domingo, 13 de febrero de 2011

La rebelión de los hijos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Es importante comprender lo que ha cambiado para poder medir la intensidad del cambio. El énfasis puesto desde el principio en el carácter generacional de los sucesos históricos de Túnez y Egipto no es gratuito y no debe entenderse simplemente como desde la perspectiva del joven, sino desde la dinámica conjunta. El mundo árabe es profundamente tradicional en un nivel más allá de lo político. Pueden hacer revoluciones de izquierda y no dejar de ser tradicionales porque la base de este tradicionalismo es el patriarcado. El patriarcado es una estructura cerrada que configura las relaciones familiares de una forma rígida y perenne. El modelo patriarcal es masculino, jerárquico y analógico. Es masculino porque da preferencia al hombre (en su dimensión paterna y marital), es jerárquico (se basa en la autoridad vertical del padre) y es analógico porque se reproduce como estructura en otras instituciones (las políticas y sociales). El sistema patriarcal se extiende en tres dimensiones, Dios, rey y padre, siendo la primera la que las justifica todas y todas entre sí. La dimensión fundamental es el carácter paternal de Dios, del rey y, lógicamente, del padre. Cada uno debe ser obedecido en su ámbito, pero a todos se obedece por el mismo principio, el que liga a los padres con los hijos.

Robert Filmer (1588-1653) señala en su obra Patriarca o del poder natural de los reyes*:

El padre de familia no gobierna por otra ley que por su propia voluntad, y no por las leyes o voluntades de sus hijos o servidores. En ninguna nación se permite a los hijos acción o remedio por estar injustamente gobernados; y, sin embargo, todo padre está obligado, por ley de Naturaleza, a hacer lo posible para la preservación de su familia, y mucho más está obligado un rey, por esa misma ley natural, a aceptar el principio de que la salud del reino es su ley principal […] (101-102)

El vínculo obliga a los hijos a aceptar incondicionalmente a los padres, a los súbditos a sus reyes, y a los creyentes a su Dios. Ni al rey, ni al padre ni al Dios se le pueden exigir cuentas. Pero el padre y el rey están obligados a buscar lo mejor para los suyos. Solo Dios no puede estar obligado por motivos obvios. Pero, la rebelión, en cualquier caso no está permitida.

El modelo patriarcal nos lo muestra maravillosamente bien el premio Nobel egipcio Naguib Mahfuz, en su trilogía cairota: “Todo en aquella casa se subordinaba ciegamente a una voluntad suprema, dotada de un poder sin límites, comparable al poder de la religión”** (212). No se le escapa a Mahfuz la base de la conexión patriarcal. Mubarak se presentó en su último discurso dirigiéndose al país diciéndoles: “Voy a hablaros como un padre habla a sus hijos e hijas”. El ex presidente no había captado la esencia de la rebelión, el nivel de sufrimiento e indignación al que se había llegado. La perversión final de las revoluciones árabes anteriores se puede comprobar en un constante tema de debate: la presentación de los hijos de los dictadores de las repúblicas —no monarquías— como sus continuadores en el poder. Las repúblicas, por definición, no deberían tener herederos. Ni a ti ni a tu hijo, le decían, a Mubarak pero él, el último patriarca, no lo entendía. Esta es la verdadera perversión que se ha quebrado. El problema no era solo la presencia de Mubarak, sino la transmisión patriarcal de la autoridad a un heredero, es decir, la pervivencia de un modelo. Por eso el énfasis en la limitación de mandatos que resalta la gente y cuya función es esa precisamente, evitar el poder ligado a la persona de forma continuida y transmisible.

La rebelión de los hijos va más allá de la revolución política. Las anteriores revoluciones, como hemos señalado, no cambiaron la psicología de los pueblos, más bien se aprovecharon de ella. El sistema político de Egipto ha cambiado porque sus mentes han cambiado y eso es lo que debe entender Occidente, comprender la dirección y el origen del cambio. Los hijos y los pueblos maduran y hay que darles libertad. Si no, la toman ellos mismos.

* Robert Filmer (2010): Patriarca o del poder natural de los reyes, Alianza, Madrid.

** Naguib Mahfuz (2003 6ª ed.): Entre dos palacios. Martínez Roca, Madrid



1 comentario:

  1. Lo triste y lo dice alguien que trata de sanar familias, es que el patriarcado, la crisis del padre es real en la persona masculina pero está ocupando su puesto la figura femenina, el padre ausente e infantilizado está sustituyendose por una madre dios y autoritaria que perpetua las losas familiares "por su propio bien" y no digo nada si se ha producido ya la separación de los conyuges, los niños crecen sin madre porque ella piensa que lo que falta es padre y se esfuerzan por dar solo eso, sin padre s epued evivir, es mas se vive de pu.. madre, pero sin madre se crian Hitleres y tempanos de hielo, los hijos lo ituyen y siembran el fracaso por doquier, por favor madres separadas o juntadas, no olvideis que la incondicionalidad, la ternura, la cercanía, el respeto hace personas, la autoridad, el por tu bien, la creencia indiscutible hacen monstruos, por favor...

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