miércoles, 2 de febrero de 2011

El precio de las cosas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Nos dicen que todo es economía y así nos va. La tendencia a traducir todo a términos cuantificables introduce fuertes distorsiones, sobre todo en la percepción de los fines. Es importante saber cuál es el sentido de las acciones pues de lo contrario se pervierte su naturaleza. Esto ocurre en muchos otros casos. Se nos habla de enfermedad, por ejemplo, en función de las horas de trabajo perdidas y de los costes para el sistema sanitario. La repentina preocupación de nuestros políticos por la salud puede ser entendida como una forma de ahorro futuro de tratamientos con el gasto consiguiente. Ver a los enfermos como despilfarradores de los recursos no es una buena forma de considerar a los demás, de enseñarnos a verlos. Uno de los argumentos de los xenófobos y racistas es que “los de fuera” son parásitos que viene a mangonearnos lo nuestro. El argumento contrario, considerarlos valiosos porque aportan beneficios económicos al conjunto, es igual de perverso aunque se disfrace de positividad.

La Comisaria europea de Educación, Androulla Vassiliou, acaba de echar una bronca a España por sus recortes educativos. Nos dice la Comisaria que la educación no debe ser considerada como un “gasto” sino como una “inversión”. Coincidimos con ella, pero sigue sin gustarme el fondo, no del hecho en sí (¡claro que hay que “invertir” más en educación!), sino del razonamiento.

La información del diario El País nos dice literalmente: “El informe que acompaña la propuesta de la Comisión Europea, recoge los estudios de algunos Estados que han cuantificado los costes económicos del abandono, por los gastos en subsidios de desempleo y otras ayudas sociales. En Finlandia, la Oficina Nacional de Auditoría calcula que el abandono supondrá unos costes por persona de 27.500 euros anuales. A lo largo de 40 años supone 1,1 millones de euros por persona. En Holanda, que el coste calculado por persona a lo largo de su vida es de 1,8 millones.”

Es difícil explicar con más claridad cómo vemos los europeos (al menos nuestros “gestores”, que no dirigentes) la educación. Y quizá una parte del problema esté en la forma misma de concebir las cosas. Ante el razonamiento expuesto, más de uno se encogerá de hombros y dirá ¿y qué? La señora Vassiliou no habla en sus declaraciones de “jóvenes formados”, sino de “jóvenes cualificados”. La diferencia no es una sutileza, sino algo muy importante: refleja la forma de concebir la educación y su sentido. No importan las personas sino su rendimiento. La diferencia existente entre la formación y la cualificación es que en la primera te importa la totalidad de la persona, mientras que en la segunda solo su rendimiento. Hace tiempo que dejamos de preocuparnos por la calidad de las personas y nos hemos centrado en su cualificación. No formamos personas, sino personal. El resultado es la consideración unidimensional de las personas y de las relaciones sociales. Esto está afectando a nuestra consideración del conjunto, a las relaciones que debemos mantener entre nosotros, y a cómo vemos a los demás. También a cómo nos vemos a nosotros mismos. En el fondo, ya no nos gustamos.

Lo que no parece importarle a nadie es el precio que pagamos por ponerle precio a todo.

El País: “Bruselas censura los recortes del gasto educativo en España”. 1/02/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Bruselas/censura/recortes/gasto/educativo/Espana/elpepusoc/20110201elpepisoc_4/Tes



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.