miércoles, 31 de agosto de 2011

No temas, mamá, es solo una teoría

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se queja el Premio Nobel Paul Krugman en su colaboración en The New York Times* de la actitud que adoptan algunos políticos candidatos a la nominación republicana contraria a la opinión de la mayoría de los científicos. Se refiere esencialmente a dos puntos: el cambio climático y la evolución. Dice Krugman que la explicación está en que, según las encuestas realizadas en Iowa, en donde se realizó el primer asalto de las primarias republicanas, solo el 21% de los votantes de ese estado cree en el calentamiento global y solo el 35% cree en la evolución.
Podemos plantearlo como un problema exclusivamente de ignorancia, pero nos refleja varios aspectos interesantes sobre el funcionamiento de la política y los políticos en su variable actual.
Si partimos del principio de que la Política (con mayúsculas) debería ocuparse de la mejora material e intelectual de los pueblos, es evidente que algo está fallando en los dos ámbitos. Lo que se ha impuesto en todos los escenarios y colores es una forma de hacer política (con minúsculas esta vez) que busca exclusivamente el mantenimiento del poder desde un pragmatismo realmente penoso en el que es posible, como denuncia Krugman, sacrificar el consenso del conocimiento científico en beneficio de dos factores: la ignorancia y los intereses económicos.


Hay muchas personas para las que la vida no es más que una acumulación de confirmaciones de sus creencias más irracionales. Y exigen que se las confirmen para depositar su confianza en forma de voto. No dudo que existan políticos que crean en tonterías —de hecho es algo que se puede comprobar todos los días—, pero considero que es más una estrategia de cara a la obtención de los favores electorales. De esta forma, un político de esta calaña no se pregunta qué debo hacer, sino qué quieren escuchar.
El cultivo de las creencias no solo irracionales, sino estúpidas y reaccionarias, en contra del progreso del conocimiento científico es peligroso, porque se empieza teniendo opiniones infundadas sobre la evolución y las acabas teniendo sobre cualquier otra cosa, sintiéndote respaldado por unos candidatos que son tan inteligentes como tú ya que piensan lo mismo. Adular a idiotas solo trae malas consecuencias. Los idiotas tienen derecho a voto pero no a que les den la razón.

El cambio climático y la evolución no son solo algunas de las “teorías existentes”. La reducción de “una teoría” en su alcance, no es baladí. La idea de que los seres humanos estamos interviniendo con nuestras acciones en el cambio del planeta tiene unas consecuencias políticas que no se le escapan a nadie, especialmente a aquellos que las niegan. Su negación es la constatación de la insolidaridad planetaria y la manifestación del deseo de no modificar los elementos que están incidiendo en el cambio. Los que niegan la incidencia de las acciones humanas en el cambio climático, por ejemplo, son los que cortan bosques enteros o se benefician del comercio de su madera, los que no quieren controlar sus industrias porque les resulta caro reducir las emisiones de gases nocivos, etc. Y esos también votan.
Lo preocupante, en el plano que hablamos, no es que exista gente que lo niegue. Lo que nos preocupa es que la política sea tan irresponsable como para negarlo buscando el beneficio electoral. No es más que la revelación de que, para muchos, se ha convertido en el arte de adular idiotas. Y los idiotas van encantados a los mítines en los que se refuerzan sus estupideces. El día en que los políticos le digan a los electores las cosas que es necesario decir, aunque no nos guste escuchar, habremos dado todos un gran paso adelante en la vida pública.


De igual calado es adular las creencias en contra de la selección natural. Es cierto que a la gente, en general no le hizo ninguna gracia enterarse a mediados del siglo XIX de su parentesco en diverso grado con todo lo vivo. El propio Darwin sabía que la idea de que la diversidad de la vida fuera la variación de un primer elemento vivo era revolucionaria y que trastocaba nuestra cultura, todas las culturas, y nos hacía replantearnos nuestra condición y la del resto de la Naturaleza. La cuestión iba mucho más allá del “mono” que, al fin y al cabo, solo hacía mención del parentesco próximo e ignoraba lo demás. La genética dejaría claro el resto cuando se recuperó el legado mendeliano, que había permanecido ignorado, y se realizó una síntesis coherente entre ambas ideas, que es lo que hoy cualquier persona culta, en un sentido auténtico, conoce.

La negación de la selección natural, al igual que la negación del cambio climático, esconde intereses y prejuicios, con matices evidentes en cuanto a las creencias que se ven afectadas. Pero lo que nos interesa aquí es la negación aduladora para no molestar a los votantes. Podría dejarse la evolución  —ya que no es un problema inmediato— fuera de los programas electorales. Sin embargo, su introducción constante en los discursos de ciertos políticos norteamericanos no es más que un refuerzo de las creencias cuya adulación ya solo viene de los campos más sectarios. Que los políticos usen las creencias erróneas como forma de promoción entre sus electores, no debería extrañarnos, pero sí en el caso de ir contra todas las evidencias de la Ciencia. Se puede discutir sobre la mayor o menor pertinencia de la Teoría del Equilibrio Puntuado, de Eldredge y Gould, por ejemplo, pero eso no afecta a la Evolución, sino solo al cómo de la evolución. Y no es ahí donde se produce el debate, evidentemente.
Mantener la incultura y la irracionalidad como bases de la comunicación y la actuación políticas es un terrible error que padecemos todos. El cultivo de la estupidez solo produce estupidez. La única ventaja es para los jardineros, para los cultivadores de berzas, que ven recompensado el lanzamiento de sus semillas de idiotez con la obtención de nuevos y sabrosos ejemplares.
Si pensamos que esto son cosas que ocurren solo en Iowa, que son cosas de los de Tea Party, o el “cinturón bíblico”, nos equivocamos. El argumento de que eso del “cambio climático” era una exageración de algunos científicos, lo hemos escuchado en España. Como diríamos hoy, era una forma de transmitir confianza a las industrias de que no se les iba a exigir controles más estrictos de su contaminación del medio ambiente. Con reducirlo a “una teoría”, ya se ha conseguido justificar el destrozo y otros votos más a la urna. Afortunadamente, en la cuestión evolucionista que preocupa a ciertos norteamericanos, molestos probablemente porque lo que vieron en “El planeta de los simios” se pueda hacer realidad, no se da aquí de forma sensible, aunque algunos la lleven por dentro. Lo más curioso es que cuando escuchas esto, te lo comentan como si fuera un progreso, que les llega de científicos de vanguardia de los USA. Que están a la última, vamos, y tú te has quedado con lo del tío ese de la barba, Charles Darwin, que está ya muy pasado.
En cualquier caso, tranquila, mamá, que es solo una teoría. Nada que un buen libro de texto no pueda corregir. Y esos los aprobamos nosotros.

* Paul Krugman “Republicans Against Science”. The New York Times, 28/08/2010 http://www.nytimes.com/2011/08/29/opinion/republicans-against-science.html?src=me&ref=general





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