domingo, 14 de agosto de 2011

Un libro: La cultura de la satisfacción, de John Kenneth Galbraith

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay libros de los que solemos decir que son eternos y hay libros que son actuales. La actualidad no está vinculada al presente, sino a las circunstancias. Un libro con veinte años puede volver a ser actual hoy. Eso es lo que ocurre con el libro de John Kenneth Galbraith, La cultura de la satisfacción*, una obra escrita en el comienzo de los años noventa, que hoy tiene una actualidad importante, especialmente para los desmemoriados y aprendices del presente. Galbraith (1908-2006), economista contracorriente, profesor en Harvard, ha sido una de las personalidades más destacadas del pensamiento crítico del oficialismo económico neoliberal.
Me permito anticipar, para señalar su actualidad, un párrafo de la parte final del libro en la que Galbraith apunta algunas predicciones para el futuro:

La segunda reacción es la probabilidad, en realidad casi la certeza, de qué sucederá si el descontento urbano, el delito y la violencia aumentan: se atribuirán no a la situación social sino a la naturaleza inferior, delictiva incluso, de los individuos implicados. Ya sucede esto. Una solución importante al delito, a la insatisfacción y al desorden en los núcleos urbanos es la exigencia de una aplicación más estricta de la ley, incluyendo una mayor utilización de la pena de muerte y más facilidades para la detención. Ninguna otra situación actual provoca retórica tan inflamada. Este talante, en el caso de que la violencia empeorase, podría llevar a su vez muy pronto a la represión armada, primero por la policía local, luego por la fuerza militar, la guardia nacional. Pasa prácticamente desapercibido el hecho visible de que la gente que goza de una situación desahogada convive pacíficamente y los afectados por la pobreza no. O, si se menciona, no se analiza, en medio del clamor que exige que se meta en cintura a los que parecen unos ciudadanos intrínsecamente violentos y maleducados. Si se me permite una predicción segura, sería la de que es probable una autoridad cada vez más opresiva en zonas de desolación urbana. (194)


Los recientes disturbios en Reino Unido han suscitado una reacción de este tipo. No se trata de que la Policía deba o no intervenir ante este tipo de sucesos, cosa obvia, sino de la actitud con que se enfrentan, del análisis de su origen y de las consecuencias que se extraen. La criminalización sirve para seguir justificando una situación negando el problema. Y eso es una parte importante, la negación de los problemas o su origen, que caracteriza “la cultura de la satisfacción”.
Más que un “libro de economía” es un libro sobre la “vida económica” y los elementos que la determinan. El fundamento del conjunto de la obra es que la Economía es un reflejo de los que la crean. Bajo su apariencia de fenómeno externo y objetivo, no es más que el reflejo de la sociedad en la que se da. En las Ciencias Sociales, muchas veces los efectos y las causas no están claros. La obra de Galbraith, en este sentido, es clara: la economía es el reflejo de la mentalidad social predominante, que es quien puede imponer un modelo ajustado a sus intereses. Esto no significa que la controle ya que, como ocurre con la personalidad individual, saber nuestros defectos no significa que podamos evitarlos.

John Kenneth Galbraith
Lejos de ser un tratado económico, es más bien un tratado psicológico de la configuración social de la economía o, si se prefiere, de la configuración económica de la sociedad. Galbraith hace un retrato de la sociedad norteamericana de principio de los años 90 en que está escrita la obra. Bush ha tomado el relevo de la transformación económica iniciada por Ronald Reagan en USA y por Margaret Thatcher en Inglaterra, en una de las parejas de hecho políticas más eficaces de la Historia. Es ese escenario, de salida de una fuerte crisis económica, con una guerra por delante, la del Golfo, el que debemos retener para la lectura de la obra, un viaje de ida y vuelta del pasado al presente y del presente al pasado. En muchas ocasiones, podemos leer muchas de sus páginas como si fueran extraídas de los periódicos del día.
Lo que hace Galbraith es hacernos el retrato psicológico y moral de una parte de la sociedad que se ha convertido en mayoría política relativa (esto es importante), gracias a su participación en los procesos democráticos. Esto se traduce en un sistema que vela por sus intereses. Escribe Galbraith:

