miércoles, 31 de agosto de 2011

No temas, mamá, es solo una teoría

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se queja el Premio Nobel Paul Krugman en su colaboración en The New York Times* de la actitud que adoptan algunos políticos candidatos a la nominación republicana contraria a la opinión de la mayoría de los científicos. Se refiere esencialmente a dos puntos: el cambio climático y la evolución. Dice Krugman que la explicación está en que, según las encuestas realizadas en Iowa, en donde se realizó el primer asalto de las primarias republicanas, solo el 21% de los votantes de ese estado cree en el calentamiento global y solo el 35% cree en la evolución.
Podemos plantearlo como un problema exclusivamente de ignorancia, pero nos refleja varios aspectos interesantes sobre el funcionamiento de la política y los políticos en su variable actual.
Si partimos del principio de que la Política (con mayúsculas) debería ocuparse de la mejora material e intelectual de los pueblos, es evidente que algo está fallando en los dos ámbitos. Lo que se ha impuesto en todos los escenarios y colores es una forma de hacer política (con minúsculas esta vez) que busca exclusivamente el mantenimiento del poder desde un pragmatismo realmente penoso en el que es posible, como denuncia Krugman, sacrificar el consenso del conocimiento científico en beneficio de dos factores: la ignorancia y los intereses económicos.


Hay muchas personas para las que la vida no es más que una acumulación de confirmaciones de sus creencias más irracionales. Y exigen que se las confirmen para depositar su confianza en forma de voto. No dudo que existan políticos que crean en tonterías —de hecho es algo que se puede comprobar todos los días—, pero considero que es más una estrategia de cara a la obtención de los favores electorales. De esta forma, un político de esta calaña no se pregunta qué debo hacer, sino qué quieren escuchar.
El cultivo de las creencias no solo irracionales, sino estúpidas y reaccionarias, en contra del progreso del conocimiento científico es peligroso, porque se empieza teniendo opiniones infundadas sobre la evolución y las acabas teniendo sobre cualquier otra cosa, sintiéndote respaldado por unos candidatos que son tan inteligentes como tú ya que piensan lo mismo. Adular a idiotas solo trae malas consecuencias. Los idiotas tienen derecho a voto pero no a que les den la razón.

El cambio climático y la evolución no son solo algunas de las “teorías existentes”. La reducción de “una teoría” en su alcance, no es baladí. La idea de que los seres humanos estamos interviniendo con nuestras acciones en el cambio del planeta tiene unas consecuencias políticas que no se le escapan a nadie, especialmente a aquellos que las niegan. Su negación es la constatación de la insolidaridad planetaria y la manifestación del deseo de no modificar los elementos que están incidiendo en el cambio. Los que niegan la incidencia de las acciones humanas en el cambio climático, por ejemplo, son los que cortan bosques enteros o se benefician del comercio de su madera, los que no quieren controlar sus industrias porque les resulta caro reducir las emisiones de gases nocivos, etc. Y esos también votan.
Lo preocupante, en el plano que hablamos, no es que exista gente que lo niegue. Lo que nos preocupa es que la política sea tan irresponsable como para negarlo buscando el beneficio electoral. No es más que la revelación de que, para muchos, se ha convertido en el arte de adular idiotas. Y los idiotas van encantados a los mítines en los que se refuerzan sus estupideces. El día en que los políticos le digan a los electores las cosas que es necesario decir, aunque no nos guste escuchar, habremos dado todos un gran paso adelante en la vida pública.


De igual calado es adular las creencias en contra de la selección natural. Es cierto que a la gente, en general no le hizo ninguna gracia enterarse a mediados del siglo XIX de su parentesco en diverso grado con todo lo vivo. El propio Darwin sabía que la idea de que la diversidad de la vida fuera la variación de un primer elemento vivo era revolucionaria y que trastocaba nuestra cultura, todas las culturas, y nos hacía replantearnos nuestra condición y la del resto de la Naturaleza. La cuestión iba mucho más allá del “mono” que, al fin y al cabo, solo hacía mención del parentesco próximo e ignoraba lo demás. La genética dejaría claro el resto cuando se recuperó el legado mendeliano, que había permanecido ignorado, y se realizó una síntesis coherente entre ambas ideas, que es lo que hoy cualquier persona culta, en un sentido auténtico, conoce.

La negación de la selección natural, al igual que la negación del cambio climático, esconde intereses y prejuicios, con matices evidentes en cuanto a las creencias que se ven afectadas. Pero lo que nos interesa aquí es la negación aduladora para no molestar a los votantes. Podría dejarse la evolución  —ya que no es un problema inmediato— fuera de los programas electorales. Sin embargo, su introducción constante en los discursos de ciertos políticos norteamericanos no es más que un refuerzo de las creencias cuya adulación ya solo viene de los campos más sectarios. Que los políticos usen las creencias erróneas como forma de promoción entre sus electores, no debería extrañarnos, pero sí en el caso de ir contra todas las evidencias de la Ciencia. Se puede discutir sobre la mayor o menor pertinencia de la Teoría del Equilibrio Puntuado, de Eldredge y Gould, por ejemplo, pero eso no afecta a la Evolución, sino solo al cómo de la evolución. Y no es ahí donde se produce el debate, evidentemente.
Mantener la incultura y la irracionalidad como bases de la comunicación y la actuación políticas es un terrible error que padecemos todos. El cultivo de la estupidez solo produce estupidez. La única ventaja es para los jardineros, para los cultivadores de berzas, que ven recompensado el lanzamiento de sus semillas de idiotez con la obtención de nuevos y sabrosos ejemplares.
Si pensamos que esto son cosas que ocurren solo en Iowa, que son cosas de los de Tea Party, o el “cinturón bíblico”, nos equivocamos. El argumento de que eso del “cambio climático” era una exageración de algunos científicos, lo hemos escuchado en España. Como diríamos hoy, era una forma de transmitir confianza a las industrias de que no se les iba a exigir controles más estrictos de su contaminación del medio ambiente. Con reducirlo a “una teoría”, ya se ha conseguido justificar el destrozo y otros votos más a la urna. Afortunadamente, en la cuestión evolucionista que preocupa a ciertos norteamericanos, molestos probablemente porque lo que vieron en “El planeta de los simios” se pueda hacer realidad, no se da aquí de forma sensible, aunque algunos la lleven por dentro. Lo más curioso es que cuando escuchas esto, te lo comentan como si fuera un progreso, que les llega de científicos de vanguardia de los USA. Que están a la última, vamos, y tú te has quedado con lo del tío ese de la barba, Charles Darwin, que está ya muy pasado.
En cualquier caso, tranquila, mamá, que es solo una teoría. Nada que un buen libro de texto no pueda corregir. Y esos los aprobamos nosotros.

