martes, 30 de agosto de 2011

La tarta y las gallinas o Godzilla contra todos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El maniqueísmo de la riqueza adquiere muchas formulaciones. Se atribuye al Premio Nobel de Economía Paul Samuelson la pregunta “Si es usted rico, ¿cómo es que es tan tonto?” (If you're so rich, how come you're so dumb). Existen variables respecto a esta paradoja. El estribillo de una vieja canción del gran Louis Jordan lo invertía y se preguntaba ¿Si eres tan listo, ¿cómo es que no eres rico?” (If you're so smart,
How come you ain't rich?):

I' been hearin' all about all your big ideas
Since you started.
What's the hitch?
You never made ten dollars yet
You say you can balance the national debt
If you're so smart,
How come you ain't rich?

Sin embargo, los hay ricos y listos. Mientras que la riqueza es cuestión objetiva y mensurable, se puede ser listo de muchas maneras, por ejemplo, a la española, en que ser “listo” o “un  listo” (no hablemos de un "listillo") tiene unas connotaciones especiales. ¿Serán los ricos inteligentes los que resuelvan o ayuden a resolver el problema? Asistimos a un combate en la cumbre entre ricos listos y políticos tontos?
Él es rico y es alemán, nos dicen en el reportaje televisivo. Se suma ya a los ricos americanos y franceses  que han pedido que les suban los impuestos. Tiene una casa muy normal, con su jardincito que cuida él mismo. Ser rico no significa ser ostentoso. Recibe al periodista en mangas de camisa y con su portátil en la mesa de la cocina.

Y lo ha dicho muy claramente: “Me avergüenzo de los políticos”. Recuerdo a los lectores que, por ser alemán, se refiere a Angela Merkel, el político más valorado por los ciudadanos españoles. Se avergüenza de que sean ellos, los ricos, los que tengan que pedir que les suban los impuestos que les llevan bajando —como en todas partes del mundo— tres décadas.
La teoría comenzó con la época Reagan-Thatcher, la época neoliberal. La idea central —como nos enseñaban Paul Samuelson y Louis Jordan— era que los ricos son más listos que el resto —por eso son ricos— y lo mejor que se puede hacer es no ponerles cortapisas en su creatividad y afán de lucro combinados. La teoría llevaba implícita la idea de que los ricos se mosquean rápido y, si les tocas las narices, se van a un paraíso fiscal u otro país que no tenga más extensión que Montecarlo o las Caimán, y no veías un duro de todo el dinero que generaban con sus operaciones inteligentes.

La teoría decía que cuando un muy rico se comía una tarta, los restos del pastel caían al suelo y podías sacar las gallinas para que se alimentaran con las migajas. Los súper ricos de todo el mundo se pusieron muy contentos con esta teoría, porque suponía que les dejaban tranquilos con esas cosas tan molestas que son los impuestos y podían seguir comiendo tartas cada vez más grandes. Los políticos se dedicaron a adularlos, a recibirlos en sus sedes oficiales, a llevárselos como séquito en sus viajes, y a proponerlos de modelo oficial de ciudadano, no para que hubiera muchos como ellos, sino para que se sintieran más queridos, que también ellos tienen su corazoncito. Los ricos habían dejado de ser señores con chistera, bigote retorcido para arriba y que cerraban un ojo para mirarte, casi siempre mal. Se había acabado el cine mudo y empezaba el sonido y el color. Los ricos daban el salto de las páginas de Economía a las de Sociedad y todo el mundo podía ver sus yates en los veranos en las revistas del cuché.


El movimiento pro-impuestos, como bien dice expresamente este rico ciudadano alemán, es la vergüenza de nuestros políticos en general (es decir, no solo de los alemanes) porque quedan en evidencia como personas poco resolutivas e incapaces de afrontar los problemas como deben. Y mientras los políticos siguen mareando la perdiz para que no se note su incompetencia y su falta de valor para tomar medidas adecuadas que van contra la política general que han mantenido durante treinta años, son los ricos (algunos) los que se tienen que poner en marcha para solicitar lo que ellos no se atreven a hacer. Berlusconi se acaba de echar para atrás en su impuesto de “solidaridad” a los ricos. Pero Berlusconi es rico y son otras las canciones que le gustan.

