sábado, 30 de julio de 2011

El último de la fila y los nuevos dioses

Joaquín Mª Aguirre (UCM) 
Es un mundo extraño, desequilibrado. Los antiguos creían que existían las fuerzas del destino, unas fuerzas que actuaban positiva y negativamente. Unas veces mostraban su poder anulando nuestras acciones; en otras ocasiones, en cambio, eran la mano que las guiaba en la sombra. Ya fuera por dirigirnos, ya fuera por oponerse a nuestros deseos, el resultado era el mismo aunque el punto de partida fuera muy distinto: tú no cuentas.
Los mercados se parecen cada vez más al destino encarnado en un emperador indiferente que no hay forma que levante el pulgar. Empieza a ser desesperante hacer y hacer para que esas noticias que nos llegan de los “mercados” sigan siendo igual de negativas o peores. Nuestros medios informativos sacan coros y trompetas para decirnos que se ha bajado algo nuestra deuda por efecto de grandes esfuerzos, recortes y planes complejos de toda Europa, para pasar, pocas horas después, de nuevo al desplome. Seguimos sin entender nada porque nada de lo que hagamos parece servir para nada. Demasiados nadas.
Tal como ocurría con el destino, en manos de los dioses, parcas o cualquier otra institución divina especializada, los mercados son entidades que nos hablan desde el presente sobre el futuro. Aquí no hay bolas de cristal, posos del café o cualquier otro tipo de herramienta tradicional para ver el futuro. Los dioses actuales se han dotado de unas nuevas herramientas llamadas agencias de evaluación (o rating). No hay videncia sino proyección: lo que se afirma del futuro se hace desde la proyección del presente, es decir, con los indicadores actuales.
Como forma de ver el futuro es bastante defectuosa porque prescinde de lo que puede ocurrir de forma imprevista entre la realización hoy de la estimación, el futuro probable, y el futuro real. La cuestión, una vez más, es que el futuro real estará condicionado por nuestra estimación, por el futuro probable. Si yo digo que Grecia no tiene futuro, le retiro los apoyos y, efectivamente, dejará de tener futuro. Científicamente nunca podré demostrar si mi acierto es debido a lo ajustado de mi visión o si se debe a los efectos negativos de mi previsión. Aquí la profecía no anticipa el futuro, sino que lo crea.
Sin embargo, eso no es ningún obstáculo para los mercados. Es más, ni les preocupa. No es su función comprobar lo verdaderas que son sus profecías, sino simplemente el hecho de que se cumplan. Porque no se trata de tener razón, sino de invertir allí donde se saque un mayor rendimiento con la mayor seguridad. Se ligan así dos fenómenos estrechamente, el de la inversión y el de la información. Para invertir con menor riesgo (o mayor seguridad), se necesita más y mejor información. Si hay mayor riesgo, los inversores exigen mayores márgenes de beneficio. Y son esos márgenes los que se acaban comiendo lo que puedas obtener para tener un futuro positivo. De esa forma, cuanto peores sean tus expectativas, peor será tu futuro. Un efecto perverso de profecía que atrae el futuro como un imán.

Es probable que ese tipo de efecto sea inseparable de las agencias y mercados. El gran truco de todo esto es que no están informándose sobre lo que puede ocurrir, sino que lo están provocando con las profecías. Para ser justos, hay que decir que en la mayor parte de los casos esto se produce cuando llueve sobre mojado. Pero igual ocurre al contrario: cuando se ha apostado por el futuro positivo de un país, a todos los apostadores les interesa que vaya bien y lo cuidan. La profecía positiva también funciona. Solo el azar, un terremoto con tsunami, puede modificar de golpe las cosas.
El problema de fondo es que hemos convertido a los países en empresas y son tratados como tales: cotizan en la bolsa, suben y bajan, y son objeto de especulación. Cuando se ha eliminado la especulación sobre las monedas nacionales con la moneda única, la especulación se ha desplazado a otras parcelas. Lo que se trataba de evitar, se ha producido y con el efecto contagio de la moneda única. Algunos dirán también que el problema de hacer de Europa una gran familia es que se ha llenado de problemas familiares. Ya lo están diciendo los euroescépticos.
Es desalentador ver cómo todo este tipo de mecanismos son ciegos e indiferentes. Algunos los definirán como exactamente lo contrario: de buena visión y sensibles a todo. Pero a lo que ellos no son sensibles es a los efectos de sus propias acciones, algo que precisamente les están reprochando. Dejan sin futuro a los que se lo niegan.
Jugar con el futuro en el presente es siempre peligroso. A las personas se les estimula con promesas de un futuro mejor. Pero cuando lo que tienes son estimaciones de un futuro peor, queda poco margen, porque los demás lo usan para terminar de hundirte.
El problema de las listas —y las decisiones racionales necesitan de jerarquías ordenadas para poder tomarse— es que siempre habrá alguien al final. Tonto el último.


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