jueves, 24 de marzo de 2011

Los fuegos de la dignidad y la ira


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Fundación John F. Kennedy acaba de conceder dos premios de reconocimiento al coraje (Profile in Courage Award). Lo ha hecho en la figura de Wael Ghoneim, el joven ciberactivista que tuvo un papel muy destacado en la revolución egipcia, y de un condado norteamericano que ha luchado contra la segregación escolar.
Para entender el sentido de todo esto, de esta marea de levantamientos —en Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Bahrein, Siria…— hay que partir del principio de la indignación. El “indigno” es aquel que carece del mérito o disposición para algo, nos dice la Real Academia. La “indignación” es la ira, el enfado que produce una persona o sus actos. El indigno produce indignación.
La palabra que más se ha repetido entre los movimientos de sublevación es precisamente “dignidad”. No ha sido solo una situación de años, de décadas soportando gobiernos carentes de méritos, incapaces de gobernar, dedicados a la rapiña de sus propios pueblos; también ha habido sus detonantes finales, los actos  que provocaron el estallido.
En Túnez el detonante fue la quema a lo bonzo el 17 de diciembre de Mohamed Bouazizi, de 26 años, al que la policía había confiscado el único medio de sustento que tenía para él y su familia, un pequeño puesto de verduras callejero, un mísero carro. En él vieron los tunecinos el nivel de indignidad de su régimen, su falta de mérito, y saltó la rabia. En Argelia, cundió el ejemplo y otros cuatro jóvenes se prendieron fuego. En Egipto, Mohamed Farouk Hassan, un abogado, se prendió fuego frente al Parlamento de Mubarak. Un estudiante lo intentó, pero consiguieron detenerlo, mientras que otro moría en Alejandría. También en Mauritania se dieron casos.
Las revueltas en el mundo árabe no comenzaron prendiendo fuego a las instituciones. Comenzaron con la autoinmolación, el mayor gesto de desesperación posible. Si mi vida es inútil, que no lo sea mi muerte. Las armas de la rabia y la desesperación llevaron a la indignación colectiva. Lo que hizo levantarse al pueblo no fue solo la indignidad que habían padecido, soportado casi fatalistamente durante décadas. Lo que les hizo levantarse fue ver el espectáculo de sus hijos quemándose vivos.

 
Egipto llevaba indignado desde la muerte del bloguero Jael Said en Alejandría a manos de la policía. Wael Ghoneim, ejecutivo de Google, creó la página “Todos somos Jael” que sirvió para canalizar la indignación y que no cayera en el olvido la muerte del ciberactivista. Cuando se produjo la autoinmolación de Mohamed Bouazizi en Túnez y los acontecimientos posteriores, el clima en Egipto ya había alcanzado el punto de indignación popular necesario para que el estallido de rabia tuviera lugar. El “viernes de la ira” estaba próximo. En Egipto, día tras día, no se dio un paso atrás.
El mundo recordará las lágrimas de Wael Ghoneim cuando, tras ser liberado, le fueron mostrando las fotografías de los jóvenes muertos en los días que él había estado desaparecido en los calabozos de Mubarak. Cuando fue recibido por los resistentes de la Plaza de Tahrir, se negó a cualquier protagonismo y sus palabras fueron “…quiero enviar mis condolencias a todas las madres y padres que han perdido a sus hijos e hijas, ellos murieron por un sueño. Ellos son los más auténticos héroes de este país, ellos que dieron la vida por la libertad de Egipto.”
Hoy se ha reconocido en él, con el Premio JFK, el coraje de una generación. Caroline Kennedy, en su discurso de entrega, elogió el compromiso con la libertad y la democracia de una generación de jóvenes. Cuando escuchamos en las rebeliones árabes que “los jóvenes tienen razón” es porque son los que dijeron ¡basta! a la indignidad y lo sostuvieron con el sacrificio primero y con la lucha después. Se han ganado un futuro.



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