* Paul Krugman “Republicans Against Science”. The New York Times, 28/08/2010 http://www.nytimes.com/2011/08/29/opinion/republicans-against-science.html?src=me&ref=general





martes, 30 de agosto de 2011

Razonamientos perversos e iniciativas ciudadanas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay ciertos límites que no deberían traspasarse en los razonamientos. Si sigues enlazando ideas puedes llegar tan lejos que al volverte a mirar, no sabes ya de qué estás hablando.
Cada vez es más frecuente encontrar razonamientos en el marco equivocado que no hacen sino confundir a la gente. El problema de estos razonamientos es que  se extienden y se acaban teniendo por naturales.
El diario El País, en su editorial de hoy (“Una iniciativa peligrosa”*), incurre en uno de esos razonamientos en los que uno debe negarse a entrar o, si se entra, atenerse a las consecuencias intelectuales y políticas. El razonamiento se refiere a la cuestión del referéndum y es el siguiente:

Las voces críticas surgidas en su interior contra la iniciativa cuentan con argumentos defendibles, pero también lo son las de signo contrario, dadas las condiciones especialísimas en que se ha planteado, en respuesta a exigencias exteriores difícilmente soslayables. Lo que no tendría sentido es convertir el debate sobre el contenido de la reforma consensuada entre los dos principales partidos en una pugna por el referéndum. Si llegase a celebrarse —con el despliegue y el gasto correspondiente— la participación sería probablemente muy escasa, lo que añadiría incertidumbre al desenlace. Pero ¿cómo evitar que la mera posibilidad de su celebración sea considerada por esos mercados tan sensibles a lo imprevisto un factor añadido de riesgo que penalice nuestra deuda soberana?

He señalado en días anteriores que, independientemente de lo que se opine sobre el hecho de comprometer la deuda futura, lo que no me parecía adecuado era el lugar. Los acuerdos coyunturales no deben introducirse en un texto, como es el constitucional, cuya finalidad es estar por encima del debate en la mayor cantidad de artículos. Que lo pongan donde quieran, tras los debates pertinentes, pero no en la Constitución. Por tanto, la cuestión del referéndum es un problema, también relevante, que afecta al cómo y no al dónde.Una vez que han decidido el dónde, pasa a ser relevante el cómo.



Lo que me parece grave es el secuestro permanente de la voluntad política ciudadana, por un lado (aquí si es relevante la cuestión del referéndum), pero sobre todo me preocupa la naturalidad con la que se considera —como hace El País— que hay cosas que podemos y no podemos hacer en función de cómo lo valoren los mercados. El argumento es expuesto por políticos y periodistas cada vez con más frecuencia. Te dejan sin dónde y cómo.
Hay temas, cada vez más, que no se pueden discutir, se dice, por los "intereses" de España.

La Copa del Mundo expuesta en Shanghai, el "triunfo de la voluntad"

Este tipo de argumento implica la auténtica pérdida de soberanía porque resultan de asumir que las decisiones políticas o de política económica se toman no en función de nuestras opiniones o necesidades, sino en función de las de terceros o de sectores específicos del país.
Que España venda rápidamente bombas de racimo unos meses antes de que se prohíba internacionalmente su comercio al régimen del dictador Gadafi, es una muestra de la pérdida de principios o, si se prefiere, de la supeditación de los principios económicos a los principios éticos que un país no debe perder y al que no se le debe hacer renunciar.

A los egipcios se les dijo que la revolución democrática que emprendieron les perjudicaría al reducir los ingresos por turismo y cesar la actividad económica. Los egipcios eligieron la dignidad y las privaciones durante una temporada. Habría sido indigno aceptar la dictadura por cuestión de bolsillo, sobre todo porque esos bolsillos eran los de sus propios dictadores.
Siempre me ha causado profunda irritación que se ponga en una balanza las cuestiones políticas de principios y las cuestiones económicas. La economía es también política y la política es también economía, lo sabemos. Pero también debemos saber que si renunciamos a pensar desde nuestra democracia, mentalmente la hemos perdido. La “autodictadura” es el miedo a tomar decisiones desde los principios de todos porque perjudiquen o beneficien a una parte que busca su lucro.
Vuelvo a repetirlo: a los “mercados” les importa un bledo la democracia y nuestra constitución. Hacen todos los días negocios con las dictaduras. Las medidas que ellos piden no son por nuestro bien, sino por el suyo. Las medidas buscan que se esté en condiciones de cumplir los pagos en su momento y les da exactamente igual que sea con Zapatero, Rajoy o Idí Amín Dadá. Nuestra salud les preocupa para que podamos trabajar y devolver la deuda. Poco más.
Nos hemos acostumbrado a tratar como iguales políticamente a las dictaduras para pedirles dinero. Así vamos al Golfo o a China, que es donde se están amasando las grandes bolsas de capital. Y vamos a pedir, a rogar, estrechando sus manos y sonriendo, que nos presten un poco de ese dinero que amasan a base de corrupción. Cambiamos abrazos por dinero. Ahora ya no son los dictadores y sus bancos nacionales a los que nos hay que contentar, sino que debemos renunciar a hacer un referéndum por "si alguien lo interpreta mal". 
Decir que no es conveniente realizar un referéndum por si a los “mercados”,  sea quien sea, no les parece bien es una perversión muy grave por lo que implica de coacción, renuncia política y argumento contagioso, cada vez más frecuente. Es una renuncia a la decisión. Y que no se invoque que ya no tenemos opciones, porque no es más que un subterfugio de incapaces.
El mejor mensaje que se podría mandar a los mercados es que España tiene un gobierno que cree en su ciudadanía, en su capacidad de aceptar sus responsabilidades, y no quitándoselas de un plumazo.
Sigamos vendiendo armas a dictadores por el bien de nuestras empresas, abrazando tiranos por el bien de la economía, y dejando de decir lo que pensamos para que nadie se moleste en los mercados.
A unos les parecen peligrosas las iniciativas. Lo peligroso es matar las iniciativas y que decidan por ti.

* Editorial: “Una iniciativa peligrosa”. El País 30/08/2011 http://politica.elpais.com/politica/2011/08/29/actualidad/1314647690_609488.html



La tarta y las gallinas o Godzilla contra todos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El maniqueísmo de la riqueza adquiere muchas formulaciones. Se atribuye al Premio Nobel de Economía Paul Samuelson la pregunta “Si es usted rico, ¿cómo es que es tan tonto?” (If you're so rich, how come you're so dumb). Existen variables respecto a esta paradoja. El estribillo de una vieja canción del gran Louis Jordan lo invertía y se preguntaba ¿Si eres tan listo, ¿cómo es que no eres rico?” (If you're so smart,
How come you ain't rich?):

I' been hearin' all about all your big ideas
Since you started.
What's the hitch?
You never made ten dollars yet
You say you can balance the national debt
If you're so smart,
How come you ain't rich?

Sin embargo, los hay ricos y listos. Mientras que la riqueza es cuestión objetiva y mensurable, se puede ser listo de muchas maneras, por ejemplo, a la española, en que ser “listo” o “un  listo” (no hablemos de un "listillo") tiene unas connotaciones especiales. ¿Serán los ricos inteligentes los que resuelvan o ayuden a resolver el problema? Asistimos a un combate en la cumbre entre ricos listos y políticos tontos?
Él es rico y es alemán, nos dicen en el reportaje televisivo. Se suma ya a los ricos americanos y franceses  que han pedido que les suban los impuestos. Tiene una casa muy normal, con su jardincito que cuida él mismo. Ser rico no significa ser ostentoso. Recibe al periodista en mangas de camisa y con su portátil en la mesa de la cocina.

