jueves, 10 de febrero de 2011

Nosotros

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Omar Suleimán ha hablado tras Mubarak. Distintas palabras, pero el mismo fondo. Suleimán ha prescindido del discurso patriarcal de Mubarak, de sus apelaciones a su pasado juvenil heroico, y se ha limitado a actuar desde el espacio político que el presidente le ha dejado. Suleimán ha hablado de preservar la “revolución de los jóvenes” dentro de ese planteamiento absurdo de convertir el discurso en una esponja absorbente del otro. Pero ya no es el tiempo de jugar con las palabras. Ha habido demasiados envolventes “nosotros” en los discursos de ambos como para no resultar ofensivo. La encendida indignación de Mubarak por las víctimas causadas y sus promesas de que se hará justicia es una bellaquería equiparable a la de un Hitler prometiendo investigar el Holocausto y llegar hasta el final. Una auténtica obscenidad. Ese retórico “Egipto” en el que todos caben no es el de la calle, sino el mundo cada vez más irreal en el que Mubarak puede realizar sus fantasías heroicas de patriarca y salvador.

Probablemente su visión de la realidad esté ya profundamente distorsionada. En su mente afectada existe un guión que solo él conoce. Un mundo poblado por conspiraciones internacionales y traidores; un mundo en el qué ocupa un lugar privilegiado en los 7.000 años de historia a los que ha apelado. Mubarak se ha creído su papel histórico y no se resigna a reescribirlo. No quieren echarlo del Palacio presidencial, quieren echarlo de la Historia, quieren echarlo de los miles de paredes en las que colgaba su retrato. Quieren convertir su reinado triunfante en un fiasco y eso es lo que probablemente su mente no tolera. No entiende que descolgarlo de las paredes ha sido sencillo después de descolgarlo de los corazones.

Mubarak ha realizado en su discurso el que probablemente sea el último retrato que puede dibujar ante los ojos asombrados de los egipcios. Se ha presentado como el hombre sabio, el patriarca, que ganó su puesto en el panteón de los héroes en la guerra, y siguió el mandato de la Historia sacrificando su vida por algo superior, Egipto. Ha proyectado sobre los jóvenes que le critican y piden su salida un retrato modelo de sí mismo como el ideal que deberían tener y no tienen. Pero quizá el momento más patético de la intervención, el que muestra mejor su pérdida de sentido de la realidad, sea aquel en el que muestra su enfado porque se hayan personalizado las críticas y los ataques contra él. Es tan increíble que tiene uno que verlo varias veces para creerlo. Cuando los dictadores son rechazados por sus pueblos, apelan a la Historia. La Historia es la que marca su hoja de ruta y les ciega para cualquier reclamación. La soberbia de Mubarak está ya en la Historia, su ceguera y su responsabilidad por lo que ocurra también.

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