lunes, 7 de febrero de 2011

Esperadnos en el paraíso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

“Esperadnos en el paraíso” es el cántico con el que rinden homenaje los ocupantes de la plaza Tahrir a los trescientos muertos que ha costado por el momento la sublevación de los egipcios. Los vivos recuerdan a los muertos y reconocen lo que les deben. No conocen bien a los egipcios los que piensan que pueden ser rendidos por el aburrimiento. Egipto inventó la eternidad. Eso vale para sus gobernantes, que se perpetúan en el poder, pero también para los que saben que han ganado su futuro en un pulso histórico sin precedentes. Los egipcios han tenido su propio “mayo del 68”. Los que no estén ciegos podrán ver el alcance de estos trece días de crisis en los que se han ganado muchas batallas. La más importante es la de la unidad nacional. Una de las frases que se han escuchado con más frecuencia es “ahora no nos preocupa lo más mínimo quién puede suceder a Mubarak; solo nos importa que se vaya”. Occidente, en cambio, da preferencia a esa pregunta por sus propias preocupaciones. Y siguen empleando herramientas obsoletas para el análisis.

Lo que ha ocurrido en esa plaza y en otros lugares de Egipto es un cambio muy profundo, de gran alcance. Los egipcios se reconocen como egipcios, todos sin excepción. Hermana mucho el sufrimiento. Las imágenes nos muestran que han comprendido la fuerza que logran con su unión. Dejan de lado las discusiones que durante décadas han imposibilitado las reacciones contra lo que padecían. Los que se encarguen del futuro de Egipto saben que tienen una gran responsabilidad y un gran legado. Los que se han dejado la vida en este esfuerzo, los que han resistido el acoso y las pedradas, los apaleamiento y los lanzamientos de bombas incendiarias, los latigazos y las cuchilladas, han pasado por una prueba de unidad muy grande. Cada día su solidaridad ha ido en aumento. Por contra de lo que los occidentales pensaban, han podido con todo y hoy el ambiente era festivo. Los cánticos han hecho su aparición y han llevado allí a los niños para que guarden en sus retinas el panorama de después de la batalla. Están orgullosos de ellos mismos. Y hacen bien. “Todos aquí marchamos de la mano”, dice un imam en la plaza. “Mis hermanos cristianos han cuidado de mí por la noche”. Mubarak ha conseguido unirnos a todos, dicen otros. “Estamos orgullosas de ser egipcias”, dicen dos jóvenes, “nos habían dicho que no viniéramos porque los hombre nos iban a acosar y no ha pasado nada”. Los cristianos coptos y los musulmanes rezaban hoy en la plaza de Tahrir por los caídos. Exhiben, manos unidas, coranes y cruces. Es la euforia de hoy, pero también puede ser la realidad del mañana. ¿Por qué no? Su futuro pasa por su capacidad de entenderse y de desoír los intentos de volver al fraccionamiento social y cultural. Espero que los egipcios vean el resultado de fijarse más en lo que une que en lo que separa.

En un momento desafortunado, David Cameron acaba de proclamar el fin de la experiencia multiculturalista en Inglaterra, siguiendo a Merkel en Alemania, donde dice que ha sido un completo fracaso. Hay un punto de soberbia en la forma de plantear las relaciones interculturales. Las diferentes culturas no van a dejar de existir porque los occidentales lo decidamos. El mensaje que se envía es negativo y, lo peor, es absurdo. Un manifestante de la plaza daba una receta muy adecuada para resolver muchos problemas: “educación, educación, educación”. Lo que realmente alimenta los integrismos es la ignorancia, sí. Pero nos dejamos fuera el otro componente importante, el que hace que sean jóvenes universitarios los que engrosen las filas de los terroristas: el desprecio. Hace muchos años, mediados los ochenta, viajando en tren desde Viena a Madrid, se nos unió en Marsella un joven árabe que iba camino del Estrecho. Era un joven universitario, probablemente argelino. “Voy a casa, nos dijo, porque no soporto el desprecio que percibo a mi alrededor”. No lo soportaba. Es con nuestra prepotencia, con nuestra soberbia, con nuestra creencia en que la democracia es nuestra, que la libertad es nuestra, que la cultura es nuestra…, con la que condenamos a los demás a sentirse despreciados, humillados. Pocas cosas hacen más daño que la mirada del desprecio. El discurso de Cameron y Merkel es otro error comunicativo y político característico de la creencia en nuestra superioridad. Seguimos teniendo demasiadas dosis de colonialismo encubierto, colonialismo a distancia. Seguimos pensando que el mundo es un tablero y que hay piezas de distinto valor, que algunos son simples peones y otras elegantes y poderosas reinas. Esto ya no sirve.

Los que no hayan entendido lo que está ocurriendo -el cambio profundo, la necesidad de hacer política de otra manera, nacional e internacionalmente-, están condenados a seguir provocando desajustes que nos afectarán a todos. Muchos millones de personas de todo el mundo se han sentido más preocupados y solidarios por los que estaban encerrados en una plaza, rodeados y acosados, y han deseado que su esfuerzo y sacrificio sirvieran para que pudieran sentirse más libres y orgullos de ellos mismos. Los que han podido contemplarlo y entenderlo han cambiado su visión del mundo árabe. También ahora ellos son capaces de entender lo que pueden llegar a cambiar. Egipto ya no es de Mubarak; ahora es de ellos.





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