viernes, 17 de junio de 2011

La tentación del confesionario y la neuroeconomía


Joaquín Mª  Aguirre (UCM)

Hace algunos años ya en muchos campos descubrieron que el ser humano se mueve mucho más  por motivos emocionales que racionales. Por más que nos guste pensarlo de otra forma, tenemos una razón un tanto deficiente y engañosa, es decir, creemos que actuamos racionalmente, pero lo hacemos camuflando nuestros intereses y deseos. Ya Freud había dicho algo de esto, pero ahora nos ha llegado desde otros campos más novedosos que el psicoanálisis.
En vez de tratar de compensar estas carencias en el cálculo y mejorar los mecanismos deteriorados con estos conocimientos, la investigación se ha puesto manos a la obra para saber cómo sacarle provecho y se han acuñado términos y campos como la “Neuroeconomía”. Lo que hace esta nueva disciplina es tratar de descifrar los procesos de toma de decisión. Ya existían áreas de trabajo sobre las decisiones, pero la novedad es que en esta nueva ciencia se mete o se trata de meter todo lo que se supone que afecta a las decisiones —miedos, fobias, antipatías, prejuicios, etc.— junto a los factores tradicionales que se había manejado desde la economía clásica, que nos consideraba seres plenamente racionales. El Homo economicus se concebía racional. Nosotros nos vamos alejando de esta idea y comenzamos a estudiar de nuevo las emociones y sentimientos y los procesos que desencadenan, como la empatía. Jeremy Riffkin publicó una obra recientemente sobre estos nuevos enfoques, La civilización empática.

Descubrir que somos seres que nos movemos por emociones solo se puede dar en ignorantes de la novela del siglo XIX y parte del XX, puesto que de Stendahl y Balzac a Proust, de Dickens a Forster, de Dostoievski a Tolstoi, por citar algunos nombres, no hicieron otra cosa que mostrarnos los móviles de la vida y la capacidad de autoengaño que anida en nosotros. La obra maestra del autoengaño es Madame Bovary, de Flaubert. Creo que la lectura de algunas novelas del siglo XIX —Rojo y negro, El tío  Goriot, Crimen y castigo, Padres e hijos…— le abriría los ojos a más de uno. ¿Qué sorpresas te puedes llevar cuando has conocido a personajes como Vautrin u Homais? Aunque siempre te podrán sorprender, porque la imaginación de muchos novelistas no es suficiente para idear lo que se le pasa por la cabeza a algunos.
Si uno aprende algo de todas estas obras es a conocer la distancia que existe entre la palabra y la acción, entre la acción y el deseo, y entre el deseo y la palabra. Habrá aprendido con su lectura mucho sobre el comportamiento humano. No hacemos lo que sentimos; no siempre hacemos o sentimos lo que decimos; y no siempre decimos lo que hacemos.
El joven Stephen Dedalus, el protagonista del Retrato de James Joyce, sentía la tentación de la sotana solo parar poder escuchar las confesiones. Le parecía fascinante poder escuchar la verdad por boca de la gente, que habitualmente miente. Hoy esa es la tentación que tienen muchos, la tentación del confesionario y utilizan estas nuevas técnicas de medición para conocer los comportamientos, de los electorados, los mercados o cualquier otro grupo humano que tome decisiones. Porque ya no se trata de conocer las decisiones, sino de inducirlas para obtener los resultados deseados.
Afortunadamente, por muchos números que le echen, siempre será una ciencia inexacta porque somos tan complejos (y, algunos, complicados) que no hay ordenador que sea capaz de acreditar el cien por cien de acierto en el comportamiento. Pero, ¡cuidado! Se van acercando.
Lo triste de todo esto es que les importamos un bledo; solo les interesa saber qué compraremos o a quién votaremos.


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