martes, 12 de abril de 2011

La humillación


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay fotografías periodísticas que pueden aislarse de su contexto y elevarse a la universalidad desde su escueto significado; en este caso, nos muestran la humillación.
Lo que históricamente representa la fotografía, reproducida hoy por el diario El País, es la caída del inamovible presidente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo. El palacio presidencial ha sido cercado como punto final de un recorrido de conflicto y muerte a lo largo del país. Los enfrentamientos entre las dos facciones en lucha han dejado un rastro que difícilmente podrá superar la frágil democracia marfileña en mucho tiempo. Muertes y pillajes, con una población aterrorizada, buscando refugio al paso de las tropas de uno y otro bando.
Pero la fotografía, como las demás artes, tiene la capacidad de superar lo que nos muestra para ofrecernos algo más allá del objeto de la presentación. En la fotografía podemos ver la humillación absoluta de una mujer a manos de los asaltantes del recinto. Trasciende su momento histórico —el asalto— para que podamos observar en toda su crudeza y crueldad la humillación doble, la de los vencidos y la de la mujer.
Dos manos la sujetan fuertemente por las trenzas; otras se reparten por su cuerpo, tocan el cuerpo de la esposa del poderoso enemigo finalmente derrotado, nos muestran qué significa vencer.
La imagen tiene mucho de las humillaciones que hemos visto en las fotografías de las cárceles afganas, la profanación del enemigo como rasgo supremo de la humillación, una institución ligada a la más primitiva de las formas de relacionarse, la guerra. En la humillación se va más allá de la conquista; es la destrucción moral del enemigo mediante su reducción a la nada. También la humillación tiene sus reglas. Las reglas de las guerras modernas trataron de mantener el honor de los contendientes como una garantía de humanidad en  mitad de la violencia.
La introducción del refresco en la fotografía, que da el toque de trivialidad en la celebración, es la que nos marca el contrapunto. Mientras una mano sostiene la botella, la otra hace un gesto de invitación, un gesto que busca la complicidad del que contempla la foto. Muestra e invita. Nos muestra a la mujer humillada y nos invita a sumarnos a la humillación, a correr a ponernos tras el grupo antes de que la cámara se dispare inmortalizando el momento.
Las miradas masculinas rebosan orgullo; se han hecho con la mujer del poderoso y muestran ahora su trofeo. Los ojos de la mujer imploran desde la infinita profundidad que da el miedo. Acosada, humillada, el vestido rasgado, las hombreras bajadas, la falda levantada… No ha bajado los ojos y mira directamente al objetivo. Su mano sostiene su mejilla en un gesto extraño que la distancia de forma imposible de lo que ocurre.
El trofeo se exhibe y se anticipa el calvario. La imagen repugna, indigna y conmueve.

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