Y lo ha dicho muy claramente: “Me avergüenzo de los políticos”. Recuerdo a los lectores que, por ser alemán, se refiere a Angela Merkel, el político más valorado por los ciudadanos españoles. Se avergüenza de que sean ellos, los ricos, los que tengan que pedir que les suban los impuestos que les llevan bajando —como en todas partes del mundo— tres décadas.
La teoría comenzó con la época Reagan-Thatcher, la época neoliberal. La idea central —como nos enseñaban Paul Samuelson y Louis Jordan— era que los ricos son más listos que el resto —por eso son ricos— y lo mejor que se puede hacer es no ponerles cortapisas en su creatividad y afán de lucro combinados. La teoría llevaba implícita la idea de que los ricos se mosquean rápido y, si les tocas las narices, se van a un paraíso fiscal u otro país que no tenga más extensión que Montecarlo o las Caimán, y no veías un duro de todo el dinero que generaban con sus operaciones inteligentes.

La teoría decía que cuando un muy rico se comía una tarta, los restos del pastel caían al suelo y podías sacar las gallinas para que se alimentaran con las migajas. Los súper ricos de todo el mundo se pusieron muy contentos con esta teoría, porque suponía que les dejaban tranquilos con esas cosas tan molestas que son los impuestos y podían seguir comiendo tartas cada vez más grandes. Los políticos se dedicaron a adularlos, a recibirlos en sus sedes oficiales, a llevárselos como séquito en sus viajes, y a proponerlos de modelo oficial de ciudadano, no para que hubiera muchos como ellos, sino para que se sintieran más queridos, que también ellos tienen su corazoncito. Los ricos habían dejado de ser señores con chistera, bigote retorcido para arriba y que cerraban un ojo para mirarte, casi siempre mal. Se había acabado el cine mudo y empezaba el sonido y el color. Los ricos daban el salto de las páginas de Economía a las de Sociedad y todo el mundo podía ver sus yates en los veranos en las revistas del cuché.


El movimiento pro-impuestos, como bien dice expresamente este rico ciudadano alemán, es la vergüenza de nuestros políticos en general (es decir, no solo de los alemanes) porque quedan en evidencia como personas poco resolutivas e incapaces de afrontar los problemas como deben. Y mientras los políticos siguen mareando la perdiz para que no se note su incompetencia y su falta de valor para tomar medidas adecuadas que van contra la política general que han mantenido durante treinta años, son los ricos (algunos) los que se tienen que poner en marcha para solicitar lo que ellos no se atreven a hacer. Berlusconi se acaba de echar para atrás en su impuesto de “solidaridad” a los ricos. Pero Berlusconi es rico y son otras las canciones que le gustan.

Es importante tener en cuenta que la mentalidad anti impuestos ha crecido en una generación de políticos. Han nacido con ella y la han mamado, como se suele decir, desde la cuna política. La idea de que los impuestos son impopulares se ha sobrepuesto a la realista tautología de que los impuestos son necesarios cuando son necesarios. El realismo político y económico nos dice que las políticas que se apliquen en cada momento han de serlo en función del estado del paciente.
La teoría de que el “gobierno es el problema” y que los impuestos son una forma de “robo” a los ciudadanos, ha prendido de tal manera en nuestros políticos de todo signo que la mano se les paraliza, la boca se les seca, cuando tienen que dirigirse a sus naciones a decirle que es necesario apretarse el cinturón, empezando por ellos mismos. 
La política ha bebido demasiado de la publicidad y de los neones. Son demasiados años de políticos simpáticos, fotogénicos y que “se comunican bien”, dejando a los mastines en segunda línea y a los técnicos en tercera o cuarta. Solo han aprendido a tranquilizar, al "aquí no pasa nada", convencidos de esa idea de que los mercados se regulan solos y que todo se arregla, como mucho, subiendo o bajando de vez en cuando un cuarto de punto el precio del dinero. Los gobiernos son el problema cuando son ineficaces, derrochadores y temerosos de ejercer sus funciones para llevar una política de bien común. Es demasiado tiempo de gobiernos que no creen en el gobierno. Efectivamente, hay muchos gobiernos que sí son un problema.
Que sean los ricos conscientes del desastre económico causado por los especuladores y políticos los que pidan que les suban los impuestos no deja de ser una historia rocambolesca, del “mundo al revés”, como se decía antes. Tiene algo de combate a lo Godzilla contra otro monstruo de su tamaño en Nueva York o Tokyo.


El movimiento de los ricos pro-impuestos, creo, tiene algo más profundo: el límite de la piscina del capitalismo. Hemos tocado el borde y ahora regresamos hacia el punto de partida. Cuando se producen estas paradojas, es señal de que el sistema no encuentra una nueva salida y trata de reciclar las opciones anteriores. Cuando pensamos que nos hemos perdido, retrocedemos hasta encontrar un punto en el camino que nos resulte familiar.
Pero hay algo que creo es importante señalar. Lo que tenemos aquí son dos formas de capitalismo enfrentadas o, si se prefiere, dos formas de entender el capitalismo en pugna. Por un lado está las formas anónimas de los fondos, improductivas, dedicadas a la pura especulación financiera con deuda soberana, con materias primas, con moneda, con lo que haga falta, que no se paran ante nada porque son formas anónimas, impersonales, cibernéticas, y solo se basan en el cálculo, y una segunda forma, personalizada, que ha sido llevada al extremo y que parece que ha reaccionado al ver que se traspasaban algunas líneas que podían llevar, como está ocurriendo, al desastre incontrolado y sistémico. La sucesión de crisis por especulación y la incapacidad de frenarlas porque se han desmantelado las defensas del sistema ha tenido que hacer pensar a más de uno en el fin del sistema, en que esta vez la gallina que come migajas es la que han reventado para sacarle los huevos de oro. Sin gallina, no hay tarta.
Podemos creer que están velando por sus propios intereses o podemos pensar que están mirando más allá y tratando de solventar un problema que hasta el momento los políticos se han mostrado incapaces de resolver, empezando por el propio presidente de los Estados Unidos y acabando en La Moncloa. Puede ser una mezcla de todo ello.

