martes, 8 de marzo de 2011

El cielo, la tierra y la espada de Bolívar

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La situación de Libia está planteando una serie de problemas militares de corte clásico. Nos referimos a la relación existente entre el dominio del aire y la ocupación terrestre. Hace unos días, el Secretario de Defensa norteamericano advertía que la creación de una zona de exclusión aérea supone la destrucción previa de los radares, sistemas antiaéreos, etc. del ejército de Gadafi. Es en el aire en donde está su fuerza. Pero lo que Gadafi puede bombardear es su propio espacio y su fuente de poder. Esto implica que con cada bombardeo que realice está destruyendo sus propios recursos, está forzando la intervención internacional y perdiendo los pocos apoyos que pueda tener en el mundo. Cada gesto de fuerza aumenta su debilidad.

Aunque Gadafi pueda vencer la resistencia mediante los bombardeos, después debe ocupar las plazas. Aquí surge su segundo problema. No tiene ejército suficiente para ocupar y mantener los sitios. En algunas guerras, de carácter tribal, la ocupación se evita con el exterminio, ya que no se trata de ocupar un espacio, sino de hacer desaparecer al enemigo de él. Esa es la base del genocidio, borrar al otro del mapa. Esto en Libia tampoco es una solución pues, de nuevo, estaría actuando contra sus propios intereses.

La insistencia en que sus opositores son miembros de Al Qaeda no es más que un intento absurdo de negar la evidencia: son los propios libios los que se han levantado contra él y su régimen. Ni la mente megalómana de Gadafi ni su estrategia militar le permiten aceptar esa realidad, que está ante un levantamiento de su pueblo. Esto es esencial porque le permite utilizar sus recursos solo hasta cierto límite. Gadafi intenta proyectar la absurda imagen de que es el defensor del mundo occidental al frenar el terrorismo de Al Qaeda y evita enviar la imagen del dictador que masacra a su pueblo con bombardeos y mercenarios. Estas burdas patrañas, como es evidente, han fracasado.

Hoy por hoy, las ciudades que se han levantado pueden ser bombardeadas, pero difícilmente tomadas más que circunstancialmente. No es lo mismo entrar en una ciudad que mantenerla. Cada ciudad que tome, deberá quedarse con una parte de tropas, infantería y carros de combate, que hará que se debilite su potencial de ocupación de otras. Cuando ocupas, divides. Libia es un país de una gran extensión y las distancias entre ciudades son difíciles de mantener en términos de ocupación. Las tropas de Gadafi son ahora atacantes. Si toman una plaza, pasan a ser defensoras y el enemigo estará en el interior y el exterior.

La aviación abre el camino a la infantería. Los bombardeos vencen las resistencias terrestres para que la infantería vaya conquistando las calles. Ese es el modelo clásico. Pero es el que precisamente Gadafi no puede permitirse. No pueden aplastar ciudades desde el aire ni ocuparlas posteriormente. Los rumores permanentes sobre el reclutamiento, incluso forzoso, de todo tipo de mercenarios para sus fuerzas muestran esa necesidad desesperada de fuerzas de ocupación de las que carece. La incorporación de mercenarios extranjeros ha buscado también un segundo efecto, la creación del terror entre la población. Las deserciones de los militares libios han sido constantes desde el principio. Muchos de ellos no han estado dispuestos a atacar a su pueblo y esto se ha compensado con las fuerzas reclutadas por dinero.

La estrategia de Gadafi es buscar una salida que le permita sentarse a negociar y la creación de algún tipo de apoyo exterior para intentar hacerse con la situación. En ese sentido se debe entender la esperpéntica intervención de su amigo personal Chávez, en el de ofrecerle un punto de apoyo sobre el cual tomar impulso para coger aire. Gadafi está acostumbrado a sobrevivir a los aislamientos. No le preocupan mientras siga en el poder. La estrategia del control petrolífero puede volverse contra él también. Las amenazas de cerrar la salida de petróleo, con el encarecimiento consiguiente, puede decidir la intervención exterior antes que frenarla.

El aislamiento de Gadafi es un hecho porque ningún país va a atreverse a mantener relaciones con un dictador que ha masacrado a su propio pueblo. Ese aislamiento se extendería además a muchos países árabes, en pleno proceso de democratización, y en especial a sus propios vecinos, Túnez y Egipto. Es demasiado incluso para alguien al que Hugo Chávez regaló la réplica de la espada del Libertador, Simón Bolívar, la espada oro y de los 1.433 brillantes, testimonio de agradecimiento del Perú a Bolívar. Gadafi, modelo para Chávez, parece no serlo para su propio pueblo. No sé qué pensaría Bolívar del destino libio de esa réplica. Por lo pronto, la oposición venezolana ha exigido a Chávez que retire los honores concedidos al dictador libio en 2009 y la devolución de la espada por mancillarla. Esto inspirará seguramente otro buen programa radiofónico o televisivo del presidente venezolano. Él ya lo dijo el otro día: "Ni cobarde, ni veleta", para describir su posición respecto a lo que hace Gadafi en su casa.

Gadafi controla hoy el cielo, pero el pueblo está en la tierra. Su margen de maniobra se ve reducido cada día, interna e internacionalmente. Mustafá Gheriani, portavoz del Consejo Nacional libio, ha señalado que Gadafi es un “lobo herido” y tiene razón cuando le ha llamado “lunático” imprevisible. Sabemos que acabará, pero no a qué coste.

Cuando no les quedan jugadas que realizar, los buenos jugadores abandonan la partida. Los malos jugadores intentan tirar el tablero.



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