familia, fundar un partido político, con lo que él accedió a la presidencia. La constitución nicaragüense prohíbe, con buen criterio, que se puedan presentar a las elecciones familiares directos. Con gran dolor de su corazón, haciendo un gran sacrificio por la patria y la residencia presidencial, el matrimonio decidió divorciarse para poder continuar, no por separado como lo hace todo el mundo, sino para poder mantenerse en el poder con ella al frente. ¡Son injustas las constituciones, nada románticas, cuando fuerza a un matrimonio que tiene tantos intereses en común a separar sus domicilios fiscales!
Ya sea por relevos matrimoniales, por divorcios o por parejas de hecho, como el presidente, ex presidente y futuro presidente Putin y su trajeado buddy, Medveded, todo esto no es más que una burla que los ciudadanos sancionan con sus votos, seducidos, enfervorizados, o mediante cualquier bebedizo arrojado en los depósitos nacionales  del agua.
Esta burla es un síntoma de que se accede al poder y no se abandona porque los intereses acumulados son demasiados como para dejarlos en manos de otros. El síntoma de que la democracia se va perdiendo ante el aplauso amable de millones de ciudadanos que sienten que los políticos deben ser patriarcales, figuras populistas que no abandonan el poder por amor a sus pueblos, un sistema que reduce al infantilismo social. Hemos inventado los “presidentes soles”, como el absolutismo inventó el “rey sol”.



Un libro: La muerte del capital, de Michael E. Lewitt

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Conforme va aumentando y extendiéndose la crisis económica, se amplía el abanico de propuestas interpretativas tras el análisis. Y en estas propuestas crece el convencimiento de que las causas profundas de esta crisis son de orden moral. Cuando los expertos realizan la labor de procesar el escenario del crimen, con la víctima presente, las primeras pruebas apuntan hacia los mismos sospechosos. Como en esas viejas películas sobre Jack el destripador en las que se nos cuenta que todos conspiran para encubrir a psicópatas personajes de la nobleza, aquí ocurre algo similar. Los causantes de este estropicio general están siendo identificados por los testigos: unos son humanos y otros cibernéticos, unos de carne y hueso y otros matemáticos, pero todos están animados por los mismos motivos, una mezcla de codicia y desidia, de ausencia de cálculo y de disparate intelectual.
En este contexto de autopsias económicas, nos llega el libro de Michael E. Lewitt, La muerte del capital*, una obra atípica dentro de los análisis presentados. Y es atípico por la propia personalidad del autor, analista económico, inversor y conocedor de otras aristas de la naturaleza humana por su perfil universitario, que —se diga lo que se diga— nos muestra también los intereses en la vida y educa nuestra visión del mundo. Por eso no me parece irrelevante y, por el contrario, sí interesante que a su formación económica y profesional en el mundo de las finanzas, Lewitt sume estudios en Historia y  Literatura comparada por la Universidad de Brown que, además de ser una magnífica universidad, tiene grandes profesionales en ese campo. Considero y es parte de la propia argumentación del autor, como podremos apreciar, que la situación excede las líneas divisorias académicas y profesionales y requiere unas perspectivas más amplias. Por eso creo que no es irrelevante la formación paralela a la profesional de Lewitt.
El propio autor señala en las intenciones de la obra:

La muerte del capital se basa en el supuesto de que las disciplinas, íntimamente ligadas, de las finanzas y la economía son campos de pensamiento que forman parte más de las humanidades que de las ciencias. Por eso, para entender las causas y las consecuencias de la crisis financiera de 2008 debemos ahondar en los cimientos intelectuales y morales del pensamiento y las conductas que dominan los mercados modernos. (56)

Encontrar la perspectiva adecuada, los métodos y el lenguaje en el que han de ser analizadas y expresadas las cosas es esencial para obtener resultados que sirvan realmente para algo. La idea de utilidad en el caso de la actual y profunda crisis económica en que nos encontramos es importante porque no se sale de ellas con análisis inadecuados, sino con autopsias que nos revelen, sin delicadeza, las causas del crimen.



