miércoles, 24 de agosto de 2011

Las manos invisibles

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Distinguía Gilles Lipovetsky en su obra El crepúsculo del deber lo que había sido una cultura moralista, en la que el deber se convertía en una regla y una retórica, frente a los nuevos tiempos en los que la idea de deber queda arrinconada en beneficio del placer como guía de las acciones, tanto en lo personal como en lo social. Lipovetsky llamó a esto Posmoralismo o la “época del posdeber”.
Escribió Lipovetsky:

La época posmoralista es aquella en la cual la cultura cotidiana está dominada no solo por los objetos, el self-love y la psicología, sino también por la información; la lógica de la relegación de la retórica del deber es hija del consumo y de la comunicación de masas. (53)*

La afirmación de Lipovetsky de que el abandono de la “retórica del deber” se debe a la conjunción del consumo y la comunicación de masas, de aceptarse, debe ser tenida en cuenta en la medida en que existe un cambio en esos dos factores: el económico, precipitado por una crisis que hace ver las limitaciones del sistema económico abandonado a la codicia descontrolada de los agentes, y la transformación de los medios de masas en micromedios de uso masivo, que es algo muy distinto. De aceptarse esto, estaríamos hoy en el inicio del cambio de las ideas de mercado y de públicos y audiencias, es decir, de una nueva forma de construcción de la "opinión pública". Habría, pues, un factor acelerador: el aumento del consumo de información en una sociedad-red, punto en el que convergen las dos ideas de Lipovetsky. 

La crisis que estamos viviendo, causada principalmente por la desregulación de los sistemas financieros, y las consecuencias que esto tiene para las economías de todos los países en un entorno globalizado, tiene que tener consecuencias importantes en la concepción del modelo económico porque es una crisis producida por llevar al extremo su estado natural la eliminación de barreras. Esta crisis clarifica las deficiencias del modelo, lo desidealiza. Se demuestra que conducir con precaución no te salva de la acción del conductor enloquecido que va en dirección contraria. El modelo se contrae.
El segundo aspecto que se ha modificado respecto a lo señalado por Lipovetsky son los medios de comunicación. Se ha modificado nuestra relación con los medios viejos y han surgido nuevas formas de uso y comportamiento informativo con la llegada de los medios digitales, de naturaleza completamente diferente a causa de la interacción.
Aunque los medios tradicionales tienen todavía peso en la creación de la opinión, las formas de uso de las informaciones están cambiando generacionalmente. La transformación ha sido rápida y hoy no se accede a los medios de la misma forma que antes. Sus efectos, por tanto, son diferentes. Habrá quienes crean que es la sociedad la que ha cambiado a los medios y los que opinen que son los medios los que cambian a la sociedad. Habrá otros que hablen de interacción. Pero el resultado es el mismo, el cambio.

Tras el "deber", el "posdeber". Pero, ¿y después? Las peticiones de cambios sociales que se están viviendo de diferentes formas en distintos países apuntan todos a una nueva articulación de la sociedad, como opinión pública, alrededor de la interacción mediática. Si en algo han coincidido David Cameron, Hosni Mubarak y  los dictadores árabes, chinos y cubanos ha sido en su deseo de controlar las redes sociales de comunicación. Aunque lo que ha dicho Cameron es más un calentón que otra cosa, deja al descubierto la cuestión mediática. Esta cuestión no es otra que la nueva construcción de la “opinión pública”, concepto difuso pero todavía eficaz.
Las redes no son el origen del cambio; son la herramienta, el instrumento que articula. Se irritan con razón aquellos que escuchan que las revoluciones árabes son una especie de efecto secundario de “facebook”. El origen es social; la articulación es micro mediática. Cuando se habla de la influencia de la imprenta en la difusión del protestantismo se está señalando algo similar. No son los impresores los que hicieron la Reforma; fueron los reformadores los que fueron a las imprentas a plasmar sus ideas para esparcirlas a los cuatro vientos. Por eso la respuesta del poder eclesiástico fue la censura, el “Índice”. Hoy se han multiplicado las imprentas, pues no son otra cosa los blogs, los “muros” de las redes, etc. Son la oportunidad de poner a dos personas de acuerdo. Multiplicado por cientos de miles, su efecto es demoledor.
El contacto entre un sistema económico liberado a sus propias fuerzas, sin control de daños e injusticias, y un sistema emergente de creación de opinión pública democratizado, es decir, al alcance de casi todos todos, plástico y reconfigurable de forma casi instantánea, y también incontrolable, como se ha demostrado, parece que provoca y provocará convulsiones. 


Dos tipos de poderes parecen enfrentarse, el económico y el informativo, esta vez, configurado como una opinión pública que ya no pregunta oracularmente qué debe pensar, sino que genera sus propias formas horizontales y espontáneas de liderazgo de opinión y, en ocasiones, de acción. En qué quede o qué salga de aquí, el tiempo lo dirá.
La mano invisible de la opinión pública puede ser tan imprevisible como la mano invisible del mercado. Quizá vendría a todos bien algo más de visibilidad, que no es más que la reivindicación de la cordura frente al azar y la necesidad. No es bueno lo que no sabes por dónde va a salir ni lo que no puedes rectificar.

* Gilles Lipovetsky (1992, 2008): El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Anagrama, Barcelona.



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