martes, 12 de julio de 2011

Los gusanos ciegos


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los mercados son hoy una maquinaria tan ciega como un gusano devorando una hoja. Hemos creado un ente abstracto y complejo que toma decisiones según le van llegando los datos. Cuando escuchamos frases como “se espera el dato del empleo en USA” o “los mercados esperan que salga el dato de confianza en Alemania” o “la inflación en China”, no somos conscientes de que esos “datos” son elementos automáticos que determinan las decisiones de forma “irracional”, en el sentido de automática. Decimos que una maquina “piensa”, aunque sabemos que no lo hace. La racionalidad extrema lleva a la creación de sistemas irracionales en busca de la eficacia.
El crecimiento tiene sus límites. Las cosas y organizaciones tienen unos límites pasados los cuales su comportamiento se convierte en problemático. Como un castillo de naipes, los organismos o las instituciones van incrementando su riesgo de inestabilidad conforme aumenta su tamaño. Cuando crecen son más difíciles de prever y, por ende, de controlar.
¿Podemos controlar la economía mundial? ¿Podemos controlar la economía europea? ¿Podemos controlar la economía española si quiera? Lo primero que nos engaña son las delimitaciones que las palabras sugieren. La economía europea ya no es europea ni la española es española. Somos ficciones económicas en un escenario global incontrolable. No hablemos ya de qué significa "controlar".



Dos personas pueden llegar a un acuerdo que ambas respeten. La primera puede convencer a la segunda de sus intenciones y hacerle ver que va a cumplir sus compromisos. Estrechan sus manos y se comprometen. El diálogo ha sido la base de su acuerdo; las razones que uno y otro se han dado les han parecido a ambos suficientes. Imagine ese mismo intento de argumentar ante escenarios cada vez más complejos. Habrá un número posible de personas ante las que podrá utilizar argumentos de diálogo; pasado ese número, las posibilidades de argumentar algo decrecen hasta llegar a otro número ideal en el que ya no servirá de nada lo que usted pueda decir sino que la decisión que los otros tomen estará cada vez más sujeta a normas externas a usted que le serán aplicadas sin escucharle. Lo que se tendrá en cuenta serán los “hechos” o, para ser más precisos, las informaciones pertinentes sobre su caso. Esas informaciones pueden ser mejores o peores y prescindirán de todos los aspectos que no sean relevantes en su caso. Lo deseable es que se puedan convertir en número y su caso pueda ser tratado por máquinas regidas por algoritmos y protocolos diseñados para cualquier situación similar a la suya. A usted ya no le escucha nadie o, lo que es peor, quien escucha es una máquina. Hemos llegado a un extremo en el que nuestras mejores decisiones, las más ajustadas, se toman de forma impersonal, positiva y automática. Una “decisión” no es más que la respuesta programada ante los factores pertinentes de una situación dada.
La “decisión” es el eje de la vida económica, es la disyuntiva. Siempre debemos decidir y para decidir necesitamos “información”. Dicen el Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Carl Walsh: «… la estructura que adopten los mercados y lo bien que estos pudieran llegar a funcionar depende críticamente de la información de que dispongan quienes toman decisiones.» (36)* La pregunta que nos hacemos entonces es: ¿están funcionando bien o mal los mercados? No debemos confundir —y es una gran tentación— el funcionamiento con el resultado. Una cosa es que funcionen mal y otra que no nos guste el resultado. Una bomba funciona bien cuando cumple su objetivo, aunque no nos guste en otro nivel.

Nuestro problema no es que el mercado no entienda. Los mercados no entienden. Eso es una figura retórica. Solo reaccionan ante los datos entrantes y tratan de traducir a decisiones todo aquello que se les ha programado para considerar. No entra nada en el sistema que no sea un “dato”. La realidad se transforma en “dato”, el dato se transforma en “información”, y la información en “decisión”. Cuando ha aumentado el tamaño y la complejidad de los escenarios, se ha reducido el riesgo del sistema de toma de decisiones automatizándose. El único margen que queda es el especulativo.
Intente dialogar con un gusano que se come una hoja de morera. Intente explicarle que  esa hoja es suya. Intente mejorar sus razones para que deje de hacerlo. El gusano seguirá implacable en su tarea porque es una maquina darwinista cuyo objetivo es encontrar aquello que puede digerir y metabolizarlo en energía que le permita seguir viviendo. No tiene otro fin en la vida más que reproducir su ADN y para ello se alimenta de lo que le está permitido transformar en energía. No lo seducirá usted con promesas —las promesas no se comen—. Los gusanos solo buscan su comida como los mercados buscan la rentabilidad máxima. Ambos son “ciegos”, no son sensibles a ningún otro factor. Hablar con un gusano ciego es lo que Europa está intentando.
A lo que estamos asistiendo estos días es a la muerte de la política o quizá a algo peor y más complejo, a la aparición de futuros modelos políticos poco deseables. Como la Economía, la Política es también un arte de la decisión. La política trata de trabajar sobre las decisiones de los ciudadanos en los sistemas democráticos. La idea de convertir a los países en empresas, algo que se ha colado en el discurso y en la acción de nuestros dirigentes, es una perversión de gran alcance porque el mundo de la Economía no trabaja sobre ideas democráticas sino sobre las ideas de “eficiencia” y “rentabilidad”. Ninguna tiene nada que ver con la democracia. La eficacia china y de otros países que viven bajo regímenes dictatoriales demuestra que se puede sacrificar la democracia sin riesgo para la economía. Reduces el escenario democrático a las decisiones económicas de los inversores y a las de compra de los consumidores. El mercado no necesita más democracia. En los ítems de decisión económicos, la democracia es un valor difuso, poco cuantificable; hay que traducirlo a medidas concretas.
El conflicto de un mundo cada vez más sujeto a los vaivenes especulativos de la economía y con menor capacidad de decisión política acabará estallando. El peso de los mercados financieros, sus maniobras especulativas, no pueden seguir teniendo el peso que tienen en nuestro futuro y en nuestro presente. Puede que los países cometan errores que deban pagar; pero lo que no entra en nuestras mentes es que puedan ser pasto de juegos especulativos que nadie pueda parar. El eje de todo lo que está ocurriendo es la reacción de los mercados ante si es una “imposición” encubierta o no la participación de la banca alemana y francesa en el rescate a los países europeos en crisis profunda. Eso está arrastrándonos a todos a un pozo del que veremos cómo es posible salir.
Si el gusano, además de ciego, adquiere un tamaño monstruoso, tienes dos problemas.

* Joseph E. Stiglitz y Carl E. Walsh (2009 4ª): Microeconomía. Ariel, Barcelona.


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