jueves, 10 de febrero de 2011

¿Por qué ser el malo de la película cuando puedes ser el galán?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

“Queremos un nuevo régimen, no un cambio; queremos un Egipto moderno”, dice un entrevistado por la BBC en la terraza de El Cairo que sirve de plató mientras esperamos la comparecencia de Mubarak. Mientras, el presidente de los Estados Unidos ha realizado una intervención en la Universidad de Michigan con unas palabras de apoyo al pueblo egipcio y sus aspiraciones. Las diferencias entre Obama y Mubarak se pueden resumir en la pantalla partida que nos muestra la televisión. A la izquierda, las imágenes de un público expectante, deseoso de que su presidente manifieste que se va; en la parte derecha, el público de la Universidad de Michigan aclama a su presidente. Son dos extremos, dos formas de ver el mundo, que la unidad de la pantalla contrasta de forma brutal. En un lado la alegría por un político que aparece en el escenario; en el otro. la euforia por uno que debe desaparecer.

El juego que se abre ahora, si aceptamos que Mubarak desaparece del escenario político egipcio, es complicado, pero felizmente complicado. Feliz porque se ha llegado a un punto en el que no hay marcha atrás; complicado porque no hay más que dos posibilidades: Suleimán tutela al Ejército o el Ejército tutela a Suleimán. Si se da el primer caso, Suleimán será quien dirija el proceso de transformación, marcará su ritmo y alcance, y retardará lo que pueda la descomposición del régimen. Por el contrario, si ocurre de la otra forma, el ejército egipcio tiene dos posibilidades, ralentizar el proceso de transformación y ponerse en contra al pueblo, que ha demostrado que no se amedrenta fácilmente y puede forzarle a tomar las medidas de fuerza que se negó a tomar con Mubarak al frente. La otra opción es que el ejército se convierta en el agente acelerador del cambio y, una vez demostrado con claridad que ha sido el pueblo egipcio quien ha ganado la partida, acepte un nuevo papel constitucional en un Egipto moderno y democrático. El sentido común y no solo el deseo hacen ver que esa debería ser la opción final. No tiene sentido ponerse del lado del pueblo y luego cargar con el peso de la represión. La presunción de coherencia se debe respetar. El Ejército mantendría su prestigio nacional e internacional y no se cerrarían sus fuentes de financiación externas. ¿Por qué ser el malo de la película cuando puedes ser el galán? Ese es el sentido del mensaje lanzado hoy por el Jefe del Ejército: “Todo lo que queréis se cumplirá”.

Las decisiones posibles nunca tienen el mismo grado de probabilidad histórica. La Historia no funciona mediante lanzamientos de monedas, sino que los acontecimientos se producen con cierta ponderación. Otra cosa es queseamos capaces de ajustar las probabilidades ponderándolas adecuadamente. Lo importante es que, como en muchos juegos, los participantes escogen unas determinadas estrategias. El final, aunque distante, se encuentra inscrito en el comienzo, en la estrategia escogida. Eso lo saben muy bien los buenos ajedrecistas que saben que las partidas se deciden desde las salidas, en los primeros movimientos. El buen jugador sabe que ha perdido cuando se da cuenta que la estrategia elegida está agotada. La estrategia del pueblo fue correcta y bien jugada: no moverse ni de la plaza ni de sus peticiones. La del Ejército fue una estrategia conservadora: no adelantar sus movimientos hasta el momento adecuado. Y la de Mubarak, desastrosa. Lo que no entendió nunca es que esta partida la había perdido cuando su adversario se sentó a jugar. Es en ese momento cuando se decide la historia, el día en que el primer egipcio se levanta y se dirige a la plaza Tahrir y decide quedarse y se lo dice a otro y ese a otro y así hasta ser un clamor.

Hasta el momento, Mubarak y el régimen se habían sentido tranquilos ante un tablero sin contrincantes. Mubarak era como uno de esos viejos campeones a los que nadie se atreve a retar. Sin embargo, el pueblo egipcio ha protagonizado y lo seguirá haciendo una de las grandes transformaciones de la Historia. En una estructura tan patriarcal como es el mundo árabe, han sido los más jóvenes los que han sacado de su letargo histórico a los mayores. Las multitudes de la plaza han permitido ver todo el repertorio de la realidad egipcia, la variedad de sus formas e ideas. Pero también es cierto que ha habido un grito unánime entre todo ellos: ¡somos egipcios! Este grito no solo constata una realidad sino que es un compromiso verbal hacia el futuro, una declaración de intenciones de que no vuelvan a invocarse sus diferencias para hacerles ver que son incompatibles con la modernidad. Es más: el pueblo egipcio, con su actitud y comportamiento, como ocurrió con el tunecino anteriormente, ha demostrado muchas cosas al mundo. Sobre todo el deseo de tomar su destino en sus manos, de dejar claro que no son lo que los demás esperaban de ellos, que sus aspiraciones son las de los demás pueblos: libertad y justicia.

Egipto ha adquirido una gigantesca deuda con su juventud. Por todas partes, en todas las entrevistas se habla de ellos. Hemos descubierto que es un país cubierto de jóvenes, repleto de jóvenes que han reclamado su derecho a tener un futuro, a poder contribuir a la mejora de su propia sociedad y no verse relegados permanentemente a un papel mendicante frente al régimen o al exterior.

No sé si faltan minutos u horas para que Mubarak anuncie que se va, que traspasa sus poderes al vicepresidente. Espero que Suleimán, el que no cree que Egipto estuviera preparado para la democracia, sea capaz de aprender algo de su pueblo en el tiempo, a ser posible breve, que probablemente estará en el proceso de cambio.

Serán después los políticos los que deberán dar el siguiente ejemplo y recoger el testigo y el testimonio de su pueblo. Deberán saber que ya no dirigen un pueblo sumiso sino un pueblo rebosante de dignidad, que se merece el respeto del mundo y que ha recuperado su autoestima. Una obligación más: mantener ese espíritu. La democracia exige su propia pedagogía, el recuerdo de que no ha sido un regalo sino un legado de cientos de muertos.

Las entrevistas se suceden en las televisiones mientras esperan que Mubarak o sus palabras haga su aparición. Siguen con firmeza en sus reivindicaciones: Mubarak y su régimen debe irse y así continuarán hasta que esto ocurra.



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