La canción de Louis Jordan "If you're so smart, how come you ain't rich?" (1950)


lunes, 29 de agosto de 2011

Gulliver en agosto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si abril era el mes más cruel, como decía el poeta Eliot, agosto es el mes más despiadado, y no porque esté haciendo mucho calor, sino por la subida de temperatura que algunas intervenciones políticas nos provocan.
El ministro de Trabajo acaba de explicar que en el mes de agosto ha crecido el paro por lo que ha llamado “ciertas prácticas empresariales”*. La práctica es, en realidad, un vicio más acumulado y consiste en despedir a la gente en agosto para contrartala en septiembre (los que tienen esas suerte) y que así las vacaciones vayan a cuenta del paro, es decir, de todos. Ha dicho el ministro que no le gusta eso y que tomarán medidas, aunque es un dato constatado desde el año 2000. Bien. 
Ha hablado también de moderación salarial y de un pacto de rentas para reducir las ganancias. Hablar en España de “moderación salarial” es casi un sarcasmo, habría que hablar mejor de “moderación de las expectativas salariales”, es decir, prohibir por decreto tener sueños sobre lo que se podría cobrar algún día. Hablar de pacto de rentas, es algo peor todavía, cuando han aumentado las más elevadas y han disminuido las menores y las de en medio, que se han fundido en un fraternal abrazo a la baja.
Además de aguantar lo que tenemos encima, tenemos que aguantar todos los días las explicaciones que nos dan y que nos hacen dudar de nuestra inteligencia colectiva. El portavoz del Partido Socialista, Marcelino Iglesias, sale de la reunión de la Ejecutiva —realizando un gran sacrificio, da a entender— para contársela a los periodistas que siguen, atónitos, las explicaciones que ofrece. Me imagino que alguno habrá sentido la tentación de mirar qué hay tras la puerta por la que aparece, no vaya a ser un puente con un universo paralelo, una especie de camino de adoquines amarillos que lleve al planeta Oz, en el que sus habitantes se alimentan de estadísticas y comunicados de prensa, un planeta oscuro y silencioso en el que ha sido innecesaria la aparición de ojos y oídos. Las explicaciones son tan increíbles que los periodistas le siguen preguntando lo mismo una y otra vez. No sirve de nada; en ese planeta son así.

El ministro de Trabajo, Valeriano Gómez

Tenemos a un ministro de Trabajo que habla de la moderación de salarios de empleos inexistentes,  que habla de la moderación salarial de unos trabajadores a los que, según nos dice, se despide en agosto para volver a emplearlos en septiembre. Tenemos a un portavoz que explica que nadie hace tres años (¡¡tres!!) era capaz de prever que habría una crisis financiera y que, en cualquier caso, esta crisis, como demuestra la crisis de la deuda en Estados Unidos, solo afecta a las grandes potencias económicas. Le sigue un canto a la necesidad de contentar rápidamente a los deudores, a los inversores, dice, para que vean que España es un país serio que cumple sus compromisos. ¡Ya no sé qué es un país serio!


No sé por qué me sigo asombrando cada día de esta clase política. Creo que de lo que me asombro realmente es de que se pueda jugar con la idea de que la gente es tonta, crédula hasta la médula. Me sigue asombrando que las personas que salen a dar explicaciones tengan en tan poca estima a sus auditorios, y que quienes los envían a dar las explicaciones no consideren que nos merezcamos algo mejor, en la explicación en sí y en su fundamento intelectual.

Salir a estas alturas de la película diciendo que una crisis en la que llevamos metidos desde 2007 no era previsible y que es prácticamente un acontecimiento de agosto y que de ahí se deduce la eficacia del gobierno que ha respondido rápidamente a los problemas, es considerarnos poco menos que idiotas a todos.
La idea de un “pacto de rentas” es poco más o menos lo mismo, dada la pobreza del tejido contractual laboral español, hecho con las telas de araña de la precariedad. Con un panorama de auto empleados, microempresas, pequeñas y medianas empresas constituyendo el 99% del total existente, el tejido empresarial y laboral español es muy complicado.  Ya no sabemos si somos Gulliver en Lilliput, donde todo nos viene pequeño, o si estamos en Brondingnag, donde todo nos viene grande. No sabemos si estamos en la lista ascendente después de Grecia o si estamos en la lista descendente después de Estados Unidos. Podemos elegir la desgracia que más nos satisfaga: la de las crisis modestas o la de las crisis a lo grande. ¡Qué suerte! Otros no tienen tanto.
Hablar hoy de pactos es casi ridículo porque no va a salir ningún acuerdo útil de un empresariado asfixiado y sin fuelle, pequeñito, y unos trabajadores subempleados más cinco millones de parados. Pero se han acostumbrado a llamar “pacto” a la versión escrita de una “foto”, es decir, en frase hoy muy de moda, para generar confianza en los votantes. Es demasiado pedir.
Un agosto poco caluroso, pero irritante.

* “Valeriano Gómez anuncia una subida del paro en agosto quebrando cuatro meses de bajadas”. El País 29/08/2011 http://www.elpais.com/articulo/economia/Valeriano/Gomez/anuncia/subida/paro/agosto/quebrando/meses/bajadas/elpepueco/20110829elpepueco_3/Tes


Huracanes y terremotos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay gente a la que le pasan cosas, pero a mi amiga A. le pasan “anécdotas”. Para que te pasen anécdotas tienes que tener una doble condición: no enterarte de nada antes y sorprenderte después. Esa es la explicación de por qué le ocurren las anécdotas a la gente más despistada. En realidad no es que tengan especial atracción para las historias, sino que lo viven todo a su manera, de sorpresa en sorpresa, porque no acaban de enterarse bien de las cosas. Y lo cuentan. Su asombro se convierte en relato.
Me cuenta mi amiga, que se encuentra en Estados Unidos, que desde que está allí le han pasado dos desastres naturales. Del terremoto no se enteraron —dice— porque iban en coche. Solo cuando llegaron a casa y vieron la gran cantidad de mensajes de España interesándose por si les había pasado algo se dieron cuenta de que había sido un terremoto y no los baches.  Luego recordó que su vecino "raro", un vidente, le había dado instrucciones sobre qué hacer en caso de terremoto. Supongo que el vecino es "raro" porque es vidente. Que un vidente te avise de la inminencia de un terremoto es una pérdida de tiempo si no crees en los videntes. El pobre hombre, guiado por su sentido de la buena vecindad más que por ningún don profético, trató de avisar a su nueva vecina española de las medidas que se debían tomar en caso de terremoto. No le hicieron mucho caso, claro.

No sé muy bien —mi amiga no se lo ha planteado todavía— si su vecino el vidente chalado avisa sobre los terremotos a todos los vecinos  recién llegados o realmente “sabía” que iba a ocurrir un terremoto y por eso les avisó. A los huracanes se les ve venir; a los terremotos no. Lo importante —y lo que lo convierte en anécdota— es que no le hicieron ningún caso porque era vidente.
Hay videntes a los que nadie hace caso en muchos terrenos. No hay videntes, por ejemplo, en la Física, aunque puede haber visionarios, que es otra cosa, En cambio sí hay videntes en la Economía, y muchos. Pero, como ocurre en el caso de mi amiga, nadie les hace caso porque no se debe hacer caso a los videntes.
Los videntes en la Economía se suelen reconocer porque sacan libros con fajas de papel en los que ponen cosas como “el hombre (o la mujer) que avisó de la crisis”. El “test de las crisis” suele ser el que marca el estatus de los economistas y el reconocimiento de sus explicaciones y teorías. Hay que distinguir bien entre ambas porque existen diversas Teorías, pero también diversas interpretaciones de las teorías. Por eso lo importante en un campo es saber las teorías que existen y las interpretaciones, a veces radicalmente opuestas. Los economistas pueden estar de acuerdo en una teoría, pero diferir sobre las interpretaciones. Como Ciencia que se realiza en un papel, la Economía está condenada a dar la razón a posteriori a los que disputan en su seno. La diferencia es la existente entre el experimento y la simulación. Los economistas no hacen experimentos, como los Físicos; lo más que pueden hacer es crear modelos cuya función es convencer de sus teorías o interpretaciones a los colegas o gente interesada.
La Economía necesita de la Historia y la Historia de los hechos, que es la forma tozuda en que la realidad se manifiesta para alegría o desesperación de los que elaboran teorías sobre ella. Los economistas que señalaron la crisis económica actual vivieron como parias durante algún tiempo. Ahora pueden, como el vecino chalado de mi amiga, hacer giras satisfechos, dedicando libros y celebrando conferencias. Es el pago que el destino depara a los que sufren el escarnio por decir la verdad antes de que los hechos la confirmen.