En el pasado, los afortunados económica y socialmente eran, como sabemos, una pequeña minoría, un pequeño grupúsculo que dominaba y gobernaba. Hoy representan una mayoría aunque, como ya se ha dicho, una mayoría no de todos los ciudadanos, sino de los que realmente votan. Es preciso y oportuno hacer mención a los que se hallan en esa situación y que responden en las urnas. Les llamaremos la Mayoría Satisfecha, la Mayoría Electoral Satisfecha o, en una visión más amplia, la Cultura de la Satisfacción. (32)

Un primer hecho determinante es precisamente el de la votación, que en los Estados Unidos tiene unas características especiales y casi únicas respecto a otros sistemas democráticos del mundo. El que una parte importante de la población no vote, significa que esa parte carece de voz en la construcción del sistema político. Hay zonas enteras de los Estados Unidos en los que los votantes no son todos los que debieran para poder recoger y representar los intereses de todos. Pensemos en la importancia que esta situación tuvo en muchos estados hasta el estallido del movimiento por los derechos civiles en los años 60. Hasta ese momento, muchas personas, por decirlo así, no estaban representadas políticamente. Ni ellas ni sus problemas.
El paso de un gobierno que, tradicionalmente, representaba a minorías, a las élites ciudadanas ilustradas, a un gobierno que ha sido elegido por mayorías mucho más amplias y reales tiene una serie de características nuevas, como nuevo es el fenómeno socialmente.
Al definirla como “mayoría satisfecha”, lo que Galbraith nos muestra, dentro de una perspectiva de análisis psicosocial, es que cuando se llega a ciertos niveles de satisfacción el mundo comienza a verse de otra manera. Lo que antes eran problemas graves, ahora son circunstanciales; las que antes eran vistas como personas necesitadas de ayuda, ahora son contempladas como vagos que tratan de vivir del trabajo ajeno; los que veíamos como delincuentes por estar en un ambiente social deteriorado, ahora los vemos como criminales  irredentos que ponen en peligro nuestra seguridad y a los que hay que cercar en guetos o encerrar en cárceles; lo que antes eran gastos necesarios, ahora es malgastar el dinero. Ese es el fundamento, profundamente psíquico, del comportamiento social: el bienestar nos hace temerosos de perder lo que tenemos y contemplamos a los demás como agresores de nuestra nueva estabilidad. El resultado de esto es un agravamiento de las diferencias sociales —cada vez se está menos dispuesto a contribuir al sacrificio para que otros mejoren su situación— y un desmantelamiento de todo lo que se vea como un obstáculo en el bienestar propio.

John Kennthe Galbraith con Robert Kennedy

Galbraith señala una serie de grandes principios o características que definen esta nueva situación en la que el estado está guiado por el pensamiento y sentimiento de una minoría. Las enumeramos:

La primera característica, y la más generalizada, de la mayoría satisfecha es su afirmación de que los que la componen están recibiendo lo que se merecen. Lo que sus miembros individuales aspiran a tener y disfrutar es el producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personales. (35)

Cuando lo que se tiene es fruto del propio esfuerzo exclusivamente, la reacción es exigir que los demás pasen por los mismos procesos para obtener lo mismo. Se ignoran las desigualdades sociales que pueden ser obstáculos insalvables para muchas personas. Según este principio, que tiene mucho de Ley del embudo, lo que tenemos es irrenunciable. La consecuencia es un aumento de los rasgos egoístas del comportamiento social e individual en todos los terrenos. Esto se traduce de forma directa en la definición del modelo económico y en la magnificación de ciertas características, que son vistas como las que llevan al éxito. No se dan ayudas, se ofrecen modelos de inspiración para ser emulados. Los ricos siempre sirven de ejemplo.

La segunda característica de la mayoría satisfecha, menos consciente pero de suma importancia […] es su actitud hacia el tiempo. Sintetizando al máximo, siempre prefiere la no actuación gubernamental, aun a riesgo de que las consecuencias pudieran ser alarmantes a largo plazo. La razón es bastante evidente. El largo plazo puede no llegar: ésa es la cómoda y frecuente creencia. Y una razón más decisiva e importante: el coste de la actuación recae o podría recaer sobre la comunidad privilegiada, podrían subir los impuestos. Los beneficios a largo plazo muy bien pueden ser para que los disfruten otros. En cualquier caso, la tranquila teología del laissez faire sostiene que, al final, todo saldrá bien. (36-37)