En reseñas anteriores, cuando hemos tratado obras sobre economía, hemos intentado comprender las causas de las crisis a través de la “complacencia” o “satisfacción” insolidaria (Galbraith), de la incapacidad de enfrentarnos al futuro con seguridad (Keynes) o teniendo en cuenta la ausencia de racionalidad en las decisiones con los “espíritus animales” (Keynes y Akerlof y Shiller). La obra de Levitt participa de gran parte de estos principios que, podríamos decir, constituyen ya un frente intelectual contrapuesto a otra forma de entender y hacer funcionar la economía: la reintegración de la economía en lo moral y social en sentido profundo, más allá de reduccionismos utilitaristas.

Michael E. Lewitt
De La muerte del capital se extrae la conclusión que los principales criminales, metafóricos y reales, implicados en el asunto han sido la deliberada creación de opacidad financiera para conseguir que se sustrajera un elemento esencial en el campo de la decisiones económicas, la información, y el crecimiento desproporcionado de lo financiero sobre lo productivo. Ambos aspectos son puntos esenciales de todo este desarrollo malsano que se ha llevado, se está llevando y se llevará por delante a personas y países, al mundo entero, y del que tardaremos más de lo que nos cuentan en salir.
La hipótesis de que el funcionamiento de los mercados se basa en la transparencia se ha visto truncada desde el interior de los propios mercados en los que, ciertos sectores, han desarrollado toda una ingeniería de la ocultación, una estrategia de fabricación de “productos financieros” opacos e incomprensibles para los agentes, pero útiles para sus fabricantes, que obtuvieron una extraordinaria rentabilidad a estas burbujas, a estas pompas de jabón cuyos estallidos son demoledores. Los conocedores, los ingenieros financieros, han arrastrado hacia este mundo oscuro, irreal pero dañino, millones de dólares y euros o lo que hiciera falta, en un movimiento de prestidigitación que ha hecho desaparecer cantidades ingentes de capital transformándolo en otra cosa.
Que este “lado oscuro”, opaco, haya conseguido captar tales cantidades de dinero no ha sido el único problema. Ha provocado un desequilibrio en el que la especulación ha desbancado a la producción. El capital ya no se mueve para producir, sino que pasa por diferentes trasformaciones financieras sin que llegue a tener contacto con la economía real. Y es esa realidad la que se encuentra descapitalizada. ¿Qué sentido tiene invertir en fabricar algo, si se puede obtener mayor rentabilidad invirtiendo en estos productos financieros fantasma? La respuesta es moral: invertir en producir es un acto social, que refuerza el sistema de producción y del que se benefician más personas a través de lo producido y de los salarios del trabajo. El capital tiene su efecto por el conjunto de la sociedad. De otra forma no sale del sistema informático, del mundillo de los operadores interconectados.


Las partes más interesantes de la obra (en mi opinión), que es valiosa en su conjunto, son aquellas en las que se realiza precisamente el análisis reflexivo sobre lo que es el “capital”, sobre cuál es su sentido y fundamento, y las distorsiones a las que se le ha sometido. Para ello Lewitt parte de la relectura de cuatro grandes pensadores que aportan una visión poliédrica del “capital”: Adam Smith, Karl Marx, John Maynard Keynes y Hyman Minsky. Del análisis se desprenden algunas de las ideas principales que van a dirigir los movimientos de la obra: la necesidad de una moralidad económica, la confianza como base del funcionamiento económico, el distanciamiento del capital de la realidad, y la inestabilidad inherente a los mercados, son algunas de ellas.
El desastre económico en el que vivimos es una suma de ignorancia, pobreza intelectual, falta de moralidad y de sentido de futuro. Pero también un síntoma del alto grado de dependencia que el sistema político ha adquirido con ese sistema inmoral, que se defiende mediante influencias de las posibles y necesarias regulaciones para acortar su poder.
Escribe Lewitt refiriéndose al exceso de financiarización de la economía:

La historia está repleta de ejemplos de economías financializadas que se desplomaron sobre la cabeza de sus financistas y de los que las hicieron posibles desde los gobiernos, forzándoles a recurrir a medidas radicales, diseñadas para apuntalar el crecimiento a corto plazo, pero que fracasaron en su intento de crear los cimientos adecuados de un crecimiento a largo plazo. La financiarización es un signo de que las políticas económicas han fallado a la hora de crear las condiciones de un crecimiento orgánico sólido. En cambio una economía dominada por el capital financiero se caracteriza por una dependencia de la deuda más que de la financiación del patrimonio y de inversiones especulativas más que productivas. Estas actividades resultan de unos incentivos muy distorsionados y plasmados en forma de ley por los políticos quienes están directa o indirectamente comprometidos con los agentes de la financiarización mientras trabajan para el gobierno y después se retiran con prebendas otorgadas por el sector privado (160-161)