El economista Raghuram G. Rajan cuenta en su interesante obra Grietas del sistema. Por qué la economía mundial sigue amenazada* (que quizá reseñemos más adelante un domingo),  cómo al preparar su ponencia para una reunión a mayor gloria de Alan Greenspan y su legado, celebrada en las selectas reuniones de Jackson Hoyle (Wyoming), se percató, al ver juntos los datos económicos, de la inminencia de una crisis tal como la ocurrida. Tituló su intervención «¿Ha contribuido el desarrollo financiero a hacer un mundo más expuesto al riesgo?». Pudo prever la crisis, pero Rajan no previó los efectos de anunciarla:

Pronosticar en aquella época no requería demasiada capacidad de previsión: me limité a unir los puntos con ayuda de los marcos teóricos que mis colegas y yo habíamos desarrollado. Sin embargo, no puede prever la reacción del público asistente, normalmente educado. Solo exagero un poco si digo que me sentí como un cristiano en medio de una reunión de leones hambrientos. Mientras abandonaba la tarima tras ser duramente criticado por varias lumbreras (con algunas honrosas excepciones), sentí un gran desasosiego. No por las críticas en sí mismas, ya que, tras unos años de animados debates en los seminarios universitarios, uno desarrolla una piel muy gruesa: si uno se tomara a pecho todo lo que dice el público asistente, jamás publicaría nada. Más bien fue porque las críticas parecían ignorar lo que estaba pasando delante de sus narices. (13-14)

Se olvida con frecuencia que la aceptación de una teoría o de una interpretación depende de tres factores: 1) la verdad de la afirmación; 2) la capacidad de convencimiento del que la expresa; y 3) el deseo de ser convencido de los que la reciben. En ocasiones, la menos relevante es la primera, lo que explicaría la proliferación de tonterías y teorías falsas que, sin embargo, cuentan con buenos argumentadores y, sobre todo, con un público receptivo, deseoso de escuchar ciertas cosas que le adulan, benefician o confirman sus creencias. Eso ocurre con frecuencia en la Economía y otros campos académicos y científicos.
La virulencia de la respuesta de los presentes no era más que el deseo ferviente de no ser convencidos. Por eso, los economistas no deberían olvidarse, entre sus variables, de que además de estudiar la psicología del comportamiento de los consumidores, su irracionalidad subyacente en su presunta racionalidad, de estudiar e incorporar a sus propios modelos explicativos la irracionalidad del teórico que expone y del teórico que recibe, es decir, su resistencia mayor o menor a la innovación teórica o a la explicación distinta a la canónica. Thomas S. Kuhn habló de ello. Pero en general no se hace. Se da por descontada la racionalidad objetiva en nuestras evaluaciones de cosas e ideas, algo que casi nunca ocurre.


Terremotos y huracanes son desastres naturales que, a nuestros efectos, son muy distintos. La llegada de los terremotos requiere de una mentalidad que tenga presente que, aunque no sabemos cuándo ocurrirá, acabará ocurriendo. Requiere mucha fe en que es cuestión de tiempo y no bajar la guardia. Los huracanes, por el contrario, se ven venir y nos avisan de su llegada. Con esa confianza en que nos llegará la alerta, no nos preparamos más que cuando nos llega el aviso en forma de parte meteorológico. Para un huracán no hay que tener más que fe en los meteorólogos. Un terremoto, en cambio, requiere otro tipo de fe.
La vida es una sucesión de huracanes y terremotos, de desastres esperados e inesperados, con paréntesis de calma. En la vida,  como en la Economía, no nos gusta que nos avisen de que los periodos de calma se pueden acabar. Pero que no nos guste, no significa que no ocurra. Y hay vecinos chalados que nos avisan de lo que hay que hacer, aunque no les hacemos caso. Algunos aciertan.

* Raghuram G. Rajan (2011): Grietas del sistema. Por qué la economía mundial sigue amenazada. Deusto, Madrid.




domingo, 28 de agosto de 2011

Un libro: El regreso de Keynes, de Robert Skidelsky

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Permítaseme comenzar con una cita de un texto de Keynes que no se encuentra en nuestra obra de hoy, pero que me parece una introducción adecuada a lo que seguirá después. La cita pertenece a la obra Las consecuencias económicas de la paz (1919):

Veo pocos indicios de acontecimientos próximos en ninguna parte. Motines y revoluciones los puede haber; pero no tales en el presente, que tengan una significación fundamental. Contra la tiranía política y la injusticia, la revolución es un arma. Pero ¿qué esperanzas puede ofrecer la revolución a los que sufren de privaciones, que no son producidas por las injusticias de la distribución, sino que son generales? La única salvaguardia contra la revolución en la Europa central está positivamente en el hecho de que ni siquiera al espíritu positivo de los hombres que están desesperados ofrece la revolución de ninguna forma perspectivas de mejora. Puede, pues, ofrecerse ante nosotros un proceso largo y silencioso de extenuación y de empobrecimiento continuado y de lento de las condiciones de vida y bienestar. Si dejamos que siga la bancarrota y la ruina de Europa, afectará a todos a la larga, pero quizá no de un modo violento e inmediato.
Esto tiene una ventaja. Podemos tener todavía tiempo para meditar nuestros pasos y para mirar al mundo con nuevos ojos. Los acontecimientos se encargan del porvenir inmediato de Europa, y su destino próximo no está ya en manos de ningún hombre. Los sucesos del año entrante no serán trazados por los actos deliberados de los estadistas, sino por las corrientes desconocidas que continuamente fluyen bajo de la superficie de la historia política de las que nadie suele predecir las consecuencias. Solo de un modo podemos influir en estas corrientes: poniendo en movimiento aquellas fuerzas educadoras y espirituales que cambian la opinión. La afirmación de la verdad, el descubrimiento de la ilusión, la disipación del odio, el ensanchamiento y la educación del corazón y del espíritu de los hombres deben ser los medios.  (190-191)*

El autor, Sir Robert Skidelsky

El fragmento es extraordinario porque nos muestra sintéticamente el pensamiento de John Maynard Keynes en su plenitud de preocupaciones, diagnósticos y remedios. Señala los problemas de un empobrecimiento contra el que no cabe la personalización de la tiranía, del que queda excluida la revolución como solución. No ve estallidos de furia ante situaciones concretas, sino un lento empobrecimiento y pérdida de capacidad de reacción. Intentar predecir acontecimientos y consecuencias de acontecimientos es desconocer el funcionamiento de la Historia y un trabajo vano. Y finalmente señala lo que considera un remedio: los estadistas no deben tratar de descifrar lo indescifrable, sino tratar de mejorar la situación de sus pueblos a través de su educación. Con pueblos mejores, más y mejor educados, en un sentido que veremos más adelante, los peligros del futuro son ya de otra naturaleza. El secreto del éxito está en la gente.
La idea que podamos tener hoy de lo que es y cómo trabaja un economista no vale para analizar a Keynes, fruto de una época en transición cultural representante de una especie de intelectual en estinción. Tal es la idea, que compartimos plenamente, manifiesta en las páginas de la obra de uno de los grandes especialistas en John Maynard Keynes, Robert Skidelsky, catedrático emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick, y autor de una biografía de Keynes merecedora de diversos premios. El regreso de Keynes** es una obra de gran interés para el conocimiento general de Keynes con aspectos que habitualmente no se recogen en las obras de Economía y, especialmente, en su aplicación a la situación actual, es decir, a la crisis que vivimos.



