jueves, 28 de julio de 2011

Sumando las historias de cada día

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Hablo esta misma mañana con una doctoranda a punto de cerrar ya su tesis. Su historia es bastante elocuente sobre porqué las cosas ocurren como ocurren. No es muy distinta a otras muchas historias que usted y yo escuchamos cada día.
B. siempre ha sido una persona activa. Estudió en una universidad pública Periodismo y, desde la misma carrera, se preocupó por ampliar su formación. Pasó un año en un país nórdico con una beca Erasmus, trabajaba los veranos para mejorar sus idiomas. Cuando comenzó el doctorado obtuvo una beca para trabajar en una gran empresa mediática. Por la mañana trabajaba en su tesis y por la tarde en la empresa televisiva en la que gestionaba su página web y hacía reportajes. Cuando salía a las once de la noche, como estaba en la misma localidad que yo, paraba delante de casa para que le dejara libros y artículos. Los recogía y se iba a Madrid para ponerse a trabajar por la mañana.  Allí estuvo dos o tres años.
Mientras tenía ese trabajo mal pagado y con bastantes conflictos con jefecillos celosos que se apuntaban todo lo que ella hacía, le ofrecieron un puesto de profesora en una Universidad privada en la que pasó a impartir talleres de televisión y alguna asignatura más. Al poco tiempo, la llamaron de una importante empresa del sector informático para hacerse cargo de la oficina de comunicaciones de Madrid. Abandonó la empresa mediática y compaginó su nuevo trabajo con las clases y su tesis. Se casó. Los dos primeros años, las evaluaciones que la empresa realizaba de su actividad eran muy buenas. Estaban contentos con ella. Quedó embarazada. El panorama cambió.


Cuando se enteraron en la empresa —una empresa que presume en la presentación de sus memorias anuales de creativa e innovadora y ser una gran familia—, comenzaron los problemas. La llamaban constantemente a decirle lo descontentos que estaban con su trabajo. Afortunadamente, ella sabe que ha ocurrido lo mismo con todas las empleadas de la empresa que tuvieron la osadía de traer niños al mundo, que era la práctica habitual allí.
Eso en lo laboral. Sabe que en cuanto que se termine su periodo de baja, los problemas no van sino crecer en su empresa, que no es sino cuestión de tiempo que la presionen para que deje el trabajo, tal como ya lo están haciendo.
Pero ante ella se ha abierto un nuevo abanico de problemas insospechados hasta el momento. En su zona no hay guarderías suficientes. Solo hay una en la que le dicen que la gente presenta unas declaraciones inverosímiles, pero que tienen que dar por buenas. Todos aquellos que realizan sus declaraciones honestamente están en desventaja frente a los que realizan declaraciones fraudulentas y son muchos, ante la falta de recursos administrativos para revisarlas. Esta queja la pueden oír a la puerta de cualquier guardería pública cuando salgan los resultados de los admitidos.
Para poder realizar sus actividades y terminar su tesis para prepararse unas oposiciones en la enseñanza pública, B. ha tenido que coger a una persona que lleva diez meses sin trabajo para que pase unas horas en su casa cuidando a su hija. La persona que va a su casa, además tiene un hijo de siete meses. «¡Qué absurdo! —me dice—, tengo que coger a una persona, que tiene que dejar a su hijo, para que atiendan a mi hija». Sí, un absurdo más.
B., como tantas otras personas jóvenes que conozco, prepara unas oposiciones con la esperanza de poder conciliar su hija con su trabajo. Esto le valdrá varias acusaciones. La CEOE pensará de ella que es otra persona más que, incapaz de asumir esa aventura apasionante que es la empresa privada, rodeada de gente emprendedora, auténtico motor de nuestra sociedad, se lanza a los oscuros mecanismos de las administraciones públicas, lugar de malvados dilapidadores de los recursos de todos. También la acusarán de condicionar con los horarios escolares a las mujeres emprendedoras de las empresas y que han cometido el desliz de tener hijos y llevarlos a las escuelas.
La historia de B. se multiplica por la geografía nacional y es la queja permanente de muchas familias. No existen guarderías suficientes ni las empresas están dispuestas a aceptar que es necesario tener hijos para que un país no se quede vacío. Lo peor de todo es que esta situación es el resultado la conjunción de los intereses privados y la desidia pública.


 Cuando decimos que carecemos de un modelo de país nos referimos, entre otras muchas cosas, a este tipo de situaciones. Tener un modelo es dirigirse claramente hacia algún punto del futuro que hayamos considerado que es positivo para todos, hacia algunos estándares de calidad social. Hacemos leyes de cara a la galería que somos incapaces de dotar presupuestariamente y de hacer cumplir. La conciliación laboral es papel absolutamente mojado porque no existe la voluntad empresarial de llevarla a cabo ni la voluntad política de hacer que se cumpla creando las condiciones favorables. Un país mejor, lo hemos dicho muchas veces, no es un país en el que algunos son más ricos. Es un país en el que merece la pena vivir y dedicarle unas horas al día a pensar cómo se puede mejorar.
En los primeros días de las sentadas en la Puerta del Sol había un grupo de madres jugando en el suelo con sus hijos bajo una gran pancarta en la que se pedían guarderías para todos. Son esas guarderías las que permitirán una mejor conciliación laboral y una incorporación de las mujeres a empleos de mejor calidad. Mientras las empresas sigan considerando que deben pagar a las mujeres menos porque tienen de vez en cuando esas molestas cosas llamadas “hijos”, existirá una forma de machismo social nada sutil, con el agravante de ser amparado por la dejadez oficial.
El chantaje empresarial del paro ha servido para que no se aborden reformas ni cambios de actitudes en las empresas españolas. En este y en otros casos. Si no fuera porque esta historia se ha repetido exactamente igual en los tiempos de bonanza, podríamos creer los lamentos de algunos. Mientras no prenda la idea de que son todas estas cosas las que hacen que merezca la pena vivir en un país, seguiremos luchando contra esas barreras de los malos hábitos y prácticas.
Si sumamos todas las historias que conocemos, todos los desajustes de los que nos vamos dando cuenta a diario, saldría un mapa de problemas reales. La historia de B. no es más que un capítulo más de la narración general de por qué las cosas tienden a caer cuando no se hace nada por evitarlo.

Datos de la OCU 2010 sobre las diferencias de precio de las guarderías

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