El pasaje es de sumo interés por las implicaciones que tiene en países como el nuestro. Todo este desastre no se habría producido —y en esto coinciden prácticamente todos los analistas— si no se hubiera cedido a las presiones para desregularizar el sector financiero, si no se hubiera abierto confiadamente la caja de Pandora, como se hizo en Estados Unidos mediante la derogación de leyes que reducían los posibles efectos dañinos de un exceso de finanzas sobre la economía real. Lo que se aprobó por las diferentes administraciones norteamericanas se extendió por todo el mundo como consecuencia de la globalización y la conversión del planeta en un gigantesco parquet. Un riesgo desmesurado frente a la prudencia razonable campeó por todas partes.
El hecho de que los causantes del desastre sigan sin responsabilidades legales en la mayoría de los casos no es más que la demostración de que la clase política, directa o indirectamente, como señala Lewitt, se ha dejado seducir o engañar por las promesas de estos magos de las finanzas que han sido capaces de prometer lo que hiciera falta con tal de que el mundo se convirtiera en su escenario de juego financiero.

Para mí lo más grave de esta crisis es la demostración de las carencias de nuestras clases políticas para defender a los ciudadanos de estas situaciones. Al margen de las afirmaciones de Lewitt —aunque no en su contra, más bien en coincidencia—, constatamos la pobreza intelectual y debilidad, la carencia de visión de futuro, de nuestras clases políticas. En este blog hemos insistido en que este es un problema político de primer orden, al margen de cualquier demagogia o partidismo. Tenemos un grave problema en nuestra forma de selección de nuestra clase política: no elegimos los mejores, sino aquellos que los partidos políticos nos presentan en una papeleta. Lo que se ha conseguido con esta forma de llevar los partidos es una endogamia absoluta y un cierre hacia la sociedad civil; lo que nos ofrecen son personas que han entrado en los partidos con acné juvenil y salen con canas. Los partidos no pueden ser empresas, sino que deben estar abiertos a la sociedad mediante formas de debate interno y público para que los ciudadanos sepamos quién tenemos delante, sus ideas y su capacidad de garantizar nuestro futuro, que es realmente lo que ponemos en sus manos cuando les votamos. No pueden ni deben convertirse en casta. Por eso es preocupante esa negativa a debatir en congresos, organizar primarias, a resolver las cosas en despachos  prescindiendo de la luz pública, que es el derecho que tenemos los ciudadanos a saber qué hacen, qué piensan o sienten las personas a las que damos nuestros votos.
Una clase política endogámica e inexperta es presa fácil de su propia inexperiencia vital (muchos no han tenido más empleo y experiencia que su militancia) y nos arrastran en sus errores. También son presa fácil para los tiburones económicos que los manejan a través de lobbies, como es característico del sistema norteamericano y se ha ido extendiendo hasta Europa, donde tenemos un auténtico problema en las puertas del Parlamento Europeo, como ha sido ya denunciado por los propios parlamentarios, que exigen una ley que regule las presiones que reciben para que legislen a favor de los grupos económicos y no de los ciudadanos.



Hemos llenado el mundo de tiburones y reducido las reglas a una: vale todo. Los efectos son estos, una crisis de alcance imprevisible aunque de efectos constatables. Junto a los efectos económicos, están esos efectos morales que la ausencia de compromiso con la realidad y la sociedad traen:

La financiarización también puede entenderse como la «monetarización de valores», a través de la cual toda conducta se mide según si produce lucro, no si es económica o socialmente productiva o coherente con las leyes tradicionales de la moralidad. Conductas como la de los analistas de Wall Street, que vendían acciones que ellos mismos estaban tirando a la basura durante la burbuja de Internet, o la de los prestamistas hipotecarios que concedían créditos a prestatarios a pesar de saber que no podrían pagarlos, fueron toleradas e incluso fomentadas por sus supervisores, que obtuvieron enormes beneficios de su comportamiento no ético. (162)