Es importante tener en cuenta que la mentalidad anti impuestos ha crecido en una generación de políticos. Han nacido con ella y la han mamado, como se suele decir, desde la cuna política. La idea de que los impuestos son impopulares se ha sobrepuesto a la realista tautología de que los impuestos son necesarios cuando son necesarios. El realismo político y económico nos dice que las políticas que se apliquen en cada momento han de serlo en función del estado del paciente.
La teoría de que el “gobierno es el problema” y que los impuestos son una forma de “robo” a los ciudadanos, ha prendido de tal manera en nuestros políticos de todo signo que la mano se les paraliza, la boca se les seca, cuando tienen que dirigirse a sus naciones a decirle que es necesario apretarse el cinturón, empezando por ellos mismos. 
La política ha bebido demasiado de la publicidad y de los neones. Son demasiados años de políticos simpáticos, fotogénicos y que “se comunican bien”, dejando a los mastines en segunda línea y a los técnicos en tercera o cuarta. Solo han aprendido a tranquilizar, al "aquí no pasa nada", convencidos de esa idea de que los mercados se regulan solos y que todo se arregla, como mucho, subiendo o bajando de vez en cuando un cuarto de punto el precio del dinero. Los gobiernos son el problema cuando son ineficaces, derrochadores y temerosos de ejercer sus funciones para llevar una política de bien común. Es demasiado tiempo de gobiernos que no creen en el gobierno. Efectivamente, hay muchos gobiernos que sí son un problema.
Que sean los ricos conscientes del desastre económico causado por los especuladores y políticos los que pidan que les suban los impuestos no deja de ser una historia rocambolesca, del “mundo al revés”, como se decía antes. Tiene algo de combate a lo Godzilla contra otro monstruo de su tamaño en Nueva York o Tokyo.


El movimiento de los ricos pro-impuestos, creo, tiene algo más profundo: el límite de la piscina del capitalismo. Hemos tocado el borde y ahora regresamos hacia el punto de partida. Cuando se producen estas paradojas, es señal de que el sistema no encuentra una nueva salida y trata de reciclar las opciones anteriores. Cuando pensamos que nos hemos perdido, retrocedemos hasta encontrar un punto en el camino que nos resulte familiar.
Pero hay algo que creo es importante señalar. Lo que tenemos aquí son dos formas de capitalismo enfrentadas o, si se prefiere, dos formas de entender el capitalismo en pugna. Por un lado está las formas anónimas de los fondos, improductivas, dedicadas a la pura especulación financiera con deuda soberana, con materias primas, con moneda, con lo que haga falta, que no se paran ante nada porque son formas anónimas, impersonales, cibernéticas, y solo se basan en el cálculo, y una segunda forma, personalizada, que ha sido llevada al extremo y que parece que ha reaccionado al ver que se traspasaban algunas líneas que podían llevar, como está ocurriendo, al desastre incontrolado y sistémico. La sucesión de crisis por especulación y la incapacidad de frenarlas porque se han desmantelado las defensas del sistema ha tenido que hacer pensar a más de uno en el fin del sistema, en que esta vez la gallina que come migajas es la que han reventado para sacarle los huevos de oro. Sin gallina, no hay tarta.
Podemos creer que están velando por sus propios intereses o podemos pensar que están mirando más allá y tratando de solventar un problema que hasta el momento los políticos se han mostrado incapaces de resolver, empezando por el propio presidente de los Estados Unidos y acabando en La Moncloa. Puede ser una mezcla de todo ello.

La canción de Louis Jordan "If you're so smart, how come you ain't rich?" (1950)


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