Esta doble perspectiva, la personalidad y los fundamentos intelectuales de Keynes, dotan a la obra de su peculiar estilo, contenido y estructura. Hemos dicho “personalidad” y no “vida” porque no se trata de una biografía, de hecho los acontecimientos de la vida se mantiene medianamente distantes y solo son invocados cuando justifican la explicación de un elemento de su formación que se traduce en idea. La existencia de una crisis de las características de las actuales dirige el contenido de la obra. Esta tiene una presentación de las ideas de Keynes desde la perspectiva de lo que ocurre hoy, que es contrastado de forma permanente para su análisis. Y finalmente determina su estructura, que comienza con un análisis del tipo de crisis que tenemos, lo errores cometidos y su origen intelectual, desarrolla una síntesis de las principales ideas keynesianas y finaliza con un “Keynes hoy” que trata de confrontar ideas y situaciones reales.
Hacia el final de la obra, en sus últimas páginas, Robert Skidelsky señala:

La tesis en la que se basa este libro propugna que, subyacente a la continua sucesión de crisis financieras que hemos experimentado recientemente, está el fracaso de la teoría económica para tomarse la incertidumbre en serio. Ha ocultado esta negligencia por medio de unas sofisticadas matemáticas.
Keynes no creía que toda la vida económica fuera incierta. La teoría clásica era apropiada para muchos mercados y problemas: para la mayoría de los mercados de bienes de consumo, así como para las políticas de fijación de empresas e industrias. En estos casos era razonable suponer que había agentes a los que motivaba el interés personal y que poseían conocimientos suficientes de las condiciones del mercado para alcanzar sus objetivos. El problema era que la teoría clásica había colonizado todo el ámbito de la actividad económica, incluyendo todas aquellas actividades cuyos resultados eran inciertos. A consecuencia de ello, se sobrestimaba enormemente la estabilidad de la economía de mercado, y se extraían conclusiones engañosas para la política. El ataque de Keynes no iba contra la teoría clásica como tal, sino contra su objeto y aplicabilidad. (216-217)**

Si hay una idea que subyace en todo el pensamiento de Keynes, que se extiende desde su origen profundo hacia las manifestaciones más específicas, es la idea de “incertidumbre”. Es sobre este concepto sobre el que gira todo su pensamiento determinándolo. Y la incertidumbre, como bien señala Skidelsky, no es “riesgo”, que sería un concepto en un orden inferior.
“Incertidumbre” es, en este caso, un concepto filosófico que sirve de marco a muchos otros y que queda reflejado en el fragmento con el que iniciábamos este texto, Las consecuencias económicas de la paz. “Incertidumbre” significa, en definitiva, una forma de percibir el mundo y nuestras relaciones con él.  Toda la teoría económica, en especial su concepción del dinero, parte de ahí. El dinero es una forma de protegerse de la incertidumbre, es decir, de los cambios que no podemos prever. Los sujetos tienen que estar tomando decisiones permanentemente sobre sus acciones en el mundo. El hecho de que crean que tienen la información suficiente y su valoración de la relación existente entre lo conocido y lo desconocido es relevante y determinante. Toda decisión es el resultado de una evaluación del futuro con una cantidad determinada de información.
El hecho de que en la economía se parta de agentes racionales, no significa que el mundo sea racional ni previsible. Como saben las personas sensatas, solo los imprudentes creen que pueden saberlo todo. La vida no es controlable y ante esto, lo único sensato es la prudencia. Lo demás es incurrir en una “soberbia del conocimiento”, es decir, la presunción de que se puede tener un conocimiento de lo que va a ocurrir más allá de lo que es sensato esperar. La obra de Keynes parte de una epistemología que deriva en una psicología del comportamiento económico y finalmente en una teoría de la decisión: partimos del principio de que no podemos controlar o saber el futuro; eso nos hace enfrentarnos a él desde una construcción de universos estables, físicos y mentales, y, finalmente, actuamos a través de decisiones ajustadas que son el resultado de lo anterior, de nuestra forma de concebir el mundo.


Lo contrario es creer que podemos tener información suficiente y representarnos un futuro sobre el que —al estar seguros— apostamos demasiado. Las herramientas matemáticas, la sustitución de la realidad por los modelos nos inducen a tomar riesgos crecientes. Cuando se produce una turbulencia, un imprevisto histórico, todo se viene abajo con efectos destructivos demoledores dado lo mucho que se arriesgó y lo falaz de nuestras mentiras y autoengaños para avanzar en el riesgo creciente.

Hay crisis que, como la financiera que padecemos, se producen cuando se ignoran estos fundamentos y se pretenden repartir los riesgos pensando que así dejan de existir. Es la imprudencia que se basa en la creencia en las falsas seguridades la que nos arroja al desastre. Y más si se ha perdido el sentido de responsabilidad y se aborda desde un deseo fraudulento.
La creencia en que nosotros no somos los que controlamos el mundo, sino que solo vivimos en él tiene profundas consecuencias en la toma de decisiones. Las personas se hacen prudentes y toman decisiones prudentes. Aprenden que la mejor manera de no tener un futuro inestable es tener un presente estable. Lo que tenga que ocurrir ocurrirá, lo imprevisible —un tsunami—; lo sensato es avanzar con tiento, parece decirnos Keynes. Los irresponsables son los que pretenden poseer un conocimiento total, que excluye todo imprevisto, y acaba arrastrando al sistema a las crisis.
Por eso los principios que Skidelky señala como rectores del pensamiento keynesiano se derivan no de la Economía, sino de un estamento superior y anterior que es la Ética, de la cual se derivan los principios responsables en un mundo incierto. Señala el autor:

El enfoque ético de Keynes ofrece consideraciones que han adquirido una nueva importancia en el contexto de la actual «crisis del capitalismo».
En primer lugar, y de la mayor importancia, mantiene viva la transcendencia de tener una idea de la buena vida. Sin ella, la actividad económica tiende a ser simplemente un envidioso esfuerzo por la ventaja relativa, sin ningún término natural.
En segundo lugar, introduce la relevancia de la filosofía para la economía. Keynes no fue un liberal económico, en el sentido actual, sino un liberal filosófico, pues reflexionó constantemente sobre la relación entre objetivos económicos, objetivos no económicos y comportamientos […]
En tercer lugar, nos obliga a plantearnos cuál es la finalidad de la actividad económica. En general, él creía en un óptimo de Pareto-ético: el progreso material aumentará el bienestar del universo hasta el punto en que comience a disminuir la cantidad de bondad ética. Al abogar por el patrocinio del Estado sobre las artes y el embellecimiento de las ciudades proporciona un argumento de base ética para la acción pública para influir en la composición, así como en el nivel, de la demanda.
En cuarto lugar, Keynes mantuvo viva la idea del «precio justo».
Por último, planteó la cuestión de si la moral puede sobrevivir a largo plazo sin religión. (179-180)

Creo que es un buen resumen de ese primer nivel, de ese macro nivel envolvente o fundamental, en el cual se desenvuelve el pensamiento keynesiano. Es desde esos principios y preocupaciones desde los que se puede empezar a pensar económicamente. Algo que Skidelsky recrimina a muchos neokeynesianos, los autores que trataron de reconstruir desde los 80 un Keynes alejado de sus principios fundamentales y aquejados muchas veces de los mismos defectos que el propio Keynes había denunciado: la matematización excesiva, la creencia en que el modelo es igual que la realidad que representa, el carácter abstracto del pensamiento frente a los hechos y el sentido común y, especialmente, el pecado de la soberbia del conocimiento, es decir, la creencia en que se pueden tomar todo tipo de decisiones porque conocemos suficientemente el futuro.
Habría que añadir otro pecado capital: el de una economía que no tiene como fin la mejora social porque ha perdido su carácter ético de compromiso. En este sentido, la intervención de los gobiernos en la economía va más allá del control, ha de estar orientada a la mejora social. Para Keynes, la intervención gubernamental no es una cuestión de restricción de libertades sino, por el contrario, para la creación de una sociedad que pueda acabar disfrutando de su propia libertad en un entorno estable y de calidad. Para Keynes, la economía no debía buscar otra cosa que la creación de las condiciones para que la “vida buena” fuera posible. Es ese concepto el que se ha pervertido desde la degradación de fines sociales y particulares que Keynes no hubiera entendido como una libertad, sino como un deterioro de ella. En el fondo, hay un ideal platónico e ilustrado, una concepción de una sociedad cuya aspiración final no es material sino espiritual. Los logros materiales no son más que la liberación del ser humano de la dependencia de unas necesidades que le impiden ser feliz y disfrutar de esa “vida buena”. Est vida es posible cuando se han cubierto los mínimos y se ha llegado a una sociedad en la que las personas pueden empezar a preocuparse por el disfrute de bienes superiores, pueden acceder a los placeres del conocimiento, la bondad y la belleza. Recuerda esta idea de Keynes la aspiración hölderliniana de una “sagrada teocracia de lo bello”, un mundo en el que fuera posible vivir en disfrute de lo bueno que la vida y el Arte, como plasmación de la aspiración humana a la Belleza y al Bien, encarna. La Política es el arte de llevar a los pueblos hacia ese ideal de vida.


La recuperación de una finalidad ética de la política y la economía, de la ciencia incluso, es una demanda que cada vez se hace más presente e imperiosa. Lo que Keynes planteaba no era otra cosa que una vida con principios que comprometieran al individuo consigo mismo y con los demás. Este era el compromiso de la función pública y los gobiernos. La era poskeynesiana abrió, por el contario, el paso a enfoques muy distintos en casi todos los ámbitos. Las necesidades no son ya algo que hay que superar, sin algo que hay que utilizar y fomentar para el consumo. Se crece para crecer, sin objetivo: Se crece económicamente, pero no se madura ni social ni individualmente. Recuperar un Keynes intervencionista sin plantearse el sentido ético de las intervenciones es absurdo porque es seguir moviéndose en un terreno cada vez más arriesgado. El desprecio de Keynes al “amor al dinero”, al dinero por el dinero, es decir a la avaricia y la codicia, se fundamenta en su idea de que el dinero debía servir para algo, y para algo bueno. Su racionalidad estaba en la vieja concepción de  que quien conoce el bien quiere el bien. Por el contrario, el concepto de acumulación , de“más es mejor”, carece de fines y, por tanto, de justificación ética o moral. Por eso para Keynes —y por eso comenzamos desde ahí—, lo esencial es la mejora educativa de los pueblos para que puedan elegir bien: puedan elegir bien a los que han de administrarles y puedan elegir bien en qué invierten el tiempo de su vida, el auténtico bien escaso. El embrutecimiento que hoy vivimos no es el mejor camino.

Esa moderación que pretende fijarse en las tablas pétreas de la Constitución española, mejor haría en intentar inscribirse en el espíritu de los ciudadanos y de los dirigentes políticos y empresariales mediante la educación, el factor que se deja fuera siempre. La educación no es la formación técnica y profesional, como nos repiten hoy los que deberían responsabilizarse de la formación social. No tiene nada que ver con la competitividad, que desgraciadamente nos obsesiona. Es esencialmente, y en paralelo, una formación ética y moral, una formación en fines y límites, una formación en lo que es deseable y aconsejable, personal y colectivamente. En suma una formación de ciudadanos, personas con aspiración a mejorar en lo personal y comprometidas con los demás en una sociedad con una voluntad común de progreso real. Mientras no se produzca esa escritura y lo que se ofrezca como sociedad sea el embrutecimiento colectivo a través de un consumismo que solo tiene como objetivo el enriquecimiento económico y no la prosperidad social, que es un concepto que abarca lo material, pero también lo espiritual, no servirá de mucho que escribamos nuestros compromisos en letras de oro sobre el mejor mármol.
Lo que deberíamos aprender y recuperar de Keynes es el Keynes que hemos sepultado, el que creía en algo hoy en desuso, la idea de un bien común y de la responsabilidad de políticos e intelectuales haciendo suya la causa de todos: la mejora social. Una sociedad mejor es una sociedad que sabe ser moderada y armoniosa en sus demandas porque ha aprendido a fijarse en lo que es importante y esencial en la vida y rechaza lo superfluo y banal. Lo que orienta finalmente la demanda es la formación del gusto, un gusto que es capaz de apreciar y reconocer, como señalaba Keynes, la “vida buena”, la que tiene por objeto la maduración de las personas y no la acumulación indiscriminada e infantil de bienes que caracteriza a nuestras sociedades consumistas, desprovistas de criterios capaces de discriminar entre lo esencial y lo trivial, entre las personas y lo que simplemente acumulan. Una sociedad que deje de admirar el dinero y se preocupe del bien que se puede generar con él.
La obra de Robert Skidelsky es altamente recomendable y no solo a los interesados en la Economía, porque —como hemos dicho— la Economía no es algo que competa solo a los economista, una ciencia oscura y críptica, sino la traducción de nuestros sueños y deseos a acciones. La lección de Keynes es que mejoremos en nuestros sueños y deseos y así serán mejores nuestras acciones y contribuirán a un mundo mejor en el que podamos seguir soñando sin pesadillas. O con las justas.

* John Maynard Keynes (2010 3ª ed.): Las consecuencias económicas de la paz. Col. Biblioteca de Bolsillo. Crítica, Barcelona.