Por esto, el arreglo de la economía necesita de un arreglo moral, un movimiento interno que sea consciente de que si no se trabaja con la idea de bien público, los efectos son desastrosos. Pero es la idea de “bien público” lo primero que han matado, sembrando el egoísmo como forma de comportamiento, incluso privatizando la solidaridad.
La regeneración de todo un sistema que ha hecho de la amoralidad o de la inmoralidad su bandera no es fácil y solo puede pasar por dos caminos: la educación y la política, es decir, por la redefinición de los objetivos personales y sociales, el intento de no disociar ambos porque, de mantenerse la separación, el desastre está garantizado. Solo podremos tener buenos políticos si formamos buenos ciudadanos, y viceversa, solo podremos tener buenos ciudadanos si tenemos buenos políticos, pues es a ellos a los que compete, siguiendo a la sociedad, promover los objetivos de mejora del conjunto.

Con su formación como historiador, que también la tiene, Lewitt nos señala algo importante y que se olvida o desconoce: las sociedades entran en proceso de descomposición —y así han desaparecido muchas culturas— cuando pierden su empuje productivo y se vuelven financieras. El capital sale de la sociedad, de la circulación social, deja de transformarse en objetos en los que se aplica nuestro esfuerzo, nuestro trabajo y creatividad, y se convierte en un fantasma. La sociedad se paralizará porque se paraliza el movimiento del capital, que circula ahora por los caminos cibernéticos, lejos, en otra dimensión artificial. De ahí que Lewitt dedique un buen número de páginas al concepto de “fetiche” que Marx explicó, al desaparecer la “mercancía” convertida en fantasmal información que, paradójicamente se oculta a sí misma en su opacidad.
De seguir así, ya no será el “capital” el que muera, escamoteado de su función social, perdido entre bits, ausente de la realidad, sino la sociedad misma como concepto integrador. Jean Baudrillard habló del "crimen perfecto", operación mediante la cual se mata la realidad y se sustituye su cadáver por el simulacro. Lewitt habla en cierto sentido de forma similar de la muerte del capital. El predominio de lo financiero es la muerte del "capital":

[…] en la actualidad el capital se ha alejado hasta tal punto del trabajo que ha perdido su carácter esencial como fuerza motivadora para mejorar la vida humana (65)

Un libro que merece una lectura detallada y atenta porque todo lo que nos haga pensar sobre lo que nos ocurre podrá servir para ayudarnos a salir de dónde nos lleva el no pensar.

* Michael E. Lewitt (2011): La muerte del capital. La esfera de los libros, Madrid. 371 pp. ISBN: 978-84-9970-060-1


Contraste la diferencia de enfoque entre la portada USA y la española

sábado, 24 de septiembre de 2011

El pie del diablo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El vidente famoso miraba aburrido el paso de la gente por delante de la caseta. Algunas señoras se paraban y cuchicheaban dentro de ese juego madrileño que consiste en ir a  ver autores en las tardes primaverales del Retiro e identificarles tras los libros. «Pierde mucho al natural», se suele escuchar. Como nosotros éramos tres anónimos profesores universitarios deseosos de no llevar la contraria a nuestro editor, accedimos a firmar esa tarde nuestra obra conjunta sobre feminismo y aspectos lingüísticos y literarios. Nada para las masas, que pasaron de nosotros. Los paseantes se mantienen alejados de la caseta mientras intentan identificarnos inútilmente. No debemos parecernos a nadie y no les resultamos atractivos. Al vidente famoso si le reconocen, pero como el libro que ha escrito versa sobre Victoria de los Ángeles, dudan si se trata de alguna lucha celestial contra los diablos o una biografía de la gran soprano española, opción acertada esta última. Triste destino de un vidente cuya única producción realista se vea sumergida en la ambigüedad producida por las obras de Dan Brown y similares aclaradores de absurdas conspiraciones y reinos ocultos.
Como el vidente famoso es bastante soso y el calor y el aburrimiento nos afectaban a todos, decidí entablar conversación con él. Pero, ¿de qué se puede hablar con un vidente? Del futuro, desde luego, no. No es tan sencillo. Recordé que el vidente era argentino, aunque reside desde hace mucho tiempo entre nosotros. Y me lancé sobre el único tema que pensé podría vincularnos.
—¡Tengo una teoría! —le solté de sopetón.