Este “cortoplacismo” es uno de los condicionantes más acusados de la actividad económica. Determina nuestra capacidad de sacrificio. Lo que tanto ha costado conseguir, es para disfrutarlo aquí y ahora. Trabajar para algo que no podemos disfrutar personalmente se nos antoja extraño y casi insoportable. Esta es una de las base del egoísmo generacional que remite los problemas graves al futuro, que se convierte en un gigantesco desván de los problemas por llegar. La ceguera ante muchos problemas que padecemos hoy es precisamente esta: el desarrollo de políticas para hoy sin tener en cuenta los efectos sobre el mañana. Pero el mañana es algo que le tocará lidiar a los otros. Nuestros problemas hoy son los que recibimos de los egoístas de ayer y, como egoístas que somos, se los dejamos en herencia a nuestros hijos.
Este sentimiento del hoy como único escenario posible, nos lleva en el terreno político a un modelo de negación de los problemas con la esperanza que desaparezcan por sí solos o que les toque a los siguientes resolverlos. Muchos de nuestros problemas actuales nos llegan por una clase política que promete y gasta con la esperanza de seguir en el poder sin temor a las consecuencias de lo que suponga en el futuro. Si siguen en el gobierno se siguen endeudando y si no el problema es de otros. Pero los problemas de “otro”, solo se refieren a los gobiernos. Son siempre los nuestros, los de todos.

Una tercera característica de quienes disfrutan de una situación desahogada es su visión sumamente selectiva del papel del Estado. Hablando vulgar y superficialmente, el Estado es visto como una carga: ninguna declaración política de los tiempos modernos ha sido tan frecuentemente reiterada ni tan ardorosamente aplaudida como la necesidad de «quitar el Estado de las espaldas de la gente». […] La necesidad de aligerar o eliminar esta carga y con ello, agradablemente, los impuestos correspondientes es un artículo de fe absoluto para la mayoría satisfecha. (38-39)


El peso de la era Reagan y Thatcher es todavía demasiado fuerte en nuestros políticos. La inercia de este pensamiento nefasto que, en vez de reformar un Estado para hacerlo más efectivo, hacía de él un enemigo y una sangría cuando llegaba al poder. Hemos llenado el Estado de personas que no creen en el Estado. Esto está teniendo unas consecuencias desastrosas porque en los momentos de las crisis, las soluciones no llegan del mundo privado. La ocupación del Estado que muchos han hecho se parece a la famosa escena de los hermanos Marx en que van alimentando la caldera de la locomotora con los materiales de los propios vagones. El tren corre, pero lo que llega al final es solo su esqueleto.

Críticas a la era Reagan, coincidentes con la idea de Galbraith

Si tenemos en cuenta y damos por buenas las dos primeras características, que nos llevan hacia el reino del egoísmo y la insolidaridad, el desmantelamiento del Estado y de lo que representa es quitar el último resquicio que queda para la resolución de lo que afecta a todos. Más allá del Estado está la jungla: la económica, la política, la delictiva.
Existe una excepción al desmantelamiento del Estado, nos dice Galbraith: el Ejército. Para Galbraith esta excepción es la traducción de dos cosas: el deseo de protección de esa mayoría satisfecha, que obtiene así seguridad, y el peso económico de la maquinaria militar que es una fuente de riqueza para muchos. Con su poderío, el Ejército acaba convirtiéndose en un ente autónomo capaz de generar sus propios niveles de gastos que van creciendo y alimentándolo. Los gastos de defensa, señala Galbraith, casi nunca se discuten porque siempre se pueden invocar peligros y guerras posibles. Y si no, se fabrican para justificarlas, como las intervenciones en Granada, Panamá, y el Golfo, finalmente.

