lunes, 15 de agosto de 2011

Las moscas molestan


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A veces el simplismo es demasiado simple. El Reino Unido se encuentra escandalizado, sí, pero no por los hechos violentos, sino porque han descubierto que entre las caras criminales que aparecen en las pantallas gigantes, hay muchos chicos bien, hijos de buenas familias. Esto les ha roto los esquemas. Primero vieron que no todos eran de “origen extranjero” y que había un amplio repertorio de colores de piel bajo las capuchas y pasamontañas. Después han descubierto que tampoco pertenecen a un solo sector social al que arrinconar en un barrio. Preocupante.
Cameron se ha despachado hoy con un incendiario discurso con decorado ad hoc incluido. Ha venido a decir, literalmente, que los colegios son los responsables de sus fracasos y que deben rendir cuentas por lo que ocurre. Además de tener indignada a la Policía, Cameron ha conseguido tener indignado a todo el sector educativo con sus declaraciones. Que la mano derecha que recorta no sepa qué hace tu mano izquierda.
Cameron es un dirigente peculiar, un Primer Ministro que pasaba por allí. Es como una de esas personas que cuando se produce un choque entre dos coches llega a poner orden y pide explicaciones a todos. Creo que desconecta demasiado en sus vacaciones, como le vino a recordar elegantemente la Policía: “Era Usted el que estaba de vacaciones, no nosotros”. Dentro de su mente gerencial, que necesita contemplar todo en términos de anotaciones contables de entrada y salida, de efectos y causas, de pedradas y tiritas, David Cameron está demostrando ser un político con demasiado plástico en sus carnes, con poca experiencia de la vida y conocimiento del mundo que le rodea. Cero en Psicología. Perro le da igual, porque él es un hombre de acción.

Cameron durante su intervención exigiendo responsabilidades a las escuelas

Cameron ha dicho que van a hacer nuevos colegios en las zonas que más lo necesite, pero lo ha dicho como si en vez de levantar un colegio se fuera a crear un centro de comandos de la marina de Su Majestad británica. Para él todo lo que no sea un problema laboral es un problema criminal, a veces se confunde. Lo que sirve para deshacer el posible equívoco es si están empleados o en el paro.

Los educados chicos se vuelven salvajes
La perplejidad de Cameron ante los niños bien interviniendo en los saqueos no es más que el reflejo tópico de su comprensión social: los pobres roban, los ricos compran; Los pobres forman bandas, los ricos forman empresas; los pobres tienen malas ideas, los ricos buenas iniciativas. Con semejante visión maniquea, no se puede hacer mucho más.
Hemos hecho un sistema social absolutamente hipócrita en el que hemos buscado bonitos nombres a malos instintos, nombres técnicos a tradicionales vicios sociales. Cuando se pierden las referencias de los valores básicos y se erige en valor fundamental el egoísmo, llamado de diferentes formas para convertirlo en el motor de la sociedad, no tiene nada de particular que —dejando atrás esos prejuicios tontos que te atenazan y reforzado con que los demás te importan un bledo porque no son más que competidores en tu loable deseo de vivir mejor— te busques la vida, como se dice habitualmente.
El espectáculo británico es una mezcla explosiva de condiciones en donde los problemas sociales son una parte. Hay un problema de fondo que es mayor porque muchos no lo consideran problema: el convertirnos permanentemente en el centro del universo y hacer de nuestros deseos el objetivo irresponsable de nuestra vida. Si nuestros genes son “egoístas” como señalaba Richard Dawkins, las estructuras que derivan de ellas también lo son y solo se contrarrestan por la voluntad social y su capacidad de hacer que la gente interiorice lo mejor que la cultura nos puede ofrecer.

Parece mentira que en un país en el que es obligatoria la lectura de El señor de las moscas, de William Golding, no hayan comprendido todavía que la cultura, entendida como lo que el ser humano ha construido para salir conjuntamente de la maraña de la naturaleza, es un bien débil que debe ser protegido porque ante la menor presencia del espíritu o gen que anida en el fondo de nuestros sentimientos egoístas, se viene abajo. La cultura requiere de la observación fina de sus resquebrajamientos porque puede que la grieta sea demasiado profunda en cuanto nos descuidemos. Desde luego, algo más que hacer discursos en mangas de camisa delante de un grafiti.
Aprendemos egoísmo e irresponsabilidad por todos los poros de nuestra piel, todos los días, a través de nuestros más distinguidos Madoff  y timadores de cuello blanco [ver entrada Llamando a los criminales por su nombre], de las demostraciones permanentes de insolidaridad, de la elevación a los altares sociales de personajillos impresentables inventados con el único fin de excitar todos los átomos de estupidez y egoísmo que haya en nosotros. Hace mucho tiempo que concedemos más espacio a lo negativo que a lo positivo. ¿De qué nos extrañamos, pues? Cameron debería responsabilizar a esa otra escuela, la permanente de la vida, hacer más ejercicio de virtudes y menos ejercicio de autoridad porque el mensaje que está mandando tampoco es ejemplar. Preocupado por su pérdida de popularidad, alguna solución encontrará. Seguro.
Si no, las moscas —las de Golding, las de Sartre o las otras—, le darán el verano.

El señor de las moscas. el ídolo podrido con cabeza de cerdo

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