jueves, 4 de agosto de 2011

Dinero que mueve dinero

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las teorías postmodernas, siguiendo la idea de Nietzsche, nos advierten del carácter metafórico de todo lenguaje. Nos queda la elección del juego infinito de las metáforas y de la orientación del lenguaje hacia las áreas que nos permitan entender por proximidad lo que tratamos de descubrir.
Las metáforas que nos llegan en torrente estos días son las relacionadas con las enfermedades (“contagios”, “debilidad”, “tóxicos”),  la agresividad del reino animal (“depredadores”, “tiburones”, “voracidad”) y también los relacionados con las guerras (“acoso”, “ataques”, “cerco”). Los juegos de metáforas revelan y ocultan simultáneamente aspectos parciales de los fenómenos. Explicar la Economía en términos de enfermedad, selección natural y bélicos es bastante representativo del sector y de cómo vive su día a día. En el fondo, todas enfocan al mismo hecho: el más débil, paga el pato. El enfermo se muere, al animal más débil se lo comen y al enemigo más flojo lo arrasan.
El País le pone hoy —¡por fin!— nombre y apellidos a los “inversores”, a esos “depredadores del área económica”, a esos killers, que no son más que aquellos en los que depositamos nuestros ahorros para obtener un poco más de rentabilidad: los fondos de inversión. Nos dice el diario:

La inversión colectiva maneja activos por valor de 18 billones de euros. El 41% de ese dinero está invertido en renta variable, el 21% en bonos y el 18% en renta fija a corto plazo (money market). Los intereses de los ahorradores anglosajones son los que priman: el 55% del dinero invertido en fondos procede de EE UU, el 32% de Europa y el 13% del resto de regiones mundiales.*

En algún post anterior nos hemos referido a los “mercados financieros” como un ejercicio de ventriloquía o una esquizofrenia. Como en las películas de ciencia-ficción, todos esos euros y dólares que solitariamente apenas cuentan, cuando se juntan se vuelven monstruos, comienzan a comprar, a vender a la búsqueda de la máxima rentabilidad y a tener en sus manos el destino de muchas instituciones, entre otras, los estados, que se “endeudan” buscando dinero para financiarse como si se tratara de empresas.
Lo que en el fondo está en evidencia es este concepto de “estado-empresa” y el sistema que lo posibilita. El problema de llevar a primer término la Economía es que la gente puede descubrir que no le gustan sus métodos. Hay algo que la razón rechaza desde fuera, algo que los economistas ven como natural, pero que puede no serlo tanto. Pero el mundo hace mucho tiempo que ya no lo explican ni los filósofos ni los físicos ni los poetas; lo explican los economistas. Y, según la temporada, les toca a unos o a otros. Lo malo de la ciencia económica es que no se limita a explicar las cosas, sino que al explicarlas cree que las comprende y aplica las recetas que incluyen la propia enfermedad. La economía es una medicina homeopática: lo que le piden al BCE es que compre deuda soberana.

Ponerle nombre y cara a las cosas, salir de las metáforas difusas y lograr atisbar un poco más la realidad de lo que ocurre, es importante. Significa que entendemos qué se hace con nuestro propio dinero, y la diferencia que existe entre ahorrar e invertir. El no poner límites a lo que se puede ganar hace que la especulación sea infinita; el no poner límite a lo que nos podemos endeudar hace que nos comamos nuestro futuro y nos amarguemos el presente
Lo que hace falta es la recuperación del sentido político de la economía frente al sentido puramente especulativo practicado desde hace varias décadas. Defenderse de los especuladores de la deuda comprando deuda es una reafirmación del sistema y poner parches calientes. Mientras no se regule de forma más eficaz ese tipo de instituciones, tendremos estas crisis convertidas en crónicas, ya que es el futuro que nos espera. Las crisis se suceden y solo contemplamos los pasos de un lugar a otro. Es como cuando se envían los medicamentos caducados o de eficacia dudosa a países con legislaciones más relajadas o inexistentes para continuar el negocio. Cada vez que se protege un sector, la especulación se desplaza a los que quedan menos protegidos. Los estados no se enfrentan a la raíz del problema, solo lo trasladan de sitio porque necesitan que les compren la deuda. Pero a lo que también se tienen que enfrentar los estados y sus ciudadanos —y esto también es "economía política"— es a dejar de recurrir al endeudamiento excesivo, a gastar lo que no se tiene hipotecando el futuro. La crisis de la deuda no es más que la constatación brutal de lo que debemos y lo que nos va a costar pagarlo. Aquí la responsabilidad de la clase política es total porque son ellos los que han decidido y no han explicado las consecuencias. Es más fácil endeudarse y que lo pague el que le toque, que enfrentar a los ciudadanos a los impuestos, palabra tabú. El problema es cuando se han desbordado todos los niveles de endeudamiento y, se haga lo que se haga, es imposible pagarlo porque no quedaría nada para crecer y seguir pagando.
El reloj que hay abajo es el cruel indicador de lo que debe un país y lo que le toca pagar a cada familia de forma, más o menos directa o indirecta. La lecciones de economía son necesarias para poder saber lo que  votamos y lo que hacen nuestros gobiernos con nuestros votos. Emitir deuda ha sido una solución cómoda desde los años 80. Ahora llega el cobrador del frac.


* “Las manos que mecen los mercados” El País 4/08/2011 http://www.elpais.com/articulo/economia/manos/mecen/mercados/elpepieco/20110804elpepieco_9/Tes

El marcador de la deuda nacional USA con lo que corresponde por familia

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