Galbraith analiza varios procesos internos del mundo empresarial. Analiza la peculiar estructura generada por las sociedades anónimas frente a las empresas tradicionales. Con la llegada de estas grandes empresas, se ha formado una nueva casta que es quien realmente tiene el control de la vida económica con un riesgo menor en relación con los accionistas:

En cuanto gerentes y directivos han escapado al control de los accionistas, han pasado a maximizar crecientemente sus propios beneficios. Lo han hecho en forma de salarios y opciones sobre las acciones; beneficios de jubilación; utilización personal de activos empresariales excepcionalmente caros y diversos, con cierto énfasis especial en los aviones; cuentas de gastos y retribución en especies; paracaídas dorados que protejan de una pérdida de poder; y otras recompensas financieras. (72)

De nuevo pone Galbraith sobre el tapete un elemento de gran actualidad desde la crisis financiera de 2008: el papel de los directivos y agentes de las empresas y los riesgos que han asumido en relación con las empresas, sus accionistas, etc. No tenemos más que pensar en la indignación causada por las indemnizaciones millonarias que los responsables  de los desastres económicos de la última crisis, algunos auténticos delincuentes por sus prácticas, cobraron. La clase se protege entre ellos mismos, garantizándose siempre las espaldas cubiertas al margen del resultado. Ganan cuando gana y ganan cuando los demás pierden. En Estados Unidos se prohibió expresamente que el dinero de reflotamiento de empresas fuera a parar a los directivos que las habían hundido.
Como resumen, Galbraith señala:

Tenemos en este momento democracia, una democracia de los cómodos y satisfechos. […] La democracia de la satisfacción es la política del sosegado a corto plazo, del pensamiento político y económico acomodaticio y del poder militar autónomo y dominante. (177)


Pero el futuro puede cambiar y los cambios se producirán cuando la cuerda se tense demasiado y se den una serie de circunstancias conjuntamente:

La presente era de la satisfacción llegará a su fin cuando y sólo si los procesos adversos que fomentan perturben la impresión de cómodo bienestar, si es que llegan a hacerlo. Existen, junto a la convocatoria seria y políticamente victoriosa a los desamparados que ya he mencionado, tres posibilidades factibles más de que ello sucediera. Estas posibilidades son: un desastre económico generalizado, una actuación militar adversa asociada a un desastre internacional y la irrupción de una subclase furiosa. (179)

Si salimos del ámbito estadounidense en el que Galbraith se mueve, no es difícil ver que podemos estar en los inicios avanzados de dos de las tres características señaladas por el economista. La crisis actual, continuación de la que no se ha podido controlar anteriormente, a la vista de los resultados, anticipa una situación económica muy difícil para muchos países. Esto no es futuro: lo tenemos todos los días en nuestros noticiarios. Si no se consigue atajar la crisis y se sigue extendiendo, veremos qué consecuencias sociales trae. El desmantelamiento de los Estados y su endeudamiento pueden llevar a que esas defensas necesarias para afrontar las crisis desemboquen en lo que Galbraith llama una “subclase” (ante la resistencia norteamericana a hablar de “clases”). También lo estamos viendo hoy en distintos países. Esta subclase es la que se manifiesta por la progresiva depauperación a que se ve sometida, por el empeoramiento constante de sus condiciones de trabajo, por el aumento constante de las distancias sociales y  los recortes presupuestarios.
Lo malo de todo esto, más allá de los hechos en sí que ya lo son, es que el diagnóstico no tiene más herramientas que el aparato teórico que lo causó. Volvemos a lo dicho en otras ocasiones: a los remedios homeopáticos. Como señala Galbraith al final de la obra:

Por desgracia hablamos aquí de una democracia de los que sienten menos urgencia de corregir lo que está mal, de los que están más y mejor aislados por la comodidad a corto plazo de aquello que podría ir mal. (199)

Si el estímulo es uno de los componentes teóricos del sistema económico, la comodidad es un estímulo a hacer menos en el camino de la solidaridad y la justicia. Al final, es lo que tenemos: un mundo con ricos más ricos y con pobres más pobres. ¿La solución? Para algunos, leer las autobiografías de los hombres de éxito.
Una lectura altamente recomendable para todos sin distinción.


* John Kenneth Galbraith (1992, 2011): La cultura de la satisfacción. Ariel, Madrid. 207 pp. ISBN: 978-84-344-6953-2. [Reedición de 1992 con nuevo prólogo de Santiago Niño Becerra].



2 comentarios:

  1. Me ha emocionado la lectura de este artículo (Sí, ya sé, es de hace 7 meses; a lo mejor soy un poco despistado). Enhorabuena de todas formas.

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  2. Gracias por el comentario. Nunca es tarde y para eso están ahí, esperando que llegue su turno. Un saludo. JMA

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