** Robert Skidelsky (2009): El regreso de Keynes. Crítica, Barcelona. 249 pp. ISBN: 978-84-9802-033-8.



sábado, 27 de agosto de 2011

La paradoja del “Homo Economicus”

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estos días los noticiarios y periódicos de todo el mundo nos han sorprendido con la petición de algunos súper ricos de que se les suban los impuestos. Primero en Estados Unidos y después en Francia, algunos poseedores de grandísimas fortunas han solicitado que se les apliquen impuestos especiales para intentar paliar los efectos de la crisis económica en sus países. A primera vista, han actuado contra sus intereses.
Que la iniciativa venga de los propios interesados y no de las autoridades respectivas plantea una interesante cuestión que ha tenido preocupados a teóricos de distintos campos: el problema del altruismo. Hemos hecho un mundo tan egoísta que nos cuesta mucho explicar los comportamientos que se olvidan de los intereses propios en beneficio de los ajenos. La egoísmo tiene un amplio respaldo teórico, mientras que los comportamientos contrarios plantean serías dudas.
Desde la teoría clásica, el “Homo Economicus” —la modelización del ser humano desde la perspectiva de la economía— se ocupa racionalmente de sus propios intereses, actúa siempre en su propio beneficio. En las decisiones que toma, busca siempre lo mejor para él. Puede que sus motivos estén ocultos o que, por estrategia, prefiera camuflarlos bajo el disfraz altruista. No por ello deja de actuar desde la perspectiva de su propio beneficio. Puede que sus caminos sean complejos, pero le llevarán a su objetivo: el beneficio propio. Lo contrario solo se puede concebir desde el error o desde la patología.


La Psicología freudiana se tuvo que enfrentar también a un problema similar. El egoísmo que busca satisfacer el deseo se camufla bajo apariencias que el propio sujeto niega por inaceptables. Los instintos egoístas se camuflan ante los demás y ante uno mismo. La conciencia superior no soporta los deseos puramente animales que nos dirigen y busca todo tipo de subterfugios. Bajo el altruismo humano anidaría siempre el cálculo de lo mejor para uno. Puede que no nos guste verlo y reconocerlo, pero es el fondo de nuestro ser.
Desde la Biología ocurre lo mismo. La lucha por la supervivencia nos ha hecho naturalmente egoístas y en nuestra misma naturaleza, reflejo del conjunto mecánico de la Naturaleza, estaría el egoísmo y el deseo de obtener el máximo con el mínimo. Los modelos biológico y económico se realimentan y fundamentan el uno al otro: la Naturaleza es economía y la Economía es naturaleza. Al fin y al cabo, para sobrevivir se necesitan recursos y la Economía se encarga de eso.

El egoísmo está en el centro de nuestros dispositivos explicativos teóricos. En el fondo de todo ello está la idea de la escasez de los recursos, que es la conexión entre el "homo economicus" y el "homo sapiens", entre la Economía y la Biología. Tanto Darwin como Wallace leyeron por separado la obra de Thomas Malthus sobre la escasez de los recursos y cómo esta circunstancia es la reguladora de la vida en su conjunto. Ambos, inspirados por la obra, llegaron a la misma conclusión: la naturaleza es un proceso cruel de selección, en el que la crueldad no es un elemento moral, sino como diría Nietzsche, otro convencido, “extramoral”. Gracias al mecanismo de la escasez, lo individuos que logran hacerse con los recursos existentes sobreviven y se reproducen, mientras que los que no lo hacen se quedan por el camino y no se reproducen. De esa forma si transmiten algo en común es lo que Richard Dawkins llamó el “gen egoísta”.

La colaboración
En todos estos apartados, el económico, el psicológico, el biológico (aunque Freud considerara el psicológico como biológico), el problema del altruismo se plantea como un reto al que solo cabe encontrar una explicación teórica que desvele su inexistencia.
Para algunos el altruismo solo se justifica teóricamente cuando se da el sacrificio (entendido como la represión del egoísmo natural) en nombre de la familia. Se estaría dando preferencia a la línea genética antes que al individuo que la transmite. Cuando alguien se sacrifica por sus hijos, está actuando un “egoísmo de grupo genético” antes que uno individual. Salvaríamos una versión más joven de nuestros genes.
El anarquista aristócrata ruso Priot Kropotkin, naturalista darwiniano, no creía que la lucha fuese la única forma de sacar adelante la evolución y siendo partidaria de ella, encontró que el “apoyo mutuo” podía ser beneficioso para especies o individuos en momentos determinados. No eliminó el egoísmo sino que señaló que podrían se obtener mejores resultados mediante la colaboración. Con todo, es un paso importante en la medida en que no nos obliga a estar luchando eternamente contra todos, sino solo contra algunos.
Los destripadores del altruismo se han dedicado a ir reventando las ideas altruistas en casi todos los campos. A los altruistas religiosos les dicen que su entrega de las cosas de este mundo es porque lo consideran un inversión en el otro y que esperan conseguir más de lo que dan; a los que invierten en obras de caridad o fundaciones les dicen que así desgravan impuestos; a los que no obtienen nada material les dicen que obtienen prestigio social, etc. Siempre, dicen, hay algo que nos beneficia.
Robert Malthus
Los súper ricos que han pedido que le suban provisionalmente los impuestos, según el principio de negación del altruismo, estarían tratando de evitar un mal que les perjudicaría, ya fuera el colapso del sistema o que existiera una reacción en contra de las grandes fortunas y se les quitara lo que ahora dan gustosos como un mal menor.
Esta doctrina del mal menor, en cambio, sí encaja bien con las teorías del Hombre económico y sus formas optimizadas de decisión: no siempre elegimos entre lo bueno y lo malo, sino que muchas veces elegimos entre lo malo y lo menos malo. Lo racional es elegir siempre lo que menos nos perjudica, no solo lo que nos beneficia. La Teoría de Juegos ahondan en este camino, en cómo decidimos para ganar o, en ocasiones, perder lo menos posible.
Al margen de las teorías egoístas, que presiden nuestro pensamiento teórico moderno, en la práctica nos encontramos con personas que realizan comportamientos altruistas. No se preocupe usted tanto por si existen motivaciones ocultas, o si se trata de obtener beneficios fiscales o compensar complejos o traumas infantiles. Cualquiera que haya realizado una “buena acción” habrá sentido en su cuerpo, más allá de la satisfacción intelectual, una sensación que le recorre de los pies a la coronilla. Piense que esa reacción es también “natural” y se llama “placer”. Porque lo interesante del asunto no es que realicemos actos egoístas para obtener placer (y viceversa), sino que podamos obtener placer y satisfacción realizando también buenas acciones, haciendo algo bueno por los demás. Más allá de los imperativos morales a los que recurramos, el hecho cierto es que hacer el bien nos es gratificante.
Deje que los teóricos y estudiosos de cada rama se devanen los sesos intentando encajar el placer que le produce hacer buenas acciones. Y no renuncie nunca al placer inexplicable de hacer algo bueno por los demás. A lo mejor le gusta y repite. A diferencia de los recursos materiales, que son finitos, el placer de ayudar a los demás es inagotable.