El vidente no se sobresaltó, como era de esperar. Levantó una ceja exquisitamente mandándome un mensaje minimalista cuya traducción podría ser «¡Ah! ¿Sí?». Como el vidente suele ser un poco inexpresivo habitualmente, tomé su alzamiento de ceja como una invitación a explicarle mi teoría.
—Creo que haber nombrado a Maradona seleccionador nacional argentino será el comienzo del fin del mito.
El vidente levantó por segunda vez la ceja, esta vez acompañando el alzamiento con una ligera inclinación de su cabeza. Comprendí que el tema no le había interesado lo más mínimo, me imagino que porque, gracias a su don, ya lo conocía.
—Nada divide más a la gente que un seleccionador nacional… —insistí—, el fracaso no se perdona y… Pero él dirigía ya una sonrisa fría a dos señoras que nos contemplaban dubitativas y que siguieron poco después su ronda de identificación de celebridades que han escrito o les han escrito un libro. Ya saben ustedes la diferencia: los que escriben libros ponen la foto en la solapa, en el interior, y aquellos a los que se los escriben la ponen por delante, a toda portada.
Las patéticas imágenes videográficas difundidas ayer de Diego Armando Maradona pateando de mala manera la mano de un aficionado en Dubái son la confirmación de que, con un vidente cerca, no hacen falta ni cueva ni fuente ni falla del terreno para ver el futuro. Las visiones te llegan solas.

El incidente pateador de Maradona en Dubái

Los tres años que han pasado desde que Diego fuera nombrado seleccionador han confirmado mi “teoría” y, por cierto, la de Valdano, quien afirmó que Diego Armando carecía de experiencia como entrenador de clubes. Lo mío por intuición colateral y lo suyo por sentido común y, según algunos, algo de envidia. También Pelé se manifestó en contra, como lo hizo igualmente Di Stefano. Sus rivales en el Olimpo futbolero no le fueron propicios.

«El comité ejecutivo con el pleno de sus miembros y por unanimidad ha resuelto no renovar el contrato con el señor Diego Armando Maradona en su carácter de director técnico jefe de las selecciones nacionales.»


Con este fatídico comunicado, dos años después, avalado por los 28 miembros presentes, se cerraba la aventura seleccionadora de un mito del fútbol en el país del futbol como mito. Rescisión de contrato y clausura de mito. De la gloria futbolera nacional, el mito viviente entró en picado y pasó a entrenar un equipo de los Emiratos árabes, el Al Wasl.
Las noticias de todo el mundo nos muestran hoy esa agresión por parte del entrenador argentino a un aficionado curioso que insistía en levantar la pancarta con la que Diego intentaba comunicarse con su nieto al otro lado del mundo, pancarta en dos idiomas porque el bebé debe ser también genial como su abuelo y su padre, el Kun Agüero. 
Una patada de Maradona puede ser considerada por algunos como un bonito recuerdo, pero no creo que sea eso lo que el joven aficionado pateado piensa, ya que se le ve dar saltos de dolor al otro lado de la pancarta. Maradona se ha disculpado, y en su explicación nos cuenta, con unas pocas palabras, cómo se ve en este momento de su vida azarosa:

“Soy emocional, esa es mi naturaleza. Siempre fui así como jugador y como técnico. A veces, siento que soy un jugador más del Al Wasl”

Me imagino que si es eso lo que hacen sus jugadores, no ganarán para tarjetas rojas. Los mitos se olvidan o se autodestruyen quemándose a lo bonzo con sus tonterías incontroladas. El genio se justifica siempre en su “naturaleza”, condena y bendición. Al final, en el lento declinar, los recuerdos de lo bueno quedan sepultados por las tonterías que se acumulan encima. Maradona ha llegado a ser el “ídolo total”, capaz de reunir lo mejor con lo peor, lo divino con lo diabólico, “la mano de dios” con el “pie del diablo”.
Puede que en su naturaleza esté el dar patadas, nadie lo duda, pero no está en la de los demás recibirlas. Para eso se inventó el balón, un balón que, todo sea dicho, le echa de menos.